Por los años trescientos
cincuenta la monja Eteria, gallega y abadesa del Monasterio del Bierzo viajó a
Tierra Santa, como ahora siguen haciendo numerosos oscenses, a alguno de los
cuales oí hablar de si los autobuses que los llevaron al monte Sinaí ,eran
judíos o jordanos. Debía tener Eteria grandes conocimientos bíblicos, ya que
estuvo en el monte Sinaí, igual que los
oscenses actuales y en la tumba del paciente Job. Entonces llegaría a tales
lugares andando o montada en algún asno o en algún camello. Eteria escribió un
libro titulado Peregrinación a Tierra Santa y en él describe los ritos
litúrgicos con que celebraban en
Jerusalén la muerte de Cristo, comentando que eran muy semejantes a los que se
celebraban en su tierra gallega. En Huesca, por entonces la Osca romana,
ocurriría lo mismo.
Don Ricardo del Arco dice que en
el desfile del Santo Entierro aparecen Isaac, Abraham, Melquisedec, Moisés,
Aarón y David, vestidos con magníficas ropas de época y el pintor oscense
Hermano Martín Coronas diseñó los
vestidos de las Sibilas, esas jóvenes profetisas paganas. No se limita la
esperanza en la llegada del Mesías al mundo judío, sino que en todas partes
sentían la necesidad de algo nuevo. Me acuerdo del Oficio de Tinieblas, que
empezaba el Miércoles Santo y uno se quedaba sorprendido de que al acabar, todo
el mundo procuraba hacer ruido, golpeando los bancos y haciendo sonar
“carraclas” y matracas. Dicen que hace años esas matracas y “carraclas” se
hacían retumbar por las calles de Huesca. El gran maestro Arnal Cavero escribe:
”En la torre suena la matraca grande”,”es monótono y angustioso su canto, como
si dentro de él vibrase un corazón, que dejase en lo hueco de cada vibración
una gota de sangre y una gota de llanto”. De niños en Siétamo, el día de Jueves
Santo, haciendo sonar las matracas, gritábamos: “A ver el Monumento que Cristo
está dentro” y a continuación ”el diablo
de rodillas, a romperle las costillas”.
Antes estaba la imagen de tan de
moda, que existían los imagineros, que nos dejaron las imágenes del Ecce homo, tallado por
Marqués o el Nazareno del escultor Orduna, en la procesión del Santo Entierro.
Ahora que estamos en el mundo de la imagen, quieren hacerla desaparecer, como
puede verse al contemplar cuadros en los que en lugar de imágenes hay figuras
que uno no puede comprender. Otras veces se ven imágenes que nos llevan al
consumismo materialista y otras tienen como fin convertir al hombre en objeto
de producción sin alma. Pero todavía quedan multitud de personas, que, en
Huesca, que acuden al Coso a contemplar los soldados romanos, montados en sus
caballos y a escuchar el choque de sus
cascos con el pavimento, que entonces era de adoquines, saltaban chispas como
también ocurría al golpear los romanos de a pie con las conteras de sus lanzas.
Hay que buscar el equilibrio del
espíritu y de la materia y vemos como en la Semana Santa se bendice el agua,
como se guardan en los balcones las ramas de los olivos y vemos llegar estos
días a las golondrinas, que a Cristo le quitaron las dolorosas espinas que
mortificaban su cabeza; contemplamos también a Cristo montado en un humilde
asno. Y Jesús se va, pero se queda y se fue celebrando un ágape y se queda
dejándonos el pan y el vino, pero a pesar de todo eso el hombre sigue matando,
cuando tiene el recurso de beber la sangre en el cáliz, que él nos dejó y que
tuvimos muchos años en Sanjuán de la Peña.
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