En
esta cadiera capitular, preparada para hacerle el enterramiento a mi tía abuela,
Teresa Almudévar Vallés, Señora de Castilsabás, que dejó viudo a Don José
Vallés Acebillo y el Poeta Manuel Bescós Almudévar de nombre poético “Silvio
Kosti”, asiste al funeral de su noble tía y Señora del Castil de Sabás, Doña Teresa Almudévar Vallés, muerta en 1.915.
Estaban
los fieles de pie, en la iglesia de Castilsabás, “junto a la recia cadiera
capitular, para aliviar el tedio del ritual larguísimo, protocolar y lugareño,
leyendo con quieta devoción en un pequeño libro antiguo y primoroso”.
“Un
haz de luz que baja de la claraboya del ábside, como bendición, nimba la mano afilada y prócer del
poeta sobre la patina marfileña de las rancias páginas menudas”.
Es
un entierro funeral y a él asisten, primero el viudo Don José Vallés y segundo,
el glorioso sobrino Manuel Bescós Almudévar, con su poético nombre de “Silvio
Kosti”.
“Detrás
de él, el tío mayorazgo de la Casa del Maestre, Don José Vallés revela,
inquieto ¿su sorpresa y su duda diciendo: ¿será verdad?, ¿habrá dorado Dios el alma del sobrino hereje?. Y alzándose
sobre las puntas de los pies, mira cauteloso y beatífico por encima de los hombros
del poeta. Su rostro se anubla medroso ante el misterio indescifrable de una pequeña Iliada
elceviriana y murmura en su boca: ¡está condenado!. Es un lagrimorio, un libro,
un libro de diablo. Acaso el de San Cipriano. ¡Qué el Señor nos conserve en su
divina gracia!.
“En
la fila replícanle litúrgicos: El nos acompañe y guarde de todo
mal, amén. Y se persigna haciéndose entre la frente y el ombligo una gran Cruz
de Caravaca.”
Es
el noble tío mayorazgo, del vecino lugar, un gentil caballero curioso,
sentencioso y desdentado. Sumidas en la vaga penumbra de una Capilla lateral,
las primas lindísimas de la Casa del Mestre, agitan sin cesar los abanicos como
si temieran que la llamada de sus pupilas negras pudiera saltar y prender en
las blondas de sus mantillas.
A
veces, llevan a sus ojos llorosos con ademán lleno de una gracia voluptuosa e
ingenua el pañuelo de encaje impregnado en la fragancia de los membrillos y en las viejas arquetas taraceadas.
“En
la pila replícanle litúrgicos: El nos ampare u guarde de todo
mal, amén. Y se persigna,
haciéndose
entre la frente y el ombligo una gran Cruz de Caravaca”.
Es el noble tío mayorazgo del vecino lugar, un
gentil caballero curioso, sentencioso y desdentado. Sumidas en la vaga penumbra
de una Capilla lateral, las primeras lindísimas de la Casa del Maestre, agitan
sin cesar los abanicos como si temieran que la llama de sus pupilas negras
pudieran saltar y prender en las blondas de sus mantillas.
A
veces, llevan a sus ojos llorosos con ademán lleno de una gracia voluptuosa e
ingenua el pañuelo de encaje impregnado en la fragancia de los membrillos y el
perfume de sándalo de las viejas arquetas taraceadas. En el atrio, la dulce tía
y señora del abadiado del Castil de Sabás, madre de los
pobres, providencia de los Siete Lugares del antiguo Abadengo (Abadiado), yace
en su ataúd armoriado y sellado con los
escusones de la estirpe.
A
los pies del negro túmulo, un mastín y un lebrel se han acostado, calmosos
guardadores de un duelo heráldico.
De
la nave parroquial llega un olor mezclado de cera, incienso y estoraque y la
voz de los clérigos que pasan junto a la divina Iliada del poeta, envueltos en
una capas pluviales mascullando en un latín primitivo y bárbaro. Ego sum
resurreccio et vita, qui dredit in me
non morietur in aeternum.
Autorretrato de Silvio Kosti.
“Luego
el poeta perdido entre las ramas frondosas de su rancio linaje llevado en la
fila incontable de sus nobles tíos, sube hasta el humilde Campo Santo aldeano
en que culmina el tozal, solasilr del Castillo y feudal lugarejo”. Ese Campo
Santo se puede observar desde Casa Almudévar de Siétamo a través de la elevada
ventana, que mira hacia el Norte.
“La
tierra bendita, hollada por la muchedumbre de mendigos, zagales y abuelas
plañideras, huele a cantuesas y tomillos
en flor y un viento suave mensajero de la divina primavera, hincha en oleadas verdes
el lago inmenso de olivares que ciñe el tozal pedregoso y trae en sus alas la
honda paz y el perdurable anhelo del litúrgico salmo: Ego sum resurreccio et
vita, qui credet in me non morietur in
aeternum”.
El
primo hermano de mi padre Manuel Almudévar Casaus, no tenía el orgullo de
Silvio Kosti, pero se amaron durante sus vidas y yo guardo en Casa Almudévar de
Siétamo dos retratos del “imaginativo”
escritor, uno de Ramón Acín en 1.928 y otro pintado por el mismo Kosti. Este
me fue regalado por María Teresa Alamán Bescós.
El
otro retrato de Silvio Kosti, me lo regaló mi amigo de Pertusa, después de
morir la hija mayor de Silvio Kosti.
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