viernes, 30 de julio de 2021

Junto a la recia cadiera capitular, Kosti, en su obra “Epigramas”.

 



  

En esta cadiera capitular, preparada para hacerle el enterramiento a mi tía abuela, Teresa Almudévar Vallés, Señora de Castilsabás, que dejó viudo a Don José Vallés Acebillo y el Poeta Manuel Bescós Almudévar de nombre poético “Silvio Kosti”, asiste al funeral de su noble tía y Señora del Castil de Sabás, Doña  Teresa Almudévar  Vallés, muerta en 1.915.  

Estaban los fieles de pie, en la iglesia de Castilsabás, “junto a la recia cadiera capitular, para aliviar el tedio del ritual larguísimo, protocolar y lugareño, leyendo con quieta devoción en un pequeño libro antiguo y primoroso”.

“Un haz de luz que baja de la claraboya del ábside, como  bendición, nimba la mano afilada y prócer del poeta sobre la patina marfileña de las rancias páginas menudas”.

Es un entierro funeral y a él asisten, primero el viudo Don José Vallés y segundo, el glorioso sobrino Manuel Bescós Almudévar, con su poético nombre de “Silvio Kosti”.

“Detrás de él, el tío mayorazgo de la Casa del Maestre, Don José Vallés revela, inquieto ¿su sorpresa y su duda diciendo: ¿será verdad?, ¿habrá dorado  Dios el alma del sobrino hereje?. Y alzándose sobre las puntas de los pies, mira cauteloso y beatífico por encima de los hombros del poeta. Su rostro se anubla medroso ante el misterio  indescifrable de una pequeña Iliada elceviriana y murmura en su boca: ¡está condenado!. Es un lagrimorio, un libro, un libro de diablo. Acaso el de San Cipriano. ¡Qué el Señor nos conserve en su divina gracia!.

“En la fila  replícanle  litúrgicos: El nos acompañe y guarde de todo mal, amén. Y se persigna haciéndose entre la frente y el ombligo una gran Cruz de Caravaca.”

Es el noble tío mayorazgo, del vecino lugar, un gentil caballero curioso, sentencioso y desdentado. Sumidas en la vaga penumbra de una Capilla lateral, las primas lindísimas de la Casa del Mestre, agitan sin cesar los abanicos como si temieran que la llamada de sus pupilas negras pudiera saltar y prender en las blondas de sus mantillas.

A veces, llevan a sus ojos llorosos con ademán lleno de una gracia voluptuosa e ingenua el pañuelo de encaje impregnado en la fragancia de los membrillos  y  en  las viejas arquetas taraceadas.

“En la pila  replícanle  litúrgicos: El nos ampare u guarde de todo mal, amén. Y se persigna,

haciéndose entre la frente y el ombligo una gran Cruz de Caravaca”.

 Es el noble tío mayorazgo del vecino lugar, un gentil caballero curioso, sentencioso y desdentado. Sumidas en la vaga penumbra de una Capilla lateral, las primeras lindísimas de la Casa del Maestre, agitan sin cesar los abanicos como si temieran que la llama de sus pupilas negras pudieran saltar y prender en las blondas de sus mantillas. 

A veces, llevan a sus ojos llorosos con ademán lleno de una gracia voluptuosa e ingenua el pañuelo de encaje impregnado en la fragancia de los membrillos y el perfume de sándalo de las viejas arquetas taraceadas. En el atrio, la dulce tía y señora  del  abadiado del Castil de Sabás, madre de los pobres, providencia de los Siete Lugares del antiguo Abadengo (Abadiado), yace en su ataúd  armoriado y sellado con los escusones de la estirpe.

A los pies del negro túmulo, un mastín y un lebrel se han acostado, calmosos guardadores de un duelo heráldico.

De la nave parroquial llega un olor mezclado de cera, incienso y estoraque y la voz de los clérigos que pasan junto a la divina Iliada del poeta, envueltos en una capas pluviales mascullando en un latín primitivo y bárbaro. Ego sum resurreccio et vita, qui dredit  in me non morietur in aeternum.

                                                     Autorretrato de Silvio Kosti.

“Luego el poeta perdido entre las ramas frondosas de su rancio linaje llevado en la fila incontable de sus nobles tíos, sube hasta el humilde Campo Santo aldeano en que culmina el tozal, solasilr del Castillo y feudal lugarejo”. Ese Campo Santo se puede observar desde Casa Almudévar de Siétamo a través de la elevada ventana, que mira hacia el Norte.

“La tierra bendita, hollada por la muchedumbre de mendigos, zagales y abuelas plañideras, huele a  cantuesas y tomillos en flor y un viento suave mensajero de la divina primavera, hincha en oleadas verdes el lago inmenso de olivares que ciñe el tozal pedregoso y trae en sus alas la honda paz y el perdurable anhelo del litúrgico salmo: Ego sum resurreccio et vita, qui credet  in me non morietur in aeternum”.

El primo hermano de mi padre Manuel Almudévar Casaus, no tenía el orgullo de Silvio Kosti, pero se amaron durante sus vidas y yo guardo en Casa Almudévar de Siétamo dos retratos del “imaginativo”  escritor, uno de Ramón Acín en 1.928 y otro pintado por el mismo Kosti. Este me fue regalado por María Teresa Alamán Bescós.  

El otro retrato de Silvio Kosti, me lo regaló mi amigo de Pertusa, después de morir la hija mayor de Silvio Kosti.

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