jueves, 24 de febrero de 2022

Literatura pastoril, de Ana Francisca Abarca de Bolea III

 


El dinero era escaso y en el mismo Monasterio, donde ella fue abadesa Mitrada, se llegaron a pasar períodos de pobreza.


Doña Ana estaba preocupada por el entretenimiento del pueblo y componía narraciones, pues “en esas largas veladas campesinas”, de las que habla Chevalier, había que entretenerse y pasar el tiempo”y lo lograba, porque entonces no había cines, ni televisión ,escasos libros, porque la gente sencilla no sabía leer; no había vehículos con motor para viajar y hacer turismo, etc., etc. Y, para ello estaban preparados, en el consejo pastoril, unas veces caballeros de ese  marco pastoril, como  el canónigo Salinas de Huesca, amigo de doña Ana y el caballero Don Juan de Castro, y otras auténticos pastores o campesinos,”quienes muestran todo el encanto y espontaneidad del cuento oral”,”en reuniones de apacible entretenimiento para el donaire y agudeza de sus dichos”.

Estos fenómenos explican la evolución social, que pretende Doña Ana Francisca, es decir que el hombre no sea cortesano o pastor, sino que todos sean hombres.

El cuentecillo que introduce en El Octavario, es sencillo, es como una distracción de la gente, con lo que se divierte, escuchando a un personaje ,que lo único que pretende es divertir al oyente. Esta lectura de cuentecilos se daba en el siglo XVII, que existía para desenvolver las cualidades de la inteligencia, cuando los hombres del Renacimiento “se aficionaban a todo lo que es arte popular y espontáneo”.

El problema del latín lo tratan Doña Ana Francisca y el escritor Don Braulio Foz, que hace  hablar a Pedro Saputo, protagonista de su novela y comenta a “unas monjas entretenidas en rezar latines, que así no los entienden como que se  quedó vivo o muerto Fray Toribio”. La historiadora cisterciense Regina Vidal da la opinión, que dice: ”Cierto que la experiencia de la oración litúrgica exige una preparación cultural y una inteligencia de la lengua que se celebra, pero las monjas iletradas que no poseían el latín, no dejaban de ser semillas al embeleso emanado de la liturgia del que brotaba una fuente de gracia con sus cantos y esplendor. Tampoco el desconocimiento de unos textos latinos repetidos sin cesar podía ser absoluto”. 

Ante ese no entender el latín por parte del pueblo, la Iglesia  ha hecho que hace unos años, se celebrase la misa y se leyesen las Escrituras en la lengua hablada por la gente, lo que no impide escuchar y cantar de vez en cuando, cantos sagrados en latín que como dice Regina Vidal, no dejan”de ser semillas al embeleso emanado de la liturgia, que son una fuente de gracia y esplendor”.

¡Cómo sentía Doña Ana estos inconvenientes del latín!, pues lo expresa en el prólogo de la Vigilia y Octavario, que entendía la latinidad como si ex profeso la hubiera estudiado” y denunció por medio de estos cuentecillos  la incultura de muchos religiosos de su época, cuando, en contraste con la situación medieval, señalada por Regina Vidal Celma, en el Cister es un hecho la desigualdad de instrucción entre los monjes y las monjas, desequilibrio consumado tras un largo proceso de diferenciación que comienza en el siglo XIII”.

Don Antonio de Cáceres, Obispo de Astorga, escribió Paráfrasis a los Salmos de David y dice Angelines Campo que, probablemente, Doña Ana la había leído. El Señor obispo decía así: ”Y decíame esta religiosa un día, que uno de los mayores desconsuelos que sentía su espíritu en el continuo exercicio del coro, era decir y cantar siempre lo mismo sin entendello más un día que otro, y que tenía grande invidia a los religiosos, pareciéndole que de esta necesidad habían de medrar mucho en la devoción y en el espíritu, pues entiende lo que cantan, y saben de la manera que han de reverenciar y alabar a Dios en el coro y fuera de él…”

Hace una alusión a Anarda,  hermosa pastora ,que “canta un romance, que una monja, deuda suya, compuso y cantó el día de Reyes en una misa nueva”. ¿No se identifica Doña Ana con Anarda, como si viviera la novela su propia persona?. En el retablo, que con su sobrina Francisca Abarca, crearon en la iglesia del Monasterio, hay una señora, que parece no ir vestida de monja y al parecer, con una pluma en su mano izquierda, con la que tal vez escribiera su obra; tal vez sea Doña Ana Francisca Abarca de Bolea, porque está colocada al lado de San Francisco y de Santa Ana. Hay que tener en cuenta que Doña Ana no hizo los votos hasta los veintitantos años de edad. Su sobrina Doña Francisca Abarca de Vilanova pronunció sus votos a los dieciocho años y puede ser la que aparece junto a San Bernardo el Pequeño. Esta Doña Francisca Bernarda pudiera ser Velada “de lindo garbo y gran música de arpa”, por ser monja  bernarda y estar posiblemente al lado de San Bernardo, el moro convertido al escuchar el canto litúrgico en un convento, al que Doña Ana le dedica una de sus poesías. San Francisco ya está al lado de Doña Ana Francisca.
Escudo de los Abarca

 Entre los restos del jardín de don Antonio Abarca y Vilanova de Serué, encontró don Eliseo Carrera,    la piedra con el escudo de los Abarca. Se ha hablado, en Huesca, sobre el escudo con las dos abarcas, que existía en la casa Abarca de la Calle de Sancho Abarca y Don Federico Balaguer me dijo que se lo había llevado a la provincia de Teruel, un pariente de la familia, que ya no conservaba el apellido, pero ahora nos encontramos con un escudo del mismo apellido y del mismo dueño, es decir el del famoso jardín de Don Antonio Abarca y Vilanova de Serué y de otros lugares de nuestra provincia. Este escudo está esculpido en una piedra especial, no está labrado en piedra arenisca y se conserva como si estuviera recién hecho. No está tallado sólo en una cara para colocarlo en una pared, sino que tiene cuatro caras, como para ponerlo sobre una columna, en una entrada de palacio o en un jardín.

El escudo tiene la fecha de 1662 y en 1679, el mismo año en que se publicó la obra de Ana Francisca de Bolea, ”Vigilia y Octavario de San Juan Bautista “, murió Don Antonio Abarca y Vilanova o de Vilanova, padre de Doña Francisca Bernarda Abarca de Vilanova, que promovió la publicación del Octavario y que el año 1683 colaboró con su tía Doña Ana en la construcción del retablo de la Virgen de la Gloria.

Existía una gran colaboración entre ambas Abarcas, como dice Angelines Campo en su vida de Doña Ana Francisca Abarca de Bolea, en la página 112 : ” Quedan ya muy lejanos los tiempos en que doña Ana en la “Vigilia y octavario de San Juan Bautista” mostraba su entusiasmo por las maravillas que albergaba la mansión oscense de este su sobrino don Antonio, que en 1679 la ha nombrado ejecutora de su testamento y tutora de su hija pequeña,  doña María Victoria”.

Doña Ana Francisca en su “Vigilia y Octavario de San Juan Bautista”, crea literariamente un jardín en el Moncayo, presidido por la ermita de San Juan, cerca del río Quiles y para ayudarse en ello, recuerda los de Lastanosa  y según Laplana Gil “tenemos noticias más o menos directas sobre la casa de recreo de Gaspar Galcerán de Castro (pariente de los Abarca de Bolea), conde de Guimerá “ y piensa “sobre los jardines oscenses de Don Antonio Abarca (como recuerda doña Ana Abarca en  su Octavario). Se acordó de la Torre de los hermanos Argensola en Monzalbarba  y de la casa de recreo “de don Juan de Moncayo, quien la recuerda en su correspondencia con Ustarroz”.

De este tema escribe el señor Laplana, en el mismo libro, lo siguiente: “ como lo cortesano se superpone a las convenciones del género pastoril en la obra de doña Ana Abarca, ya que estas obras también son reflejo indirecto  de la afición que tuvieron por la jardinería práctica algunos destacados aristócratas aragoneses inclinados a las letras”. (Socialización de lo pastoril y socialización de lo cortesano)  

En los jardines se representaba a los dioses paganos, a los santos cristianos, a arquitecturas pasajeras, adornadas por vegetales y que consisten unas veces en edificios clásicos, otras en ermitas o en viviendas de pastores o de rústicos labradores, que como seres en contacto directo con la Naturaleza, representaban obras teatrales, como el Octavario de Doña Ana Abarca y que con el Barroco,  van cediendo el paso a los nobles, que pasean por las avenidas, los laberintos de Lastanosa o de los Duques de Osuna, que yo contemplé en Madrid o navegan por el canal al estanque, en góndolas o en falúas ya en Huesca o en el parque del Capricho de Madrid. Doña Ana escribió no sólo en castellano, sino que hizo hablar a los pastores en “Fabla “aragonesa,  por ejemplo en la Albada al Nacimiento, en el Bayle pastoril al Nacimiento y en el Romance a la procesión del Corpus; y esta vez en Zaragoza, capital de Aragón, donde a algunos todavía les parece extraña la “fabla”. 

Y sobre la fiesta de los toros, escribe Doña Ana lo que ocurrió en el Moncayo, como ocurría en el Capricho de los Duques de Osuna, donde en su entrada hay una especie de ruedo, donde se daban las corridas de astados: ”Echo por los devotos pastores reverente obsequio a la Emperatriz Soberana, se fueron acomodando los jueces en tres iguales sillas que había mandado poner Lauro en otro tablado o balcón muy entoldado…no quedaron ventanas, desvanes ni tejados que no los ocupara diversidad de gente, así aventureros como curiosos (que estos pocas veces faltan),  y… tocando los clarines, se dio  principio a la corrida. Salió un bruto negro en el color, pasmo en la fiereza, que ocasionara terror a quien, menos animoso que los pastores, le envistiera”. Y aquí vemos como Doña Ana se acuerda de las mujeres y las hace participar en todas las fiestas que se celebran en el jardín del Moncayo, ya que “Añada porque tan caballerosa acción no quedara sin premio, le dio un pañuelo con ricas puntas de Flandes, para limpiarse el sudor que el extraordinario ejercicio le había ocasionado”.

Pero, después de los pastores, que hoy equivaldrían a los toreros de a pié, salieron dos caballeros, a saber “Don Juan de Castro el uno, caballero aragonés” y el otro de los que dice la autora: ”Hizo grandes suertes Don Luis Abarca, caballero aragonés”. Estos, hoy en día equivalen en el toreo a los rejoneadores.

¡Cómo nos hace recordar Doña Ana “los deliciosos jardines, burladores” (conducto oculto de agua que, a voluntad del que lo dirige, la esparce fuera para mojar a los que se acercan incautamente”)y artificiosos surtidores y huertas de Don Antonio Abarca(hijo de Sancho Abarca y de doña Victoria de Villanova, hermano de la monja de Casbas Doña Francisca Bernarda y padre de D. Tomás Abarca) y Don Vicencio Lastanosa ¡. Compara “aquel día a otros que había tenido en la ciudad de Huesca en las casas de dos caballeros, cuyas huertas, jardines y surtidores, podían competir con los prensiles, tan celebrados de la antigüedad”.  Se acuerda Doña Ana de todas las personas y cosas de Aragón, dedicándole versos a San Urbez. Guara y los estanques de los jardines le hacen hablar de la sequía, ya que en la página 144 de su Tesis Doctoral, escribe Angelines Campo: “A ocasión de la vecindad de la transparente laguna, tuvieron los mayorales largas conclusiones de lo importante que es a la vida humana el cristalino elemento y cuán dañosa es su falta. Tocaron en las prodigiosas aguas que anegaron la vana confianza de los egipcios en la rígida  del general diluvio, y no menos, en la estéril sequedad que en treinta y seis años padeció la afligida España, no hallándose en ella otro verdor que el que en algún profundo seno conservaba el agostado Ibero (Berro) o en alguna gruta de los empinados Pirineos”.

Entre los amigos de Lastanosa y de Doña Ana Abarca de Bolea se encontraba Baltasar Gracián, que no era amigo de pasearse por los jardines y sin embargo piensa en el sentido interno, en la esencia de su significado; es que Gracián está inclinado en otra forma por la literatura aragonesa y Doña Ana, autoprofesora y discípula de tantos miembros del equipo de Lastanosa, piensa como Gracián en el caso de la laguna o estanque, que aparece en los jardines y quisiera aplicarle a la tierra el beneficio de las aguas.

Don Ricardo del Arco escribe sobre la desaparición de los jardines de Don Antonio Abarca y de Don Vicencio Lastanosa, pero Doña Ana en su Vigilia el Laberinto  dice que “los jardines, huertos y paisajes que se descubren por los balcones” le hacen la ilusión de que los jardines serán creados por y para el pueblo.

Como por ejemplo el de la torre o casa de descanso de los Casaus, banqueros de Huesca, del siglo XIX, donde existía un jardín con su cenador, sombreado por cedros, magnolios y arcos de hierro, cubiertos de hiedra. Tenía también su laguna o piscina, acompañada por una casita, con su estufa interior y revocada exteriormente por bellos baldosines  azules, que recordaban paisajes franceses y de los que todavía se conserva alguno en Zaragoza. En dicho jardín se recordaban, como en tantas casas de recreo modernas (cigarrales, torres, quintas, jardines, huertas)“las calles, cuadros, cenadores, fuentes, flores y pájaros”. Me acuerdo de los paseos, del cenador, de la piscina o estanque, de las flores y de los pájaros, a los que mi tía Luisa, hermana de mi padre, sorprendí escuchando y observando a una pareja de ruiseñores, que tenían su nido entre la hiedra,  que cubría la pared que separaba el jardín de la carretera de Zaragoza. En la casa de descanso o torre tenían entre otros cuadros, uno de un ciervo en un bosque, que se completaba con un ciervo vivo, que tenían en un corral y que habían traído de la Montaña.
Jardines de Babilonia

A los jardines de Babilonia y Egipto, a los griegos y romanos, a los de Vocación en el Decamerón, los enriquecieron otros, como los jardines desérticos de los Carmelitas, los de la literatura pastoril y en otros casos se usan los jardines, donde se representan obras dramáticas, poemas y toda clase de novelas, sobre todo amorosas, pero a todos estos jardines, unas veces de los frailes conventuales, otras de los paganos, en ocasiones de los pastores y de los rústicos campesinos, más tarde de los caballeros, más o menos relacionados con las letras, pero les siguieron más tarde, según el Fraile  Alonso Ramón, que dijo en una ocasión”: pasear por los jardines es recreación propia de príncipes y poderosos”, personas “de gobierno y jueces, abogados, hombres de letras, secretarios, y hombres de papeles”.

En estas palabras parece que los jardines van siendo, con el tiempo, apetecidos por la gente, que sin pertenecer a la nobleza, poseen dinero para introducirse en ellos. Buendía dice que las casas de recreo “son sobre todo una muestra de la riqueza y liberalidad de los caballeros que organizan las fiestas; es decir son un elemento suntuario en el que se ostenta públicamente el poder de los personajes”. Y añade que los “ricos mayorales que protagonizan la Vigilia de Doña Ana Abarca…no cabe duda de que nos encontramos ante personajes pseudo aristocráticos que ostentan generosidad y riqueza bajo su disfraz pastoril”.

Han ido, con el tiempo cambiando las costumbres y el hombre, ya fuera noble o dejara de serlo, se constituyó, prescindiendo de los dioses, de los paraísos y de la Arcadia feliz, en alguien  que hacía una “confrontación entre la naturaleza y el arte”. Y el pueblo, imitando a Baltasar Gracian, admira la hermosura de las flores y vegetales  en general y sabe interpretar el sentido “simbólico y erudito incluso de los mínimos componentes del jardín”. (Laplana Gil). No describe Doña Ana extensamente los jardines de Abarca ni de Lastanosa y describe, en cambio el jardín artificial del Moncayo, donde había de celebrar el Octavario y Víspera de San Juan Bautista. Es que ella,  estaba acostumbrada a contemplar terrenos, que sin serlo, podían ser jardines, por su abundante y bella vegetación, como ocurría en el Palacio de Siétamo, desde el que se dominaban las verdes orillas del río Guatizalema,  los huertos de  la Fondura de Siétamo y los robles y carrascas de la Costera, donde estaba la Cruz de las procesiones, al este y al sur la ermita de la Virgen de Bureta y más arriba, también por el este, se veía la ermita de la Virgen de Liesa. En Casbas, estaba custodiada por la enorme huerta, que regaban con su fuente y mirando al norte, podía admirar la Sierra de Guara, que le inspiró una hermosa poesía.

Y como  ella,  los hombres y mujeres, convirtieron en hermosos jardines ciudadelas guerreras en otros tiempos, como la de Pamplona y la de Jaca y en nuestra ciudad de Huesca, entre las carreteras de Sabiñánigo y de Apiés, donde antes estuvieron las basuras y polvorines, se están repoblando cerros, entre los que se encuentra aquel donde han reconstruido la ermita de la Virgen de Jara, para transformar aquella zona en un hermoso jardín, desde donde se podrá admirar la Sierra de Guara y el Salto de Roldán. 
Ermita de Jara (Huesca)

Toda la sociedad lleva en su mente y en su corazón el deseo de usar los jardines, que en otros tiempos solamente lo eran por unos pocos ciudadanos, pero hoy en día uno se encuentra urbanizaciones en las que cada casa tiene su jardín. De la misma forma que nos acordamos de ellos, sería fácil y agradable recordar a Ana Abarca de Bolea, que soñó crear un jardín en el Moncayo para que todos los ciudadanos pasearan por él.

Hay un contraste entre los magníficos templos paganos, que aparecen en novelas pastoriles, como el de la diosa Minerva y la pobre y vieja ermita cristiana de los pastores del Moncayo, como dice Angelines Campo en la página 203 de Tesis doctoral y añade “…y porque la ermita del divino Juan no quedara tan solitaria, …la reedificaron entre todos “. Parece que el espíritu de los rurales oscenses, como Daniel Calasanz y sus esposas se dio cuenta de que “el dominio natural es transitorio, de acuerdo …con el final feliz …de la obra” han de contribuir a la reconstrucción de la ermita de Nuestra Señora de Jara. No pudieron poner, como los pastores del Moncayo un capellán y unos caseros, que  cuidaran de su devoción y adorno”. Ahora no tienen las ermitas ermitaños, como los tuvieron en mis años de niñez.

“Podemos concluir, pues, que la síntesis y antisíntesis entre lo natural y lo artificial, tan típica del Barroco, se manifiesta en la Vigilia y Octavario de San Juan Bautista en la presencia del paisaje artístico y en la ermita ruinosa y ornamentada, como principales espacios sobre los que se desarrollan las fiestas pastoriles”. Y ¡como Huesca tiene los mismos sentimientos hoy, con Jara y los montes próximos de los que quieren hacer,“un delicioso prado tan poblado de ese adorno (plantas naturales y flores), como asistido de naturales aromas”, como los tenía en aquellos viejos tiempos,  Ana María Abarca de Bolea!.

Escribe Angelines Campo: ”Y, como lección final de la novela, es ésta de la generosidad, la virtud exaltada, presentando un acto de liberalidad colectiva que, pretende sea la culminación de tantas generosidades anteriores”: y porque la ermita del divino Juan no quedara tan solitaria como la habían hallado, la reedificaron entre todos(…), con qué acabaron de acreditar su generosidad y devoción, prosiguiendo en ella todo el tiempo que vivieron”.

El Parque de Huesca, en el que seguramente entraría el jardín de Lastanosa, fue creado por don Vicente Campo, padre de la que tanto entiende de la personalidad femenina de Ana Francisca Abarca de Bolea

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