Me acuerdo cuando, hace muchos años, caminando bajo los árboles del
paseo, los gorriones evacuaban sobre nuestras cabezas de estudiantes, pero
ahora en lugar de árboles estáticos, hay automóviles mecánicos y los gorriones,
¿se habrán ido a algún pueblo?
No todo es nuevo en la gran
ciudad, también hay viejas calles estrechas como tubos y en una de ellas hay un
viejo café con columnas revestidas de espejuelos plateados en la entrada, altos
techos de yeso pintados al aceite y ennegrecidos por viejos humos siempre
renovados y, al fondo, un escenario con
músicos y mujeres, que enseñan sus encantos cuando son jóvenes y sus
abundancias cuando son maduras, a los numerosos viejos, sus admiradores. Casi
todos ellos llevan boina caída hasta las orejas, que parece consustancial con
sus personas. Quizá en los pueblos de
origen mirarían a las bañistas, ocultos tras los chopos, como los ancianos de
la Biblia espiaban a la casta Susana. Trasplantados a la gran ciudad, no tienen
necesidad de esconderse, sino que, cómodamente sentados tomando café y
envejeciendo cada día más el techo con el humo de sus farias, miran “columnas
de oro sobre basa de plata, tales son piernas hermosas sobre firmes
talones".(Eclesiástico).
Si estos firmes talones se basan
sobre altos y firmes tacones, que taconean al son de músicas de catañuelas,
esos viejos se sienten rejuvenecer…
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