No todos los aquí presentes nos hicimos tales en el universo en la misma fecha, pero casi todos nos matriculamos por los mismos días en la Universidad y todos entramos en el mundo de la Veterinaria hace veinticinco años.
Y si Lepanto fue para Cervantes la mayor ocasión que vieron los siglos y para los catalano-aragoneses fue la expedición a Oriente, para nosotros esta celebración de las bodas de plata es una de las mayores ocasiones que han visto nuestros ya no jóvenes ojos, pero ocasión pacífica y entrañable por los recuerdos de compañerismo y amistad, por la nostalgia de una juventud pasada y de unos compañeros como Eduardo Respaldiza y de unos profesores que se fueron otra vez al universo de donde vinimos todos. Es todo cuestión de fechas, pero la fecha de la que hago cuestión en estos momentos tuvo lugar hace veinticinco años. ¿Es posible? ,¡si es posible zagales de entonces, honorables señores de ahora!.Aquí estamos para contarlo y para celebrarlo. Y como supongo que a vosotros os agradará saber de los demás compañeros, como a mí de vosotros, os voy a contar un cuento que parece historia, tal vez pobre pero humano de un veterinario. Se llamaba Francisco y en lugar de llamarlo Paquito, como era altoaragonés lo llamaban Francher.
Francher era un “misache” que vivía en uno de esos pueblos de la sierra en los que ya no queda nadie. ¡Bueno!, aún quedan jabalíes que crían en las mismas “zolles” donde antes criaban los tocinos. Cuando Franco, no Francher, porque ya ha crecido, sube a su pueblo, se llena de tristeza al ver la iglesia convertida en paridera, el cementerio en un bosque y su casa solar en una ruina. Entró por ella y de la “zolle” donde antiguamente criara la tocina saltó un jabalí que se puso “rufo”, le enseñó los colmillos, gruñó y dando un bufido salió disparado por la puerta del corral. Francho se acordó del “gulín” que cuando era niño le acompañaba por los prados, porque lo había hecho “panicero” y exclamó: ¿qué lástima no haber traído la escopeta?. Mañana hubiera bajado la muestra del jabalí al matadero y nos hubiéramos echado una “lifara” con los matarifes. Porque, aunque no lo había dicho aún, Francho era veterinario y ¡bueno!.No le gustaba matar a nadie a pesar de estar en el matadero, aparte de los jabalíes, que lo tienen bien merecido, pues como habéis podido comprobar, se les está “pusiendo mucha orgullez”. Pero a ese “gulín” que estaba recordando no lo hubiera matado nunca, porque era amigo suyo y si no fuera porque sus padres se empeñaron, aún estaría vivo. Claro que el día que lo mataron, el se escondió en la cuadreta de la burra para no verlo padecer, pero aún así se acongojó de “sentilo chilar”. Aún ahora después de tantos años, le parecía que una “angunia” se le metía en el pecho al recordar a su amigo el tocino. No se rían ustedes de que Francho tuviera un amigo tocino, pues era verdadero, tocino de verdad y amigo de verdad y después conoció en la ciudad a muchos, que nunca ha sabido si eran amigos de verdad o tocinos de verdad, pues si bien sólo tenían dos patas, su comportamiento era peor que el de un tocino o el de un jabalí, como el que le brincó de la zolle de su casa.
¡Qué cosas es la vida!, pensó Francho. Un gramático le hubiera dicho: no se dice ¡qué cosas es la vida! pero yo que no tengo más gramática que la parda, que me ha enseñado la gente del pueblo, pienso que tenía razón el veterinario, porque la vida está compuesta por muchas cosas. Y muchas cosas le pasaban a Francho por la cabeza en esos momentos. Salió de la cuadra cantando: mi tocino murió, mi alegría se fue y la cuadra se quedó “pa” criar jabalís. Llegó a la plaza donde había unos hermosos carasoles y en ellos, le pasaron como en una película, antiguas escenas: “la vieja hilaba, el tejedor tejía, la gallina escarbaba, el ciego tañía y la niña cantaba al bebé: ¡teje, teje, tejedor, garras, garras de traidor.
El tejedor llevaba su tejemaneje, pero, desde luego que no tenía garras y menos de traidor.El niño pequeño,que todavía era menos traidor, agitaba sus manos como si tejiese, alternaba el movimiento de sus pies, como si estuviese moviendo el telar por medio de pedales y mostraba una gran alegría al oír eso de garras, garras de traidor; el contraste entre la inocencia infinita del niño y la acusación de traidor que él oía gozoso al ritmo del cuneo, provocaba la risa de todos. Risa esencial, risa natural, risa existencial.
Todo era ritmo en el carasol, el subir y bajar del huso, el tejemaneje del tejedor, el escarbar de la gallina, el tañer del ciego y el crí, crí de la cigarra en el árbol; el burro, atado a una herradura clavada en la pared parecía dirigir la orquesta, pero no con una batuta, sino con dos, que eran sus largas orejas. Se posaba un tábano en su oreja izquierda, lo espantaba con su movimiento y se posaba en la oreja derecha en una constante pugna tábano-asnal en la que no había vencedor ni vencido, pero sí movimiento continuo. Zumbido del tábano y ritmo en las orejas del asno, música de ciego en el ambiente y ritmo en el cuneo de la cuna y en el sube y baja del huso de la vieja. El tejedor teje y una anciana desteje una toquilla para hacerle “peducos” al nieto repatán.
Tejer y destejer todo es hacer. Ahora se oyen muchas músicas ruidosas, pero yo quisiera que alguien tejiera y destejiera una música con un ritmo antiguo y aldeano, que me hiciera olvidar siquiera por un momento o por el tiempo que tarda en consumirse un disco, el ruido sin ritmo de la capital y recordar el ritmo aldeano de la placeta caracolera próxima a la casa donde nació Francho.(Ansó).
Casi se echó a llorar después de estos recuerdos, pero se tuvo que marchar, pues al día siguiente tenía que madrugar para volver a su dura tarea del matadero. Si hubiera elegido otra tarea no hubiera tenido que madrugar tanto, pero cuando bajó a vivir a la capital quiso estudiar veterinaria por su amor a los animales y se tuvo que agarrar a la moto, a la cuchilla y a la jeringuilla. Y ahora soy yo el que exclamo: ¡Qué cosas es la vida!, qué cosas se preguntarán ustedes y yo contesto ¡muchas!. Y entre otras: emigración de los pueblos, capitales que devoran, matarifes que desuellan ,veterinarios que miran, “vigoleros” que enmadejan, señoras que nos alegran, sátiros que las incordian, bufones que se nos ríen, José que sella canales, Don Adrián que canta pesos, trabajo que se acumula, entradores que interrumpen, almuerzos que nos reponen, algún “gótico” de vino, cables de luz que “garrampan”, alguna teja en el coco, el camión de los repartos y algún higo que a escondidas nos comemos en la higuera. ¡Cómo están los mataderos, Dios mío!. Porque en el matadero, aparte de las higueras que crecen por las paredes y por los tejados, había una más hermosa que daba dulces higos, pero el Señor Administrador no dejaba comer higos a nadie. Le mandaba una cesta al Señor Alcalde y muchas más a su suegra, que le gustaban mucho; el pobre Francho se acordaba de la higuera familiar de su pueblo y exclamaba, ya no voy a buscar higos, blancos, dulces y amorosos, que derraman por la tierra sus miles de semillas, al caer y aplastarse en el suelo, generosos. No me punzan los pinchos en la higuera, como me hieren las espinas del rosal, pero es áspero el roce de sus hojas, como dura es la piel de la mano labradora. Forman las hojas de la higuera un manto protector, como si cientos de manos campesinas solidarias trataran de ocultar a los higos y a las brevas, ya blancos ya negros en su piel, del pico de la urraca, ladrona alcahueta y blanquinegra.
La abeja defiende la miel de bocas golosas con sus aguijones, pero los higos son miel que comen los campesinos, que devoran los tejones, las raposas y los perros. Las aves son elegantes y los toman de las ramas y depositan semillas en los viejos campanarios, el color es oscuro, verde oscuro, el de las hojas de la higuera y el del tronco es claro porque no le llega el sol. son sus ramas meduladas, no resisten violencias y se quiebran en seguida. Sus raices, cual aceros, penetran profundamente entre juntas de las piedras de las ruinas y en grietas de las piedras arriscadas.
¿Qué se habrá perdido en mí, que no voy a las higueras de los huertos, de las viñas, de las rocas, de las ruinas?.Quedan higos verdes en los huertos, quedan higos pasos en las viñas y quedan higueras en Figuerazas, y yo paso y tú pasas. Pasamos todos del fruto generoso y buscamos la miseria embotellada, enlatada, de color plastificado. Si fuera libre, volvería a tu sombra, higuera centenaria y me sentaría en el cajero de la acequia que te riega, comería de tu fruto pegagoso, el agua corredera lavaría mis manos y tus hojas rozarían mi frente. No tienes amigos, higuera, porque eres modesta, basta y campesina, ¡campesina y basta!.No llores higuera, látex de tus hojas, látex de tus higos, de tus hijos higos, que la fealdad que se te atribuye, Juana de Ibarburu coincidió contigo en que la higuera es bella, que acoge, que es buena su sombra y el higo es un fruto espléndido de niños sin dientes, viejos desdentados, de fieras, de aves y también de hombres.
A Francho cuando salió de la Facultad le tocó ir a inseminar con quinientas pesetas al mes, a bordo del cajón de un motocarro, conducido por su lacayo, que cobraba veiticinco mil pesetas al mes, se comía un higo y se acomodaba lo mejor que podía en su cajón. Asomado a los laterales, al pasar por las calles, las veía a todas y todas lo veían a él y exclamaban: ¡Que veterinario tan bueno! ; pero ahora igual que los jabalís han perdido la vergüenza, la han perdido también algunas jóvenes y cuando ven a mi guapo y apuesto compañero veterinario bajar de su lujoso coche, exclaman; ¡qué bueno está este veterinario!. Otras, más pudorosas, cuando lo abordan le dicen, es usted un matador, señor, pero a Francho que ya está un poco mayor le dicen las chichorreras del mercado: ¡es usted un incordiador Señor Mariscal!
Francho pasa de las chichorreras del mercado, pero le preocupan las brujas del matadero, porque le parece que hay brujas alrededor de los mataderos. Unos dicen que los van a cerrar, otros que los van a trasladar, pero como el matadero en que trabaja dicen que es un monumento artístico ni lo venden ,ni hacen otro nuevo.
El otro día se cayó un trozo de techo y casi mató al Señor José.¡No somos nada!.Cualquier día le caerá a Francho una teja de esas artísticas y hará de el veterinario un muerto.
Con esto del aceite de colza, el Señor Alcalde escribió un papelico y convirtió de repente a Francho de veterinario en boticario, con estos vituperios nuestro héroe no se quiere dejar ver por la calle porque un coro de mujeres, tan guapas como esas que tienen retratadas los matarifes en los vestuarios, pero con buena ropa, le empezaron a cantar: ¡Qué pasa contigo tío y qué con el matadero, matarife, rife, rife matarife riferón!.
Un domingo se fue a su pueblo, a ver si mataba un jabalí. Mientras estaba allí, cayó sobre Huesca una bomba de neutrones, de esas que llaman civilizadas porque matan a la gente pero dejan los monumentos artísticos como el matadero. Vio desde el pueblo a los pocos días como los buitres revoloteaban sobre Huesca. Cuando pasaron más días bajó a la capital y encontró a todos los del matadero que se habían escondido en un antiguo refugio de la Guerra, que hay debajo del ropero de las mujeres.
La única que había muerto, además del administrador era la higuera y todos los empleados del matadero, como una gran familia se pusieron a cantar: ¡Ya la higuera se secó, tiene las raíces fuera, mi muchacha no me quiere porque ando en la borrachera……!
A los pocos días bajó a Zaragoza y se encontró a los compañeros de carrera y exclamó:¡Después de pasar tantos “vetuperios”, tan caro no lleguemos a celebrar las bodas de oro!.
Claro que si llegamos a tal fecha, nuestros cerebros estarán un poco en la higuera y nuestras coyunturas tendrán higos, esparabanes y alifafes.