Mosen Marcelino Playan, natural de Antillón que tanto se nombra en estos escritos, y que según los republicanos fue muerto primero en la toma de Siétamo, como así lo anuncio la Radio Barcelona al servicio del CNT y de la FAI. En la toma de Estrecho Quinto y en franca huida fue sorprendido por los militares y estos le dieron muerte después de cruzarse entre unos y otros varios tiros. Pero el cura no murió. “Como ves, caro lector, resucité cual el otro Lázaro, no una sino dos veces” para hacer esta copia. Sin Comentarios”. (Esto lo escribió aquel que lo llamaban el guerrillero faccioso “Bonete”, que prefirió incendiar el pueblo que defendía antes que entregarse a los leales). De nuestro enviado especial Antonio de la Villa.
Cuando entraron “los rojos” en Siétamo, abusaron de todo lo sagrado que había en la Iglesia, que lo sacaron a la Cruz central de la Plaza, y allí lo quemaron y convirtieron la Iglesia en un garaje para reparar sus vehículos.
“Copia hecha el 15 de marzo de 1937 por los rojos”.
Otra vez estamos en estas calles
desoladas de Siétamo, la mártir. Puede asegurarse que de ochocientos treinta y
cuatro edificios de que consta el lugar, solo once se han salvado de ser
desmantelados por la metralla. Los restantes están destrozados, ennegrecidos
por llamas sus muros y hundidos sus techos,
bajo los cuales quedaron muebles y enseres, y en muchas casas enterrados por el
escombro los humildes campesinos a quienes cogió dormidos la barbarie fascista
y no pudieron huir de la muerte.
Siétamo era un pueblo tranquilo
hasta unos diez años. Los egoísmos de los que todo lo tenían, dividió el lugar
en dos castas. Ricos y pobres. Aquellos daban jornadas de hambre. Estos pedían
un poco mas de pan para sus hijos. No hubo nunca acuerdo, pues, que en Siétamo
había un triángulo feroz. El señor, el cura, y el guarda.
Linda el medio siglo el señor ex
Duque de Almudévar: Alto, recio, de gesto duro y carácter violento, habitaba en
la plaza Mayor del lugar, desde donde ordenaba y exigía como señor de horca y
cuchillo sobre el vecindario. Había que hacer lo que él quisiera. Su desagrado
causaba la desgracia de una familia, ya que todas las fincas y casas eran de su
propiedad. Tan peligrosos como el señor eran sus siete vástagos, que se
distraían en provocar vejaciones y jugarretas a todos los elementos avanzados
del pueblo.
La sociedad del señor ex Cura
Párroco y el Duque de Almudevar es tan corta como pintoresca. El Cura Párroco, un tipo de religioso trabucaire,
guerrero y bravucón, que siempre estaba metido en sucedidos pícaros, y que
desde el púlpito, con palabras amenazadoras afirmaba que había de llegar un día
que se convirtiera en verdugo de los marxistas. El Cartero del pueblo,
personaje de solapada hipocresía y delator constante de los vecinos cerca del
señor ex duque, y un Guarda jurado, que era como el perro encargado de clavar
sus colmillos a quien a aquel se acercaba en son de queja. Cuentan y no acaban
relatando vergonzosas y repugnantes hazañas que durante muchos años cometieron
el Ex Duque de Almudévar y sus mastines.
Sonroja tanta ignominia, cuando
surgió la traición fascista, el señor y sus secuaces desaparecieron. Mala
semilla ventearán sobre el lugar cuando vuelvan esos cuervos, profetizó un
viejo pastor.
Y así fue, en efecto. El miércoles,
primero después del alzamiento, aparecieron los fascistas, seguidos de fuerzas
militares rebeldes. Al frente de los primeros, venía el triángulo fascista de
Siétamo: El Señor ex Duque, el Cura párroco y el Guarda Jurado. A la entrada de las Huertas se les unió el Cartero,
que entregó una lista misteriosa al señor. Era la relación contra los vecinos
que “merecían “un escarmiento. Consistía este en poner a los elegidos en la
pared del Cementerio y volarles la cabeza a tiros de mosquetón. Se realizó la espantosa
“razia” y de esa trágica forma fueron asesinados veintidós vecinos y cuatro mujeres.
Todas las ejecuciones fueron presididas por el triángulo siniestro. El Cura,
después de decir Misa, marchaba todos los días a los parapetos rebeldes
formidable tirador celebraba con grandes risotadas cada vez que hería a un leal
a la República.
Así estuvieron hasta que se tomó Siétamo. La
conquista fue tan rápida que de los cuatro asesinos sólo lograron huir el ex
Duque y el Cura que, como lo habían hecho Alférez los fascistas, fue a seguir
luchando. El ex duque se refugió con sus lebreles en Huesca. El Cartero fue sorprendido
en uno de los arrabales, cuando trataba de fugarse, y fusilado por individuos
de su propia familia. El Guarda Jurado también lo alcanzaron los fusiles leales
y murió en la Torre de la Iglesia, desde donde agredía, a las milicias que primeramente
entraron en Siétamo´. Posteriormente el famoso cura de Siétamo, al tomarse
el Castillo de Montearagón huyó pero fue
descubierto en el monte, donde se había escondido, y como recibiese las fuerzas leales a tiros, fue muerto.
El general José Villalba Rubio, jefe de las fuerzas republicanas en Barbastro, intercedió para que los de la CNT y la FAI y anarquistas no tomaran Siétamo. “No obstante, al producirse la sublevación, cambió de idea sin que se conozcan bien los motivos, aunque quizás pudo deberse a la incomunicación con respecto a los demás sublevados, a la presión anarquista incluso dentro de sus propias tropas, a la falta de unidad entre sus oficiales y al fracaso de la sublevación en Madrid y Barcelona. Posteriormente, en el consejo de guerra por auxilio a la rebelión militar al que se vio sometido el coronel José Eduardo Villalba Rubio, se comprobó que este dato era falso y pronto se puso en acción, y avanzó con sus tropas sobre Huesca. Por su experiencia se le otorgó el mando de todas las unidades que asediaban Huesca, realizando ataques contra la ciudad en septiembre y en octubre sin llegar a conquistarla. También tuvo alguna discusión con los jefes anarquistas, caso de Durruti, por la forma de llevar la lucha en el Frente de Aragón. (Fuente de Wikipedia).
Tendríamos que aclarar que, el cura no fue muerto por que se fue a Huesca y cuando acabo la guerra volvió a ejercitar su misión eclesiástica en Siétamo. Como habían destruido la Iglesia donde los rojos habían construido un foso para arreglar sus vehículos, el cura siguió celebrando la misa en su casa en la calle Alta. En el balcón de esta casa tenía colgada una llanta que golpeaba haciendo el uso de un badajo-campana. Los que entraron en Siétamo eran de la CNT y la FAI y no eran militares profesionales. Un comisario rojo, quiso hacer entrar en la conquista de Siétamo a unos militares de la República y que se abstenían de luchar por la conquista de la villa con la violencia que usaron los anarquistas. A parte de esto , vi a Mosen Marcelino durante la guerra con mi padre y nos lo encontramos en Huesca vestido de paisano delante de la Compañía en el Coso. Una vez arreglada la Iglesia, Mosen Marcelino Playan, bautizó a un niño y colaboramos con este sacerdote un amigo mío de Siétamo y yo.
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