martes, 10 de abril de 2012

Mosen Iván Castillo Mainer

El pintor frente a Novales

Iván es el nombre que precedido por la palabra  Mosen, que en aragonés tiene el significado de Monseñor, adorna el apellido Castillo. Los Castillos se muestran elevados en los pueblos próximos a su Parroquia de Novales. En ella, desde hace unos cincuenta y ocho años, Iván eleva los espíritus de los feligreses de Novales, de Argavieso, de Piracés y de Albero Alto, que desde cientos de años, comunican por medio de la oración, sus espíritus con los de sus antepasados. Porque, cuando abandonan los hombres y mujeres, es decir “el populo barbaro”, este suelo, que recuerda, como se canta en los salmos, el abandono de sus cuerpos de “Egipto” o de esta tierra, en la que han vivido,  igual que los judíos soñaban vivir en el “Reino de Israel”. Ivan se puso a cantar, en la Parroquia, este salmo en la Semana Santa:  “In exitu Israel de Egipto, domus Jacob de populo Barbaro”, “en la salida de Israel de Egipto, la casa de Jacob del pueblo extraño”.

 Cuando ya se vio Mosen Ivan con su carrera terminada, impulsado por su vocación de redimir a los hombres, se desplazó a predicar a los miembros del pueblo venezolano, en sus densas selvas. Una vez en Venezuela, con toda su fe, rogaba al Creador, al acercarse a las orillas del Río Orinoco, que le salvara del daño que amenazaban las pirañas, que en escasos minutos devoraban a una vaca, que se había acercado a beber agua a las orillas del río. Incluso,  cuando los hombres se acercaban a desviar el agua para regar sus tierras, debían tener un gran cuidado, para no ser sorprendidos por aquellos crueles animales de agua. Además, los mosquitos, cuando iba montado en un coche, formaban oscuras nubes, que hacían  parar en ocasiones al vehículo, produciendo un temor, por su enorme tamaño y por el nombre que les daban  los indígenas, que era el de “zancudos” y eran capaces con sus picaduras, si eran numerosas,  de dar la muerte a los humanos. La temperatura de cuarenta grados le hacía la vida casi imposible. Mosen  Ivan se acordó de cuando los israelitas salieron de las orillas del Nilo, de aquel pueblo, que les hacía  sufrir, como a él le hacía penar aquel “populo barbaro”, lleno de pirañas y de “zancudos” y se decidió a volver a su tierra de los castillos de Aragón. Hay un castillo hermoso,  pro ya casi derruido en Argavieso, derribado en Albero Alto, restos de edificaciones ibéricas en Piracés y en Novales han restaurado el castillo, cercano a su Parroquia.

Iván ha contemplado paisajes del Pirineo, de la Tierra Plana, todos ellos serenos y verdes por el Norte y pardos por el Sur, pero se acuerda de aquellas tierras venezolanas, que llenan los espíritus de intensos coloridos que le invitan a plasmarlos en un lienzo. El día doce de Abril de este año de dos mil doce, en un encuentro casual con Iván, me invitó a contemplar los cuadros que pinta en el Estudio de Pintura, que tiene abierto en su piso. Al entrar me llamó la atención, la presencia de bustos de hombres y de mujeres, unos artistas como Betoven y un busto de una mujer clásica de Roma. Yo me pregunté ¿qué tiene que ver la escultura con la pintura?. Pero antes de acabar mi pregunta, Iván me explicaba que allí estaban como modelos, para que él y sus alumnos, pintaran con carbonillo, figura humanas bellas y elegantes. Y efectivamente, a medida que ibas recorriendo el Estudio, veías cuadros representando músicos, damas, guerreros y hombres sabios o aguerridos. Pero los paisajes unían tu sensibilidad a la obra de la Creación. Los colores no eran siempre los mismos los que vitalizaban los cuadros. Por ejemplo uno de ellos que representaba un pasaje de los Pirineos, que era como una visón idealista de una elevada montaña con sus cumbres nevadas, donde la nieve no resultaba de color azul, sino blanca, luego a medida que con la vista ibas descendiendo de las cumbres, aparecían los bosques y en la parte baja, corrían las aguas de un río, rodeado de árboles, que se miraban como corrían las aguas por su cauce, en el que se encontraban peñascos desgastados por las eternas corrientes de agua que los besaban. No se pensaba en el color blanco ni en el verde ni en el gris, sino que todos  se unían como vistiéndose de un romántico color azulado.

Atraían las fachadas de numerosas casas montañesas con sus puertas provistas de arcos de piedra, con esas puertas adornadas con recios relieves de férreos clavos, con sus ventanas también protegidas en sus bordes por piedras labradas, balcones de negro hierro, como protegiendo numerosas y bellas macetas con flores de diversos colores, que las dueñas colocaban en los balcones, para devolver a las montañas y a los valles, la belleza de los montes, de los árboles y de las plantas, unas enormes y otras pequeñas.

Hay una ventana, que deja adivinar en su interior la vida de una mujer, pero que se aproximaba al exterior, para contemplar la Naturaleza, ofreciéndole en la base de la apertura de la ventana, una maceta, llena de rojas rosas y una de ellas, se encontraba sola, fuera de la maceta, como para que contemplara el exterior de  la ventana, y para que el paisaje la besara y así se amasen la dama que vivía en el  interior de la casa ofreciendo a la Naturaleza una hermosa rosa, como para agradecer  al exterior de la vivienda  y devolverle la belleza, que el Eterno Dios ha creado.

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