El día de San Jorge, Patrono de
Aragón, como también lo es de otras Naciones y Regiones, he entrado en un Bar,
situado cerca del Cerro sobre el que está observando a Huesca, el Santo en
su Ermita. Estaba tomando su café en la
barra del Bar, a mi lado, un hombre de cuarenta y nueve años, edad que me
declaró, al decirme que había nacido el
año de 1963, año en que comenzó a rodar la película de su vida. Estaba dicha
película formada por una charla, que más bien era una conversación seria y
trascendente, porque no sólo me ha hablado de nuestra vida en este mundo, sino que
me ha dicho que aquí, estamos de paso y convergiremos todos en otros lugares, circunstancias
y espacios etéreos, de los que , en realidad, desconocemos su naturaleza. Ricardo
estaba seguro de que en ese “más allá”, nos encontraremos.
Esa vida me la hizo contemplar en
poco rato, como si fuera una de esas películas, que proyectan sobre una
pantalla, los hechos, unos felices y otros tristes de los que un hombre o una
mujer, pueden unas veces gozar y otras
sufrir, con el fin de aleccionar a los videntes o visores que miran a esa pantalla. Ricardo se
emocionaba al decirme que nació en Jaca, pero en el noble monumento de la
Ciudadela, en la que los soldados pidieron a Dios su
bendición, para luchar contra los ejércitos invasores de la potencia de la
cercana Francia. Allí se acordaba de
soñar con nobles caballos de los guerreros y se alegraba de que ahora, se hubiesen
llenado los fosos de pacíficos ciervos. Pero aunque no se acordaba de su
nacimiento, por haber venido al mundo sin memoria ni entendimiento ni voluntad,
me dijo que nació prácticamente muerto, porque
tenía rodeándole su cuello el cordón umbilical. Alguna mano buena, le salvó la
vida. Para él esa mano fue la de su abuela Martina de la que conserva en su
memoria y en su corazón, un recuerdo y un sentir, ambos terrenos y celestiales.
Al mismo tiempo aquella Ciudadela, lugar creado para la lucha defensiva, se
apoderaba de su corazón para recordar su lucha por la vida, acompañada por los
nobles caballos de aquellos soldados de siglos pasados. Entró entonces en las
actividades de la vida de su abuelo Paco, que corrió por el mundo, pues nació
en Andorra, estuvo en América, de donde vino llamado desde España para
participar en la Guerra Civil de 1936 y él, se preguntaba:¿qué demonios se me
han perdido en esta maldita Guerra, en la que sólo se da la “incivilización”.
Su abuelo y su abuela eran seres humanos que ayudaban a los “escondidos de
Jaca”, a los que de mil formas los protegían, como dándoles algún trozo de
carne, de su carnicería. Estaba ésta situada en la calle
Zocotín. El creía ya, desde que fue
pastor, en un futuro eterno mejor y no admitía el odio que arrastraba a la
maldita guerra. Ella, salvando la vida a su nieto Ricardo, pensaba también en
que viviera para hacer el bien y la justicia y se fuera al otro mundo, ya con
muchos años. Y Ricardo permanece en este mundo, pensando que los males traen la
carencia por el pueblo de alimentos, contrariamente a lo que dice el “Pan
nuestro de cada día, dánosle hoy”. Esos políticos son seres que se divierten
siguiendo las ideas “interpuestas” por otras influencias dirigidas, unas por el
bien y otras demoniacas, por el mal. El pueblo acude a votar
democráticamente, pero los políticos
elegidos, van dictados por ideas, cuyo primer objetivo es alcanzar su
propia riqueza, actitud que es la misma que la de los cuerpos materiales, pero que
no tiene apoyo en los espíritus.
Dice Ricardo que él es un artista
y que a veces se ve “afosilado”, como se vio el Filósofo
Unamuno o fusilado como el poeta andaluz Federico García Lorca. A la mente de Ricardo se le acerca la idea de
usar el antiguo salterio de Jaca, en honor de los poetas y de los filósofos,
como hacía, hace ya muchos años el padre de su abuelo en Yebra de Basa,
haciendo sonar dicho salterio,
acompañando a los Danzantes, en honor de la Mártir Santa Orosia. Igual que
Federico García Lorca escribió sobre la Guitarra: ”Empieza el llanto de la
guitarra”, Ricardo se acuerda de su antepasado que empezaba para Santa Orosia,
en Yebra de Basa a dejar escuchar el llanto del salterio. Ricardo se daba
cuenta de que “es inútil callarlo”, como a Federico García Lorca le parecía
“imposible callar” la guitarra. Es que la guitarra y el salterio “lloran por
cosas lejanas”. Y él se bañaba en las lágrimas viejas del salterio y le
recordaban, los “afosilamientos” actuales, la “incivilización” y los
“escondidos”. Me parecía que estaba gozando del ambiente de Jaca y de Yebra de
Basa, bendecidos por Santa Orosia y la alegría que se escuchaba producida por
los salterios, de los que todavía se conserva uno de ellos, guardado en la
Catedral de Jaca, la más antigua de España.
Yo seguía escuchando la charla de
Ricardo, que más que charla era una conversación seria y trascendente, porque
no sólo hablaba de nuestra vida en este mundo, sino que somos aves de paso por él y que convergeremos todos en otros
lugares, circunstancias y espacios etéreos, de los que, en realidad, desconocemos su naturaleza. Pero
Ricardo estaba seguro de que en ese “más allá”, nos encontraremos.
Ricardo, trabajador del Cine y que por tanto
no me extrañan sus palabras, me ha hecho contemplar la película de su vida con
hechos reales y yo la he estado
contemplando y escuchando el sonido de los salterios, como si fuera un Best
Seller.
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