miércoles, 4 de abril de 2012

El Santo Cristo en su capilla, adorado por la Madre Berride



Dijo el Señor Obispo Don Javier Osés  en la misa gregoriana de la Catedral, el día uno de Marzo de 1997 : ”Todo es templo para alabar a Dios. El Templo lo habitamos todos, en esta Catedral de piedras, como nosotros somos piedras de la Iglesia”. Efectivamente, todo es templo para alabar a Dios, pues muchos oscenses, que son piedras de la Iglesia, lo alaban cuando caminan por los montes y  por su misticismo se sienten hijos de Dios en todos los lugares por donde pasan. Y si alguno no se siente unido con Dios, de repente siente que  le pregonan la presencia del Ser Supremo desde la Catedral , que se contempla desde grandes distancias o desde San Lorenzo, Santo Domingo o por  la pequeña capilla de San Antón de Casa Güerri, en la Calle de San Lorenzo, por la que camina.  Por la parte oriental de la capital enseguida se observa el antiguo Castillo-Monasterio de Montearagón  y cerca de Loporzano,  debajo del Pantano de Vadiello, se ve, rodeada de olivos, la Ermita de la Virgen del Viñedo. Si sube por el Norte puede meditar sobre el convento de San Miguel y sobre la Virgen de Cillas o pedirle a Santa Lucía que le conserve la vista. Si va caminando por el Poniente desde la histórica Ermita de San Jorge, acaba su paseo  en  la Ermita de Loreto.   Y por el Sur verá la románica Ermita de los Dolores de Monflorite, unida en otros tiempos al Convento de frailes que ocupaban el edificio,  que más tarde se convirtió en la Zona. Vayas por donde vayas, te encontrarás oscenses que visitan esas ermitas y presidiendo desde arriba en la Capilla de la Catedral, está el Santo Cristo de los Milagros, “ardiente llamarada “, como lo llama el profesor Buesa, que reparte la luz sobre todos los templos que he citado y como dice Don Javier Osés, sobre “Todo el Monte de Huesca que es templo para alabar a Dios”.
Pero no sólo en la actualidad los oscenses van de ermita en ermita alabando al Señor,  como los romeros, sino que he visto romerías y peregrinaciones de las gentes de Huesca y de su Comarca. Unas veces iban a Loreto, que casi llegó a encontrarse en ruinas, hasta que lo restauraron y otras  a la Ermita de Jara,  reconstruida totalmente, movidos por la devoción  del hortelano Daniel Calasanz y de otros oscenses.
Pero ya casi no nos acordamos de antepasados oscenses, que recorrieron todas las ermitas citadas y tenemos en los años ya lejanos de 1.658  a la Madre Berride,  nacida en la Plaza de San Martín en una casa que tenía  una terraza y desde ella,  se veía la Ermita de Salas. Tenía por entonces la ilusión de ir a despedirse de la Virgen de Salas y su hermana se vio en la obligación de ayudarle a subir a la terraza, para despedirse de la Virgen y  rezarle una oración. Por la cara norte, miró hacia la Catedral, para decirle al Santo Cristo : ¡hasta pronto!. Es que la madre Berride amaba tanto a Cristo, Dios y Hombre Verdadero, que en la iglesia de Santa María de Foris, que también está en restauración, había un hermoso Niño Jesús  y ella se lo quería llevar consigo.  Su madre le dijo que Jesús se había entregado a toda la humanidad y ella podría amarlo siempre. Así ocurrió porque si de niña amaba al Niño Jesús, de mayor estaba unida al Santo Cristo de los Milagros, al que pedía por la paz durante la Guerra de Sucesión y para que lloviera, para que se fructificaran  las cosechas, que evitaran pasar hambre a los oscenses. En cierta ocasión acudió con el pueblo de Huesca a la Ermita de Loreto, para pedir la lluvia. Esta cayó tan copiosa que las autoridades, se quedaron a dormir en Loreto, pero la Madre Berride, aguantando la lluvia volvió caminando a su casa de la Plaza de San Martín. Cuando hay que ir a rezar al Santo Cristo, acuden a su capilla multitud de oscenses y de vecinos del Somontano y en cierta ocasión cuando por la noche caminaban de romeros algunos vecinos de Siétamo, al llegar a las Casetas de Quicena, cayó una fuerte tormenta. Se refugiaron los peregrinos bajo los aleros de una de las casetas del Barrio, pero salió uno de sus dueños y los hizo entrar en su domicilio. En otras circunstancias iba a visitar al Santo Cristo de los Milagros a su Capilla y entraba en éxtasis, en que pasó en algunas ocasiones, varias horas. Gozó desde niña del Niño Jesús, en la Iglesia que está al lado del antiguo Hospicio, hasta vivir éxtasis, acompañando al Santo Cristo de los Milagros en la Catedral. Pero, como buena oscense, recorrió la Ermita de Santa Lucia, la de Los Dolores de Monflorite y entre muchas más, la del Virgen del Viñedo, en Castilsabás.
 Según los racionalistas, cuando se acaba la razón comienza el sinsentido, pero Don Javier Osés, se daba cuenta de que, empieza el misticismo. Lo mismo le ocurría a la Madre Berride porque ella se daba cuenta de que  el fin de la racionalidad no conduce al sinsentido, porque, con su misticismo    veía que no se acababa la vida de la humanidad con la muerte de los que a sí mismos se llamaban racionalistas. Murió Cristo,  pero resucitó.  Y como creía en la continuidad de la vida humana, paralela a la vida eterna, profetizó que se crearía un convento de Dominicas Terciarias, que enseñaría y educaría a las niñas. Efectivamente sus seguidoras, como  la Madre María Lay, a los trece años de su muerte, abrieron el convento de Santa Rosa, pues un sacerdote, pariente de mi abuelo  Ignacio Zamora Blasco, dio el dinero para comprar una casa.    La razón no se ha perdido porque el Señor es la Razón Absoluta y se hizo hombre, se hizo el Redentor de los hombres y es venerado por los oscenses en el Santo Cristo de los Milagros, porque el misticismo ayuda al hombre a alcanzar, algún día la Razón. Esto parece que expresa la oración al Espíritu Santo, cuando dice: “Envía, Señor tu Espíritu y todas las cosas serán creadas y renovarás la faz de la Tierra”. Y entre los oscenses la mística los acerca a  la ermita  de   Los Dolores de Monflorite, a la iglesia de Santo Domingo, a la Virgen del Viñedo Somontanés, a la hermosa ermita de Salas y a Loreto, como la madre Berride, acudía a todas ellas a venerar a la Virgen y amarla como ella la amaba.  Porque la Madre Berride sentía en su corazón místico, una llamada, que la llevaba “a comulgarse a la iglesia Catedral y le infundió un especial amor a la Capilla”, donde los oscenses adoramos al Santo Cristo de los Milagros.
   

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