“¡Qué bueno y que alegre es que
todos vivamos como hermanos!”.Esta exclamación bíblica es muy antigua, pero en
realidad, sigue siendo hermosa como frase y mucho más cuando se lleva a la
práctica.
En los tiempos actuales, unas
veces por la escasez del espacio de los nuevos pisos, otras por el trabajo, al
que tienen que acudir lo mismo las
mujeres que los hombres, es difícil que las familias convivan y se aumenta el
problema de esa convivencia, unas veces por la cada día mayor ancianidad de las
personas y otras porque esos ancianos muchas veces padecen la enfermedad de
Alzheimer.
¡Cuántas personas están
padeciendo dicha enfermedad!, pero aquellos que no tienen familiares que la
sufran, no se enteran de los sufrimientos que acarrean dichos enfermos a su
familia!. Por eso uno queda impresionado al leer la obra de Carmen Bailo, que
entre multitud de anécdotas, escribe lo siguiente:”No sólo es la enfermedad la
que agobia y duele, que ya es bastante, es también doble el gasto económico que
hay que asumir. Exceptuando la medicación, los pañales y un alto porcentaje de
la silla de ruedas, lo demás corría todo a cargo del enfermo, de mi madre,
claro. Pocas ayudas para una enfermedad tan larga y, en muchos casos, para
familias con pocos recursos. Nunca pensamos en llevarla a una residencia, pero
de haberlo hecho, mi madre no hubiera podido hacer frente sola a semejante
gasto. Tenía a sus hijas claro, pero había otras familias que carecían de este
apoyo, e incluso teniéndolo no podían costearlo…”.
Y uno se acuerda de esas
familias, que están unidas entrañablemente, al leer el siguiente párrafo,
escrito por Carmen :” La doctora seguía tratando de animar a mi madre, pero no
prestaba atención a sus ánimos, sólo lo miraba y tocándole la cara decía:”corazón,¿
por qué te has ido ahora que te iba a llevar a Bolea?…Mirándolo, volví a
repasar todos los años de enfermedad: un total de ocho años, que acababan allí
mismo. Años en los que estuvo bien, siempre alegre y con buen humor, siempre
con sus tierras y sus campos, con las Lanas, su bodega, sus amigos, su familia
y sobre todo sus nietos”. No puede uno hacer otra cosa que recordar a sus
amigos, que vivieron en Huesca o en los pueblos, que tuvieron sus ilusiones,
pero que murieron, como el padre de Carmen que ya “había muerto hacía mucho
tiempo”.
Yo creo que el libro de Carmen
Bailo es una llamada a la Sociedad para que se acuerde de los que la necesitan,
porque no sería justo que se olvidara de
aquellos individuos que vivieron en ella y con ella colaboraron, ya que “Mi
padre era una persona alegre y optimista…Le gustaba la gente y no era nada
introvertido…le gustaba tener gente en casa y compartir la bodega de casa con
los amigos…Mi padre nos contaba anécdotas o nos hablaba del campo y, sobretodo,
de los tres años de mili que le tocó hacer en Melilla”.
La Sociedad se sirvió de la
juventud de un mozo de Bolea en Melilla; justo sería que cuando el anciano se
vió en situación apurada, esa misma Sociedad, se acordara de él.
Yo me acuerdo de cuando estuve de
Veterinario en Bolea, donde conocí al padre de Carmen, pero lo importante es
que, su hija pudo acabar su obra, escribiendo.”Voy detrás del coche fúnebre,
lleno de flores y coronas por la carretera camino de Bolea, y al llegar a la
entrada, diviso, en lo alto de la loma, La Colegiata. Sonrío y te digo: Papá,
ya estás en casa”.
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