sábado, 12 de febrero de 2011

Antonio Ballarín y el progreso del Alto Aragón


Cuando bajo desde Puente la Reina hasta Huesca, miro a la derecha y cerca del río Gállego, se ven y se adivinan fincas privadas y muy pocos pueblos. Antonio Ballarín, nacido en Vellillas se fijó en aquella zona y adquirió una finca, cerca de Ayerbe, en aquella tierra casi desierta de población, pero no de medios de producción. No faltan dichos medios porque su finca se encuentra limitada por arriba por un Canal por el que corren las aguas de Ardisa al pantano de Tormos y el agua no encuentra obstáculos para bajar en dirección al río Gállego, regando la finca. Esa finca está sostenida por laderas que la sitúan de veinte a treinta metros sobre el citado río. Parece que el cauce de las aguas, también invita a que por él, corran los vientos de cierzo, aire tan aragonés. Es curioso como tales cierzos no perjudican el cultivo de árboles frutales, sino que son beneficiosos para que no se hielen las flores de los manzanos, que le producen unas manzanas exquisitas, blancas, de volumen notable y apetecidas por la industria de conservas. Antonio es un hombre fuerte, sonriente, sensato y trabajador, que ha logrado salir de aquel ambiente antiguo e impregnarse con la inquietud de convertir el Alto Aragón en un país como son la cercana Navarra, la Rioja y Lérida por el Este. Y ¿cómo ha de conseguir el objetivo de que se acabe la emigración y que se proteja a los que sueñan con la producción, para sí mismos y para toda la población?. Ya ha conseguido, en parte este propósito, pues tiene en marcha veinte hectáreas de manzanos en plena producción, pues me ha hecho probar unas manzanas, que te hacen feliz el rato que las consumes. Pero no está satisfecho con esa producción porque dice que hay que tener en cuenta las hectáreas, que se encuentran en lugares privilegiados y pensar que no sólo sirven para el cultivo agrícola, sino para cultivar la producción de energía renovable o energía alternativa. Hay que convertir a Huesca en una continuación de Logroño y de Navarra para llegar a Lérida y que esa tierra unida en productividad, sea una defensa para competir con Europa, en sus mismos límites, que deshagan aquella frontera, que ya entre nosotros casi ha perdido su producción de ganado lanar y en parte de vacuno.

Pero es que Antonio no posee esa inquietud como un impulso espontáneo, sino que ya le viene de su padre, del que me acuerdo cuando iba a Velillas y lo saludaba en su casa, en el curso de la Calle Principal de Velillas y por una variante se sube a la Plaza, donde alegraba el ambiente un balcón de hierro, con joteros y joteras forjados y bailando, mostrando la alegría de las fiestas aragonesas. No sólo vivía sino que sobrevivía en aquellos difíciles tiempos, en que él intentaba mejorar la agricultura. El se murió, como se han muerto todos nuestros antepasados, pero dejó la semilla en su hijo Antonio, que con el riego por goteo de sus manzanos, los refresca al mismo tiempo que los alimenta, disolviendo en el agua el abono, que les da la vida a los árboles. Porque si el Señor creó el Mundo, ha dado a los hombres la inteligencia para que “todas las cosas sean creadas y se renueve la faz de la Tierra”. Riega por goteo y ahorra el agua para que otros puedan utilizarla, creando obras de producción, como las que él ha hecho y tiene el propósito de continuar creando.

Me lo encontré a Antonio en la calle, acompañado de Monreal de Grañén, originario de Lierta y me acordé que si Antonio Ballarín luchaba por la obtención de energías alternativas, Monreal ya tenía hace unos sesenta años, un molino de producción eléctrica por medio del viento. Le pregunté que tal le iba el sistema y me contestó que tenía mucho que luchar, para frenarlo cuando el cierzo se lanzaba con energía descomunal. Lo quitaron cuando ya la energía eléctrica les llegó a su finca, situada en la carretera de Grañén a Tramacet. Hoy ya están sobre los montes, auténticos ejércitos de molinos de viento productores de energía, más perfectos que aquel antiguo de Monreal. Me alegré de encontrarme con dos, ya mayores, altoaragoneses, que lucharon por el progreso de la producción, pero Antonio todavía sigue con sus propósitos.

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