El villano en su rincón toma el sol en la solana, mira quien va por la calle y a unos, saluda amistoso y a otros les niega el saludo. A las mujeres ancianas apenas si se las mira, pero a aquellas más lozanas las envuelve en su mirada.
Muchas veces las requiebra y pretende enamorarlas. Unas sonríen contentas y otras le dicen imbécil. Unas quedan satisfechas y otras se quedan frustradas, porque el requiebro querrían que se lo hiciese un marqués.
Lía en papel el tabaco que sacó de su petaca y los domingos presume de un largo cigarro habano. En la mesa del café espera formar pareja para jugar la partida al julepe o al guiñote. Cuando gana le parece que es el rey y cuando pierde reniega y hasta llega a blasfemar. En la velada se queja de lo mal que está la vida, de lo caros que se han puesto las tasas y los impuestos, de lo poco que trabajan esos jóvenes de ahora y de la poca vergüenza que tienen las jovenzanas.
Cuando se muere lo llevan de concejala al fosal y luego los herederos se disponen a heredar.
El villano de la corte también tiene su rincón. Viste su traje de rayas con corbata de colores, le saludan las fulanas y charla con los señores de lo fatal que está España. Va del puesto que trabaja a su café habitual, se para con el portero de la casa del marqués; los domingos va a la casa regional, por ver si llega el villano desde su aldea natal. Este le cuenta los chismes de lo que ocurre en el pueblo, de los vagones que coge y de que ha matado el cerdo. El villano de la corte le comenta la amistad que le profesa el ministro de finanzas, lo que lo quieren la empresa y la señora marquesa. Pero no le dice nada de la pensión en que duerme, de las chinches que le pican y del frío del invierno. De ilusión también se vive y ambos contando grandezas de su rincón respectivo, las recuerdan para aparentar nobleza.
El villano en su rincón hace de él un castillo, desde el que ataca y defiende lo que la vida le ha dado y lo que de ella ha esperado.
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