La vida de los pueblos se va
acabando poco a poco, porque en el Ayuntamiento de Siétamo quedan en el núcleo
de Arbaniés muy pocos habitantes, ya ancianos y muchos se han muerto, como la
señora Carmen, dueña de una hermosa casa con unas rejas de forja artística. Le
dio al pueblo un céntrico y hermoso lugar para construir una piscina. En
Castejón de Arbaniés, que prácticamente se está acabando, pero a pesar de su
terminación, van acudiendo castejonenses, a la vieja Escuela, que convirtieron
en un hermoso salón, donde acuden a conversar algunos antiguos habitantes, que
se marcharon a Huesca y no pueden olvidar su hermoso pueblo, Castejón, desde el
que se contempla la Sierra de Guara. Allí va con mucha frecuencia la que fue
buena Alcaldesa de Siétamo, Marina Viñuales. Hacia el Este de Siétamo se alza
el noble pueblo de Liesa, que en siete pórticos de siete casas, se exhiben
siete escudos infanzones. Dentro de una iglesia, en la que se ven hermosas
pinturas, tal vez románicas y saliendo hacia Ibieca, se pasa por debajo de la
Ermita de Santa María, de donde se llevaron un cuadro románico, que representaba
el juico y martirio de San Vicente, a Huesca capital. He conocido en Liesa a
muchos, entonces ancianos, que se fueron a otro mundo y hoy, cuando llegas al
pueblo, ya no tienes con quien recordar tiempos pasados.
En Siétamo, con el
Castillo-Palacio desaparecido, se hicieron numerosos chalets de los que unos
están poblados, pero muchos vacíos de vecinos. Son dos las partes de su
población, una la antigua y otra la más moderna, que compraron sus numerosos
chalets y a ellos van a dormir muchos y otros acuden a comer o a cenar y a
llevar sus hijos a la Escuela. La población clásica, va como la de Arbaniés,
Castejón y Liesa, desapareciendo poco a poco, en tanto la población nueva, una
parte de ella, sigue viviendo en Siétamo con constancia, en tanto otra parte va
desapareciendo, en algunos casos vendiendo sus recién compradas viviendas. La
gente antigua se trata, conserva la amistad, pero a pesar de sus costumbres, tiene
cerradas las puertas de sus casas, que antes siempre mantenían abiertas, y han
hecho desaparecer las gateras, por las que entraban y salían los gatos. Los
nuevos habitantes, en su mayoría, han hecho amistad con los clásicos moradores
de Siétamo, en tanto bastantes no se comunican ni con los viejos ni con los
nuevos. Les parece que están poblando un pueblo dormitorio. Ya van quedando
menos labradores y ganaderos, que sienten que los nuevos digan que sus animales
ensucian y hacen que huela mal el ambiente.
Yo, en esta tarde lluviosa y oscura, he acudido a
ver a la señora Joaquina de Bruis, de apellidos Larraz y Latre. He venido a
verla porque se ha caído y se ha roto un brazo. Al entrar en el patio de casa,
he encontrado un gato que quería salir de casa, pero no podía por carecer de
gatera para hacerlo. Los gatos necesitan entrar y salir, pero sin gatera ven su
vida entristecida. He subido a la sala, donde se nota un agradable calor,
producido por un hogar en el que arden tizones de carrasca, como ardían en esos
hogares, ya hace siglos. Pero alrededor del hogar, que con el fuego de la leña,
reparte el calor y en su alrededor, estaban mujeres y hombres con apellidos de
toda la vida, a saber, Borruel Caborbaya, Lobateras Arnillas, Carmen de Gaspar
y yo con el apellido Almudévar Zamora. Los viejos pobladores de Siétamo nos
necesitamos los unos a los otros y
Joaquina es la mujer de Siétamo más ligada con la amistad de todos los habitantes,
los antiguos y los nuevos. Es una mujer que ha trabajado toda su vida, unas
veces conduciendo la “tocina” a Castejón a cubrirla con el verraco, que allí
mantenían, otras veces trabajaba en el Molino Viejo, cogiendo verduras y
frutas. También recogía dulces, litones, fajos de leña por el monte, cuidaba
las gallinas y los pollos, que todavía conserva y cuando iba a la playa, se
traía pichones blancos, que en dicha playa le regalaban los guardias
municipales. Joquina ha sido aficionada a la literatura del pueblo, pues sabe
un romance compuesto por su padre, de los bueyes que llevaban a “apajentar” por
cerca del río. También se acuerda de las letras de numerosas jotas que cantaba
su padre. Es pariente del cantor humorístico Carlos Latre, que en Barcelona cultiva
lo que Joaquina ha cultivado toda su vida. El padre de Joaquina compuso y
cantaba este romance: ”El oficio de boyero es un oficio muy chulo/ toda la
semana labra y el domingo, lo primero./ Lo primero es ir a misa, lo segundo es
almorzar/lo tercero es el pensar, dónde hay que ir a hacer mal./ allí en las huertas
del Piojo, hay un alto panizar. / ¡Entra negro y entra blanco!, porque allí, os podréis hartar./Nos sacamos la baraja, nos
ponemos a jugar./Mora se jugaba un duro, Labarta sólo un real,/ Moreta el pan
de la alforja, por no llevar capital.
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