Venus de Milo |
Para doña Tancreda el
estar constantemente pensando en la posibilidad de arruinarse, constituía su
razón de ser y de existir; su vida era un continuo sufrimiento, al que
cultivaba como si de un gozo e tratara. Era igual que si en lugar de cultivar
un geranio, cultivara una aliaga. Todos se habían dado cuenta que se trataba de
una masoquista, no en el sentido de perversión sexual, sino en el de aquel que
se complace en su propio dolor; pensar lo primero no se le ocurría a nadie,
pues la buena señora era tan piadosa y recatada en materia sexual, que en un
librito de arte, que se había dejado una estudiante en el piso que tenía
alquilado a un grupo de ellas y había borrado con tinta china, los erectos
pezones de la Venus de Milo y las partes pudendas del Discóbolo de Mirón.
No era cuestión de devolvérselo por correo a la muchacha, pues
los sellos valían dinero y además, se dijo para justificarse: sí gastar dinero,
en el sobre y en los sellos y además estas jóvenes de ahora son unas
descocadas, pues ¡hay que ver que se hayan olvidado de censurar a esos dioses
paganos!.
No tenía enemigos
pues no había hecho jamás ningún favor a nadie. Ustedes saben que el que
da, se obliga y si le han hecho noventa
y nueve favores a uno y le niegan el que haría el número cien, ya se habrán
creado un enemigo.
Siguiendo con doña Tancreda he de añadir que tampoco tenía amigos, porque
bastante trabajo tenía con ocuparse de sus desdichas, como para ocuparse de las
desgracias de esos derrochadores y vagos, que según ella, tanto abundan en
estos tiempos. Ella era tan económica que por no tirar, no se tiraba ni pedos. ¿Cómo iba a dar a esos
que a los hijos les compran tebeos y laminerías?.
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