En el segundo Libro de los
Macabeos, del Antiguo Testamento, puede leerse: ”El valerosísimo varón Judas
hecha una colecta, envió a Jerusalen doce mil dracmas de plata, para que se ofreciese
sacrificio por los pecados de los que habían muerto, pensando con rectitud y
piedad de la resurrección. (Pues si no esperaba que habían de resucitar
aquellos que habían muerto, tendría por cosa vana e inútil el orar por los
muertos). Y este es un pensamiento santo y piadoso”.
Ya vemos que siempre ha habido
hombres y mujeres que han procurado ser fieles a Dios y a sus prójimos, pero
Cristo abrió su boca enseñando a las turbas las Bienaventuranzas, diciendo: ”Bienaventurados
los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los Cielos. Bienaventurados
los mansos, porque ellos poseerán la tierra. Bienaventurados los que lloran, porque
serán consolados. Bienaventurados los que tienen hambre y sed de Justicia, porque
serán saciados. Bienaventurados los misericordiosos, porque conseguirán
misericordia, Bienaventurados los
limpios de corazón, porque ellos verán a Dios. Bienaventurados los pacíficos, porque
serán llamados hijos de Dios. Bienaventurados los que padecen persecución por
amor a la Justicia, porque de ellos será el Reino de los cielos.
Bienaventurados vosotros cuando os maldijeren y os persiguieren, y dijesen
contra vosotros falsamente todo genero de mal por causa mía: alegraos y
regocijaros porque vuestro premio es grande en los cielos”.
Los primeros años del
Cristianismo no se celebraba la Fiesta de Todos los Santos ni la de las Animas,
pero fue el templo famoso del Panteón dedicado a todos los dioses el que dio
ocasión a Bonifacio IV, que lo purificó y lo dedicó a la Virgen María y a todos
los Santos Mártires de los cuales trasladó de las Catacumbas al Panteón
veintiocho carros cargados con sus
huesos.
Como vemos en este relato, ya morían los hombres y
mujeres antes de Cristo y buscaban su eterna salvación, problema que sigue en
pie hoy día y que los que tenemos fe, tratamos de salvarnos a nosotros mismos y
a los demás.
Y son los huesos que movidos por
músculos y dirigido por espíritus, los que siguen preocupando al mundo actual,
pues igual que de niños vaciábamos cucurbitáceas calabazas, dejándoles ojos y
boca y también nariz y poniendo dentro de ellas una vela encendida, las colocábamos en lo alto de la fuente, en
ventanas bajas de las casas y en la Iglesia Parroquial, para que así hombres y
mujeres recordaran las almas de quienes estaban en el Purgatorio y rezaran por
ellas. Dicen que otros colocaban calabazas para asustar a las personas y evitar
que rezasen por las almas. Hace ya años, circulando por la ruta que pasa por
Novales, vi una luz extraña que me obligó a parar y al hacerlo, me encontré una
de esas almas calabaceras con su vela dentro, la noche de las Animas. Cuando ya
creía perdida esta costumbre, en la noche de Animas de mil novecientos noventa
y seis, en la iglesia de Siétamo encontré cuatro niños, con sus caras pintadas,
con una calabaza animada por su vela, cuya fotografía conservo para que me
recuerde el día de mi muerte.
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