Velillas - Peña Mujer |
Velillas, es un
pueblo, ahora, perteneciente al
Ayuntamiento de Angüés, con una población muy escasa y que desde la carretera N-240, se divisa como dicho pueblo, se va deslizando desde la
ermita de Santa Bárbara, a cuyo lado se encuentran los restos de una torre
óptica. Subidos a esa torre, en su lucha contra los moros, se comunicaban con
el Monasterio del Pueyo y con la Torre de Santa Eulalia la Mayor o Santolaria. Por medio de esa torre “óptica”, se hacían
señales con fuego que, por las noches se veía desde muy lejos. El Rey Sancho Ramírez entregó al Monasterio de
San Ponce de Tomeras, el Castillo de Velillas y más tarde todo el pueblo. El
Castillo, al que algunos identifican con
el que coronaba el tozal de San Bartolomé y otros con el Cerro de Santa
Bárbara, queda en el recuerdo de los hijos de Velillas y en sus pensamientos.
Se sabe que en el Tozal de Santa Bárbara, hubo un campamento ibérico. En él se
han encontrado monedas, no todas ibéricas, sino incluso una de oro visigótica, que su nuevo dueño, vendió en Zaragoza. Esto de la presencia de un
poblado ibérico lo estudió el doctor
Lacarra. Se respira en todo el pueblo un largo pasado, con distintos pobladores,
pues al entrar en él, nos damos cuenta de la presencia de un “lauburu”. Este “lauburu”, en la fachada de una casa, cuyo propietario
fue, en otros tiempos herrero del pueblo, recuerda el paso de tantas tribus vasco –ibéricas, de
razas celtas, visigóticas con religiones
e ideas políticas, que han destruido castillos y peleado en continuas guerras.
Ahora ya casi ni quedan pobladores. Todo Velillas nos hace recordar el medio
ambiente que enseñoreaba al pueblo y que
hoy, los visitantes, no pueden olvidar ni las
guerras ni las épocas de paz. Basta darse cuenta de la presencia en lo alto del
pueblo de la Parroquia de San Martín, al otro lado de la carretera la ermita de
San Bartolomé y en lo más alto del pueblo, la ermita de Santa Bárbara. Y entre
tanto el visitante reconstruye en su cerebro aquellos poblados ibéricos,
aquellas batallas entre moros y cristianos, apoyados éstos por los vecinos
habitantes del Midi francés. De el Monasterio francés de San Pedro de Tomeras, al que se entregó el
pueblo de Velillas, vino a este pueblo la elevación de la Ermita de San Ponce y
tal vez por la creación de algún convento, se conserva a través de su lejana
vida, el nombre de Casa Ponz. No existe el apellido Ponz en Velillas, pero quedó el recuerdo del
Monasterio francés de San Ponce de Tomeras. Por tradición transmiten unas generaciones a otras, que en casa Ponz,
cantaban los salmos, algunos frailes, que es de suponer procederían de dicho Monasterio
. A este Monasterio, Sancho Ramírez
le entregó el pueblo de Velillas.
Y ahora, después de tantos siglos de historia común, en Velillas no se acuerdan
casi de San Ponce de Tomeras ni en tal
Monasterio recuerda nadie de la existencia del pueblo de Velillas. ¿Cómo no se va a encontrar totalmente natural y nostalgica, la comunicación entre Francia y
España, por una tercera vía, que pasaría por los Pirineos?. En este ambiente actual de Velillas, no se
contempla otra cosa que una muerte lenta de los pueblos aragoneses. Ahora me
entra el consuelo de ver pasar por Velillas la Autovía de Lérida a Pamplona,
que tal vez despierte una comunicación
moderna, en la que se habrá recordado la posesión de Velillas por San Ponce de
Tomeras, al Norte de los Pirineos. ¿Promoverá esta autovía el aumento de
población de Velillas?. No lo sé, pero
sus primitivos habitantes, ya sentían la necesidad de aumentar su población y
para eso veneraban a la Peña Mujer, que tiene la forma de una silueta femenina,
en estado de gravidez. Desde aquellos antiguos tiempos han acudido mujeres que
deseaban ser madres. Es esta Peña Mujer una peña fecundante, que tal vez ayude
a repoblarse a Velillas, cuando funcione
plenamente la autovía y nos comunique con Francia, a San Ponce de Velillas con
San Ponce de Tomeras. Se encuentra esta Peña a la altura de Velillas, en el
lado derecho de la carretera, cuando se circula en dirección a Barbastro. A
esta Peña del periodo Neolítico, acudían las mujeres para poder ser madres. En
el extremo superior de la Peña hay un hoyo en el que se depositaban los objetos
que daban como sacrificio a los dioses.
Y dentro del mismo pueblo, se halla la ya abandonada Ermita
de San Ponce, donde Antonio Ballarín, natural
de Velillas y habitante que fue de la casa, que llaman Casa Ponz, me dijo que en dicha ermita, en cierto antiguo periodo de tiempo,
vivieron unos religiosos, de los que ya no queda memoria. Sancho Ramírez y
Ramiro el Monje, intervinieron en la historia de Velillas, pues el primero
entregó este pueblo a los Monjes de San Ponce de Tomeras y en este Monasterio
francés, estuvo haciendo vida religiosa,
el Rey Ramiro II el Monje. Uno se
explica como influyó el Midi Francés en nuestra historia, llevando sus nombres
al Sur de los Pirineos. No nos acordamos de que Casa Ponz y la Ermita de San
Ponce, se nombran en Velillas, pero en Francia, ya no se acuerdan de que Europa
construya la Tercera Vía del Centro de los Pirineos, para volver a aproximarnos
franceses y españoles.
En Velillas siempre se han dado guerras y guerrillas, hasta
la Guerra Civil, ya después de las Guerras Carlistas, al lado de la carretera
que va desde Barbastro a Huesca. Pero el espíritu de los velillenses se ha fundado siempre en la paz. Antonio
Ballarín, hombre activo y creador de fincas productoras de frutas, que exporta
a Alemania, recuerda cuando en Velillas funcionaba la Cofradía de San
Bartolomé. Este recuerdo le llena el corazón de gozo espiritual, porque él
participó junto a su abuelo en las subastas de la carne de cordero, que se
hacía en la Plaza Mayor, dentro del hermoso frontón, que ya no se usa, porque no quedan jugadores o pelotaris, que
impulsen fuertemente a la pelota, cerca del “lauburu”, que preside la fachada
de casa del herrero, que se encuentra,
más abajo, en la calle de entrada al pueblo, desde la carretera. La Cofradía de
San Bartolomé tenía como objetivo ayudar a las personas necesitadas del pueblo,
como a las de mayor edad y con pocos
recursos. A ellas había que ayudar e incluso pagarles el ataúd para ser
enterrados, cuando muriesen, además del
funeral y el entierro, teniendo en cuenta que eran como hermanos todos los habitantes del pueblo. Con el fin de
recaudar fondos para ayudas asistenciales, una vez al año, se reunían en la
plaza Mayor del pueblo, allí donde se encuentra el frontón. La Plaza Mayor hay
que distinguirla de la Plaza Menor, a la que se sube por casa Ponz y por casa de Luesia, que tiene
enormes escaleras, que suben
desde la calle a la puerta principal, sobre la que se encuentra un enorme y
bello escudo. Una vez en dicha Plaza Menor o Plaza de “Cerila”, se contemplaba un bello balcón de hierro forjado, el cual
luce escenas de danzantes, que no se sabe si serían de Velillas en viejos
tiempos. Hoy se ve el balcón pintado en la fachada de una casa vecina, a la que
se aproximaba el balcón de hierro forjado, pero el balcón, hoy en día, se encuentra en el
Ayuntamiento.
Era emocionante la subasta de la carne de cordero, que en
aquella plaza se exhibía. Allí se reunían los abuelos del pueblo con sus nietos
y todos gozaban de tal concurso. Los corderos se partían en distintas piezas
cárnicas y se iban poniendo en lo alto de una caña, con la que uno de los
abuelos, paseaba por la Plaza para que todos las admirasen. El portador de la
caña con su pieza cárnica, proclamaba el precio de ella, gritando:¡ Cinco
pesetas vale la pieza!, mientras alguno de los asistentes ,contestaba, ¡pues yo pago cinco pesetas con cincuenta
céntimos!. Así seguía la subasta y el entonces pequeño Antoñito, se sentía muy
satisfecho por el buen precio obtenido en aquella tarde por su abuelo y por la
calidad de la pieza, que él había elegido. A continuación cenaban encantados,
haciendo corros, pues no se sentaban alrededor de ninguna mesa. Allí
gozaban sobre todo los abuelos acompañados por sus nietos. Y con el dinero obtenido,
después de pagar el cordero, ya disponían de caudal para ayudar a los más
necesitados y más viejos.
Hemos visto como en Velillas hubo períodos de lucha y otros
como la subasta de la carne de los corderos, que estaban gobernados
pacíficamente, por la doctrina cristiana de San Bartolomé.
Pero estaban llegando los tiempos modernos, ausentes de paz
y con aumento de las lucha de clases, que entre otras cosas ha traído la
despoblación de pueblos como Velillas. Unos se hicieron de derechas y otros de
izquierdas, aunque la mayoría buscaban la paz y que fueron los que más palos
recibieron de unos y de otros.
Los de derechas eligieron la Plaza Pequeña o de “Cerila”, para bailar en las fiestas del “lugar” y los
de izquierdas optaron por la Plaza Mayor, donde se encuentra el frontón. Y a mí
me da la impresión de la Guerra Civil tuvo su principio en esta apuesta,
preparada para bailar unos en la Plaza mayor y otros en la Pequeña.
Tenían que dividirse en dos Plazas distintas los de
Izquierdas y los de derechas. La pista de baile de las izquierdas estaba en el
mismo centro del pueblo y para llegar a la pista de los de derechas , tenían
que pasar los que querían ser felices bailando, por la calle Principal y subir
hacia la Plaza Pequeña, por delante de la ermita de San Ponce y por casa de
Ponz. Ambos nombres de santo, que son los del mismo San Ponce, ya no valían
para calmar la violencia de aquellos hombres y mujeres. En aquel lugar se
juntaban los miembros de ambos sexos, es decir hombres y las mujeres que buscaban un bailador o una bailadora a su
gusto, y no un hombre o una mujer de derechas o de izquierdas y se producían fuertes altercados entre los y
las que querían subir a la Plaza de los de derechas o bajar a la Plaza Mayor, donde iban a bailar los de
izquierdas.
A Baltasar, un
albañil que subía al baile de las derechas, no se sabe si por ideas políticas o
por atracción amorosa, lo cogieron entre unos cuantos mozos y lo emprendieron a
empujones y patadas, para alejarle del odiado baile de derechas.
La buena madre de Antonio Ballarín, al contemplar esta
escena, pidió a los endemoniados mozos, con sus gritos, que lo dejaran en paz.
Y después de que lo liberaran, gritaba a los vecinos, que por allí pasaban
: ”pobre Baltasar, que esos brutos han convertido en un Cristo, llevándolo por
el Camino del Calvario”.
Ahora, el pueblo, representado por Baltasar está arruinado y
camina por las calles de Jerusalén, es decir por las de sus ciudades y pueblos,
esperando que unos políticos, que no se dediquen a cobrar dinero, sino a
liberarlo.
Mientras tanto, los
países, en lugar de fijarse en el comportamiento de los abuelos y los nietos de
Velillas, para ayudar a sus hermanos los necesitados, gritan y se lían a
empujones y patadas, esperando que las
izquierdas o las derechas, sean quienes los hagan felices.
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