Cuando Teófilo García, nacido en el pueblo navarro de
Asarta, en el camino que conduce desde Pamplona al Valle de Berrueza, que muga
con la Sierra de Santa Cruz de Campezo y que sirve de límite entre Navarra y
Alava, se fue a pasear por el monte, acompañado de su perro pachón navarro, con
el que en otros tiempos de atrás, salía a cazar. En esta ocasión se querían
tanto, que simplemente se acompañaban el uno al otro. El sabía que por aquellos
terrenos, habían estado cazando varios alaveses, que habían arrendado aquel
monte para cazar jabalíes. Cuando ambos compañeros volvían de pasear toda la
tarde y empezando a oscurecer, de repente
a Teófilo le sorprendió la presencia de un enorme jabalí, que surgió de un
zarzal, en el que estaba escondido; pesaría el animal más de cien kilos y como
estaba herido, usó el comportamiento, que dichos animales tienen por costumbre,
cuando por sus cercanías se aproxima alguna persona. Iban por un camino, en
cuyos lados proliferaban encinas y bojes y como acabo de relatar surgió de
repente de un zarzal muy espeso un jabalí con su boca abierta, que dejaba
contemplar, asustando a Teófilo, unos grandes colmillos, que parecían navajas
agresoras. Ante tan cruel amenaza, se cayó el que iba a ser atacado por la
fiera y lanzó un grito de desesperación,
al verse indefenso y con su vida en auténtico peligro y con la
perspectiva de sufrir crueles mordeduras.”"Chin” su fiel perro, al
escuchar tal grito, acudió en defensa de su amo o más bien de su compañero y se
lanzó sobre el jabalí, mordiéndole en las orejas y en el cuello y jugándose su
vida por defender la de su compañero. El dueño tumbado seguía en el suelo,
temblando de pánico y contemplando la dura pelea que mantuvieron los dos
animales, hasta que el perro logró hacer huir al atacante, quedándose Teófilo
libre de una muerte terrible. Pero la emoción no acabó con esta huída del
jabalí, sino que se hizo más emotiva con el comportamiento de su compañero el
heroico perro navarro, “Chin”, que se
acercó a su dueño y le lamía la cara, como queriendo aliviarle el sufrimiento
que había padecido.
Hoy, día veintiuno de Noviembre
del año 2004, me encontré con ambos compañeros, paseando por un camino entre Zizur
Mayor y Zizur Menor y el perro, al verme lejos ya empezó a ladrarme; yo
permanecí tranquilo y su dueño lo llamó y en consecuencia, nos hicimos amigos
con el dueño y con el perro. Teófilo estaba lamentando los trece años, con que
ya cuenta su pachón navarro y me recodaba sus cualidades de cazador de toda
clase de especies, como, concretamente de las codornices, a las que marcaba de un modo clarísimo,
llegando a cogerlas con su boca antes de ser abatidas por la escopeta.
Todavía me ha recordado la amistad
que tuvieron él y su perro con una de esas codornices, que la tuvo en su casa y
compartía sus juegos con “Chin”, hasta que su mujer la mató y no la quiso comer
Teófilo, pero tampoco su fiel amigo, el
perro pachón navarro, al que Teófilo ha identificado toda su vida con el gracioso nombre de “Chin”.
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