Monasterio San Victorian |
El día veintidós de
Diciembre del pasado año de dos mil
seis, el escritor de Puyarruego, que
siempre manifiesta sus sentimientos y pensamientos aragoneses, le firmó su
libro “José un hombre de los Pirineos”, a mi hijo Ignacio. Este lo leyó
emocionado y me lo regaló. Yo también lo leí. Había leído otros libros suyos y
en su obra “ Bardaxí” sobre “cinco siglos de historia de la pequeña nobleza
aragonesa”, encontré como escribe sobre la familia Azara de Barbuñales,
emparentada con los Azara de Siétamo, antepasados míos.”En Siétamo, no lejos de
Barbuñales, alzaba sus muros de arenisca dorada el palacio de los condes de
Aranda, amigos de la casa de Azara. Un tío de María Ana era canónigo de la
catedral de Huesca. Cuando ( Azara) iba a visitarlo pasaba por Siétamo. Se
detenía en el palacio de los condes. Admiraba los salones. Allí había libros y
estampas, telas exóticas y muebles hermosos: todo el lujo tranquilo y claro,
confortable y pulcro que promovían los ilustrados del siglo como ambiente donde
desarrollar tertulias razonables, conversaciones interesantes y debates acerca
de la felicidad del género humano conseguida por medio del desarrollo de la
inteligencia y de la riqueza”. Esas palabras me impresionaron porque en mi casa
quedan algunos muebles de los Aranda y unos bellos mosaicos, que mi padre
recogió entre las ruinas del palacio. Aquellas piezas quizá fueran fabricadas
en Valencia, donde el Conde de Aranda tenía unos talleres de mosaicos, donde a
sus obreros les introdujo, en aquellos viejos tiempos una especie de seguridad
social.
Una hija de
la casa Azara de Siétamo se casó con un Almudévar Altabás, que bajó de
Barluenga y originario este segundo apellido de Grañén, siendo parientes de los
Azara y los Bardají y María Ana Azara,
la única hermana de los Azara de Barbuñales se había casado con Bardají. de
Puyarruego. Todos aquellos eran gente noble, ya que Almudévar era infanzón como
los Azaras y además uno de sus
antepasados fue Bayle en la recientemente conquistada Villa de Almudévar
y otro fue Señor de Aniés, junto a San Román de Morrano. Escribe Vicén Dó Río
en su obra “Linajes de Aragón” : Miguel Almudévar Guiral de Sieso,”celebraría
matrimonio con Doña Paciencia de Aniés, heredera de este Señorío, pasando todos
los derechos y posesiones a los Almudévar”. Es que estoy pasando de la alta nobleza de un
aragonés, Conde y Marqués, y apellidado Abarca, a la infanzonía aragonesa de José Castillón
Peiret, que excepto su período de servicio militar, pasó toda su vida
trabajando en la aldea de la Mula; se llamaba José Castillón Peiret y Severino
Pallaruelo en su obra “Bardají”, dice que todos los altoaragoneses eran
infanzones. En el año 1360, ”El rey Pedro IV de Aragón firmó el día 28 de Abril
en Zaragoza, un privilegio reconociendo la infanzonía de todos los vecinos de
Puyarruego”, con los de Sin, Muro de Bellós y Coscojuela de Sobrarbe”.
Severino Pallaruelo describe
la historia de la familia Bardají y de todos sus vecinos, desde que tuvieron su
residencia en Puyarruego con su capilla de San Victorián. Escribe del
antiquísimo origen del Monasterio del
mismo Santo, que vino a las laderas de la Peña Montañesa por los años
cuatrocientos y pico, donde había un convento, que habían fundado los
visigodos. Pasaron después a Graus, donde en su casa estaba “el salón ….
presidido por el busto del Azara presumido (como lo llamaba una descendiente
suya), mientras caía el ocaso suave del estío ribagorzano”. Severino en su obra
no habla mal de nadie pues sólo cuenta lo que ha visto en sus
investigaciones y que nos hace pensar en
la dureza de la vida de aquellas pobres
gentes, en la crueldad de aquellos que convertían los sacrificios de la misa en
sacrificios por los que el pueblo tenía
que empeñarse. Y corre la historia y vemos como pasan los franceses que se mean
en las pilas de agua bendita, de los carlistas y por fin de la guerra civil del
año 1936, en que se oía decir: “ni esa mujer es tuya, ni aquella mía, todas son
de todos” y destruyeron el Palacio de
los Aranda en Siétamo.
Pero Severino siempre se ha
acordado de la Peña Montañesa y del Monasterio de San Victorián y muy cerca de
ambos encontró a José Castillón Peiret, al que ha conocido profundamente en la
aldea de La Mula, donde, ahora, vive sola una hermana suya. La vida de José
recuerda la de aquellos infanzones de Sin, Muro de Bellós y Coscojuela de
Sobrarbe, cuando escribe Severino: ”En la Mula, en la vida diaria de José,
permanecen vivos y en pie de igualdad todos los sentidos, se mantienen en la
misma jerarquía del vocabulario que durante muchos siglos rigió la vida de
nuestros antepasados. Los términos elementales ocupan el lugar primordial”.
Efectivamente los vecinos de los tres pueblos tenían que aportar los alimentos en una comida que celebraban juntos, a saber “los de Cosculluela hayan de proveer el vino necesario y los del
Muro de Vellós y Puyarruego el pan y los del lugar de Sin la carne”.”Al
obscurecer, cuando ya no quedaba pan, ni carne, ni vino recordaban el motivo de
la reunión. Entonces…alguno de los reunidos sacaba el pergamino del viejo
privilegio del Rey Pedro y después de leerlo en voz alta preguntaba a los demás
si renovaban los acuerdos de hermandad”.
Igual que los de Cosculluela
y Puyarruego cenaban al pie del hogar, José cenaba “sentado en la cadiera,
cerca del fuego, el olor del humo y el crepitar de la llama”. Acompañado por
perros y gatos “la obscuridad envuelve la casa perdida en los montes olvidados.
Las estrellas están en el cielo. El humo asciende. La luna mira, con ojos de
plata, los precipicios de la Peña que se
alza sobre la aldea. Y José, José de La Mula, cena sentado cerca del fuego”.
Si, en la vida de José “permanecen vivos y en pie de igualdad todos los
sentidos, como “fuego, ganado, casa, humo, noche, brasa, pan, agua” Y estos
términos los expresaba José otras veces en su “fabla” aragonesa, que por
desgracia va desapareciendo, ya que ahora es difícil poder escuchar a las
gentes “fablar” o hablar en esa “fabla “ o lengua, que conmovía el corazón. A los
habitantes de los pueblos les decían que hablar en “fabla “ era “hablar mal o
charrar basto” y éstos no han defendido
el “conservar las formas puras y evitar el mestizaje lingüístico”, es decir su
castellanización. ¡Cómo las iba a defender José, que vivía junto con su
hermana, en medio de una inmensa soledad!, ya que unos doscientos pueblos y
aldeas de Sobrarbe y Ribagorza han desaparecido. “Ahora sólo habla los martes”,
porque como no escucha o “ascuita o trucar d’as astrals en os troncos d’os
arbols”, ni cada día la voz de los
leñadores ni contempla subir el humo de los cuidadores de las colmenas, siente
la necesidad de buscar algún lugar donde hablar con otros hombres y ese lugar
es el pueblos de Ainsa, en que cada martes se celebra un mercado. Iba a dicho
mercado pero no sólo a comprar sino a hablar con viejos conocidos, con los que
había cortado bosques o les había vendido cañablas o miel. No podía aguantar
esa soledad de su casa en la que no se escuchaba ni un “sacre”.
Severino Pallaruelo, examina
su tarea etnográfica en la vida de José en el medio de la Peña Montañesa, en
que se encuentran su propio pueblo Puyarruego,
el Monasterio de San Victorián y la aldea de la Mula y estudia los
resultados de las obras de Violant y Simorra, de Andolz y de otros franceses o
alemanes, de los que dice: “Entre el colorido vivo y cambiante de la realidad y
los tonos ajados del viejo escenario de un teatro anacrónico, los etnógrafos
suelen optar por los segundos”.
Pero el libro de Severino
Pallaruelo no es una obra de teatro anacrónico, sino que “todo es como la
poesía o como la literatura en general: inútil pero necesario”. Es que Severino
habló mucho con José, como dice cuando escribe: “habla de cualquier tema, mezcla los relatos de viejos acontecimientos
con las descripciones de trabajos, de paisajes y de sentimientos propios y
ajenos”. La lengua en la que José se expresaba era la misma de Severino de
Puyarruego: el aragonés.
Los “sentimientos propios y
ajenos” llegaron a los corazones de los lectores de “José”,como me dice el
catalán Antonio Segales Alegre,que ha vivido muchos años en Siétamo y en el
Paraguay, cuando en una carta de 2006,me escribe “Con la lectura de la obra de
Ignacio Almudévar “Retablos del Altoaragón” y la de Severino Pallaruelo,
titulada “Bardaxí”, aseguro que se puede llegar a tener la pretensión de
conocer bien, lo que ha sido y es todavía, la vida del Somontano y del Alto
Aragón, con sus gentes de carácter firme y noble, con personalidad modelada por
su entorno”. Conoció la obra de Severino porque es un consejero de una
Asociación sobre Don Félix de Azara
Mi hijo Ignacio Almudévar
Bercero, ha viajado a la aldea de La Mula a recordar a José y a ver si podía
conocer a su hermana, a la que tanto quería, porque no se vendía las ovejas, a
pesar del cansancio que le producían, porque le entusiasmaban a ella. Al
preguntarle si la había visto, me
contestó: su hermana se camufla con el
paisaje porque desaparece como los lagartos, como si estuviese mimetizada con
la tierra y con las plantas. Ignacio guarda no sólo la poesía de La Mula, sino
también una cuchara de madera, trabajada por José y numerosas fotografías que
saca cuando sube al lugar donde nació ese aragonés ejemplar, al que Severino
Pallaruelo ha dedicado un gran libro.
Cuando vea a Severino, le
preguntaré por la querida y solitaria hermana de José.
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