martes, 19 de febrero de 2013

Van desapareciendo nuestros pueblos


Monasterio San Victorian



El día veintidós de Diciembre del pasado año de dos  mil seis, el escritor  de Puyarruego, que siempre manifiesta sus sentimientos y pensamientos aragoneses, le firmó su libro “José un hombre de los Pirineos”, a mi hijo Ignacio. Este lo leyó emocionado y me lo regaló. Yo también lo leí. Había leído otros libros suyos y en su obra “ Bardaxí” sobre “cinco siglos de historia de la pequeña nobleza aragonesa”, encontré como escribe sobre la familia Azara de Barbuñales, emparentada con los Azara de Siétamo, antepasados míos.”En Siétamo, no lejos de Barbuñales, alzaba sus muros de arenisca dorada el palacio de los condes de Aranda, amigos de la casa de Azara. Un tío de María Ana era canónigo de la catedral de Huesca. Cuando ( Azara) iba a visitarlo pasaba por Siétamo. Se detenía en el palacio de los condes. Admiraba los salones. Allí había libros y estampas, telas exóticas y muebles hermosos: todo el lujo tranquilo y claro, confortable y pulcro que promovían los ilustrados del siglo como ambiente donde desarrollar tertulias razonables, conversaciones interesantes y debates acerca de la felicidad del género humano conseguida por medio del desarrollo de la inteligencia y de la riqueza”. Esas palabras me impresionaron porque en mi casa quedan algunos muebles de los Aranda y unos bellos mosaicos, que mi padre recogió entre las ruinas del palacio. Aquellas piezas quizá fueran fabricadas en Valencia, donde el Conde de Aranda tenía unos talleres de mosaicos, donde a sus obreros les introdujo, en aquellos viejos tiempos una especie de seguridad social.
Una hija de la casa Azara de Siétamo se casó con un Almudévar Altabás, que bajó de Barluenga y originario este segundo apellido de Grañén, siendo parientes de los Azara y los Bardají  y María Ana Azara, la única hermana de los Azara de Barbuñales se había casado con Bardají. de Puyarruego. Todos aquellos eran gente noble, ya que Almudévar era infanzón como los Azaras y además uno de sus  antepasados fue Bayle en la recientemente conquistada Villa de Almudévar y otro fue Señor de Aniés, junto a San Román de Morrano. Escribe Vicén Dó Río en su obra “Linajes de Aragón” : Miguel Almudévar Guiral de Sieso,”celebraría matrimonio con Doña Paciencia de Aniés, heredera de este Señorío, pasando todos los derechos y posesiones a los Almudévar”.  Es que estoy pasando de la alta nobleza de un aragonés, Conde  y Marqués,  y apellidado Abarca, a la  infanzonía aragonesa de José Castillón Peiret, que excepto su período de servicio militar, pasó toda su vida trabajando en la aldea de la Mula; se llamaba José Castillón Peiret y Severino Pallaruelo en su obra “Bardají”, dice que todos los altoaragoneses eran infanzones. En el año 1360, ”El rey Pedro IV de Aragón firmó el día 28 de Abril en Zaragoza, un privilegio reconociendo la infanzonía de todos los vecinos de Puyarruego”, con los de Sin, Muro de Bellós y Coscojuela de Sobrarbe”.
Severino Pallaruelo describe la historia de la familia Bardají y de todos sus vecinos, desde que tuvieron su residencia en Puyarruego con su capilla de San Victorián. Escribe del antiquísimo origen del Monasterio  del mismo Santo, que vino a las laderas de la Peña Montañesa por los años cuatrocientos y pico, donde había un convento, que habían fundado los visigodos. Pasaron después a Graus, donde en su casa estaba “el salón …. presidido por el busto del Azara presumido (como lo llamaba una descendiente suya), mientras caía el ocaso suave del estío ribagorzano”. Severino en su obra no habla mal de nadie pues sólo cuenta lo que ha visto en sus investigaciones  y que nos hace pensar en la dureza de la vida  de aquellas pobres gentes, en la crueldad de aquellos que convertían los sacrificios de la misa en sacrificios por  los que el pueblo tenía que empeñarse. Y corre la historia y vemos como pasan los franceses que se mean en las pilas de agua bendita, de los carlistas y por fin de la guerra civil del año 1936, en que se oía decir: “ni esa mujer es tuya, ni aquella mía, todas son de todos” y destruyeron  el Palacio de los Aranda en Siétamo.
Pero Severino siempre se ha acordado de la Peña Montañesa y del Monasterio de San Victorián y muy cerca de ambos encontró a José Castillón Peiret, al que ha conocido profundamente en la aldea de La Mula, donde, ahora, vive sola una hermana suya. La vida de José recuerda la de aquellos infanzones de Sin, Muro de Bellós y Coscojuela de Sobrarbe, cuando escribe Severino: ”En la Mula, en la vida diaria de José, permanecen vivos y en pie de igualdad todos los sentidos, se mantienen en la misma jerarquía del vocabulario que durante muchos siglos rigió la vida de nuestros antepasados. Los términos elementales ocupan el lugar primordial”. Efectivamente los vecinos de los tres pueblos tenían que aportar los alimentos  en una comida que celebraban juntos,  a saber “los de Cosculluela  hayan de proveer el vino necesario y los del Muro de Vellós y Puyarruego el pan y los del lugar de Sin la carne”.”Al obscurecer, cuando ya no quedaba pan, ni carne, ni vino recordaban el motivo de la reunión. Entonces…alguno de los reunidos sacaba el pergamino del viejo privilegio del Rey Pedro y después de leerlo en voz alta preguntaba a los demás si renovaban los acuerdos de hermandad”.
Igual que los de Cosculluela y Puyarruego cenaban al pie del hogar, José cenaba “sentado en la cadiera, cerca del fuego, el olor del humo y el crepitar de la llama”. Acompañado por perros y gatos “la obscuridad envuelve la casa perdida en los montes olvidados. Las estrellas están en el cielo. El humo asciende. La luna mira, con ojos de plata, los precipicios de la Peña  que se alza sobre la aldea. Y José, José de La Mula, cena sentado cerca del fuego”. Si, en la vida de José “permanecen vivos y en pie de igualdad todos los sentidos, como “fuego, ganado, casa, humo, noche, brasa, pan, agua” Y estos términos los expresaba José otras veces en su “fabla” aragonesa, que por desgracia va desapareciendo, ya que ahora es difícil poder escuchar a las gentes “fablar” o hablar en esa “fabla “ o lengua, que conmovía el corazón. A los habitantes de los pueblos les decían que hablar en “fabla “ era “hablar mal o charrar  basto” y éstos no han defendido el “conservar las formas puras y evitar el mestizaje lingüístico”, es decir su castellanización. ¡Cómo las iba a defender José, que vivía junto con su hermana, en medio de una inmensa soledad!, ya que unos doscientos pueblos y aldeas de Sobrarbe y Ribagorza han desaparecido. “Ahora sólo habla los martes”, porque como no escucha o “ascuita o trucar d’as astrals en os troncos d’os arbols”, ni  cada día la voz de los leñadores ni contempla subir el humo de los cuidadores de las colmenas, siente la necesidad de buscar algún lugar donde hablar con otros hombres y ese lugar es el pueblos de Ainsa, en que cada martes se celebra un mercado. Iba a dicho mercado pero no sólo a comprar sino a hablar con viejos conocidos, con los que había cortado bosques o les había vendido cañablas o miel. No podía aguantar esa soledad de su casa en la que no se escuchaba ni un “sacre”.
Severino Pallaruelo, examina su tarea etnográfica en la vida de José en el medio de la Peña Montañesa, en que se encuentran su propio pueblo Puyarruego,  el Monasterio de San Victorián y la aldea de la Mula y estudia los resultados de las obras de Violant y Simorra, de Andolz y de otros franceses o alemanes, de los que dice: “Entre el colorido vivo y cambiante de la realidad y los tonos ajados del viejo escenario de un teatro anacrónico, los etnógrafos suelen  optar por los segundos”.
Pero el libro de Severino Pallaruelo no es una obra de teatro anacrónico, sino que “todo es como la poesía o como la literatura en general: inútil pero necesario”. Es que Severino habló mucho con José, como dice cuando escribe: “habla de cualquier tema,  mezcla los relatos de viejos acontecimientos con las descripciones de trabajos, de paisajes y de sentimientos propios y ajenos”. La lengua en la que José se expresaba era la misma de Severino de Puyarruego: el aragonés.
Los “sentimientos propios y ajenos” llegaron a los corazones de los lectores de “José”,como me dice el catalán Antonio Segales Alegre,que ha vivido muchos años en Siétamo y en el Paraguay, cuando en una carta de 2006,me escribe “Con la lectura de la obra de Ignacio Almudévar “Retablos del Altoaragón” y la de Severino Pallaruelo, titulada “Bardaxí”, aseguro que se puede llegar a tener la pretensión de conocer bien, lo que ha sido y es todavía, la vida del Somontano y del Alto Aragón, con sus gentes de carácter firme y noble, con personalidad modelada por su entorno”. Conoció la obra de Severino porque es un consejero de una Asociación sobre  Don Félix de Azara
Mi hijo Ignacio Almudévar Bercero, ha viajado a la aldea de La Mula a recordar a José y a ver si podía conocer a su hermana, a la que tanto quería, porque no se vendía las ovejas, a pesar del cansancio que le producían, porque le entusiasmaban a ella. Al preguntarle si la había visto,  me contestó: su hermana se camufla  con el paisaje porque desaparece como los lagartos, como si estuviese mimetizada con la tierra y con las plantas. Ignacio guarda no sólo la poesía de La Mula, sino también una cuchara de madera, trabajada por José y numerosas fotografías que saca cuando sube al lugar donde nació ese aragonés ejemplar, al que Severino Pallaruelo ha dedicado un gran libro.
Cuando vea a Severino, le preguntaré por la querida y solitaria hermana de José.    

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