Iglesia de Ortilla |
En aquellos, ya, desparecidos
años, estaba yo ejerciendo mi profesión veterinaria, en la Villa de Bolea, desde
cuya altura, se dominaba Lupiñén, Ortilla y Monmesa y debajo de esos pueblos, se
extendían numerosos castillos- agrícolas, como el de Guadasespe. Por la
izquierda de tal mirador se contemplaban el Gratal y la Sierra de Guara, con
los pueblos que en sus laderas se asientan, para que sus alturas, los guarden del Cierzo. Por abajo, hasta la
Sierra de Alcubierre, se extiende la Hoya de Huesca, hasta los Monegros.
A mí, me conocían muchos habitantes de aquellos
pueblos y castillos
y yo también los conocía a ellos. Muchos tractoristas, pastores y mozos de mulas,
habían nacido en Bolea. Por esas
tierras vacunaba yo ganados de lana, lechones, reses vacunas y conversaba con
las amables gentes, que rodeadas de soledad, gozaban conversando conmigo.
En Ortilla estaban los Ciprés, y
de allí salieron el señor don Pablo Ciprés y su esposa, la señora Eulalia y en
Huesca, con su hijo Laureano y su esposa Amanda, vivieron en la Torre Casaus,
en Huesca. Se alzaba y todavía se alza, en Ortilla, la Casa de los López y en
ella era recibido con amabilidad y cariño por la señora Carmen, madre de
Antonio, por su hermano José María, entonces soltero, y por Josefina
hermana soltera. Siempre estaban acompañados por José Otal Elrío de Huerrios.
Estaba con ellos desde los doce años. Les comunicaba el estado de las cosechas
y les hablaba sobre los vientos, que unas veces venían del Cierzo, otras del
Bochorno y otras si se aproximaban las lluvias. ¡Esos eran los ambientes de
aquellas tierras, de aquellas casas, que se escuchaban en las mismas, mientras
se entretenían en hacer viejos a los hombres y a las casas, donde vivían. José
Otal ordeñaba la vaca, regaba el huerto y recogía la verdura, que los
alimentaba. Viejas tierras y viejas casas, que se ejercitaban no por ellas,
sino por el tiempo, que las empujaba, para hacer viejos a los hombres.
Quedó, por fin sólo en casa López,
José Otal Del Río, nacido en Huerrios de una muy lejana familia de los López de
Ortilla, y se fueron muriendo Josefina y José María y él se daba cuenta de de
como se iba acabando la población de Ortilla. Y él que pensaba que con el
tiempo lo internarían en algún asilo de Ancianos, se convenció de que se
moriría en Casa López de Ortilla. Y así ocurrió, que José Otal murió en la
sagrada Casa de López y enterrado en el Panteón familiar de los López. Estos
López tenían por su situación social buenas amistades en la sociedad y
recibieron una carta, en la que a su hermano terrenal de Casa López, lo
proclamaban Hijo Predilecto de la tierra de labranza.
Cuando en cierta ocasión me di
una vuelta por el cementerio de Ortilla, caí en la
cuenta de que José Otal Del Río, había sido nombrado Hijo Predilecto,
como representante de tantos hombres del
campo, que habían entregado su vida al cultivo de la Tierra.
Allí se quedó el cadáver de José
Otal, observando los cambios de tiempo, que se dan en el Monte de Ortilla. Y su
hermano terrenal, uno de los pocos hermanos terrenales de José Otal, también
sigue ocupado por el tempo atmosférico, que se da en las alturas. Cerca de su
Casa de Huesca, se alza un cartel, en el que sucesivamente van apareciendo, en
primer lugar el día en que nos encontramos, luego se nos indica cómo va
evolucionando ese día, con sus grados de temperatura. Antonio, todas las
mañanas, cuando se levanta, se acuerda en que día estamos y a qué hora. Y
sonríe, cuando la temperatura es prometedora.
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