miércoles, 13 de marzo de 2013

Velillas y San Ponce de Tomeras


Catedral de Saint-Pons-de-Thomières



Velillas,  es un pueblo,  ahora, perteneciente al Ayuntamiento  de Angüés,  con una población muy escasa y que desde  la carretera N-240, se divisa  como dicho pueblo, se va deslizando desde la ermita de Santa Bárbara, a cuyo lado se encuentran los restos de una torre óptica. Subidos a esa torre, en su lucha contra los moros, se comunicaban con el Monasterio del Pueyo y con la Torre de Santa Eulalia la Mayor o Santolaria.  Por medio de esa torre “óptica”, se hacían señales  con fuego que,  por las noches se veía desde muy lejos.  El Rey Sancho Ramírez entregó al Monasterio de San Ponce de Tomeras, el Castillo de Velillas y más tarde todo el pueblo. El Castillo, al que  algunos identifican con el que coronaba el tozal de San Bartolomé y otros con el Cerro de Santa Bárbara, queda en el recuerdo de los hijos de Velillas y en sus pensamientos. Se sabe que en el Tozal de Santa Bárbara, hubo un campamento ibérico. En él se han encontrado monedas, no todas ibéricas, sino incluso  una de oro visigótica, que su nuevo dueño,  vendió en Zaragoza. Esto de la presencia de un poblado ibérico lo  estudió el doctor Lacarra. Se respira en todo el pueblo un largo pasado, con distintos pobladores, pues al entrar en él, nos damos cuenta de la presencia de un “lauburu”.  Este “lauburu”,  en la fachada de una casa, cuyo propietario fue, en otros tiempos herrero del pueblo, recuerda  el paso de tantas tribus vasco –ibéricas, de razas celtas, visigóticas con  religiones e ideas políticas, que han destruido castillos y peleado en continuas guerras. Ahora ya casi ni quedan pobladores. Todo Velillas nos hace recordar el medio ambiente que enseñoreaba al pueblo  y que hoy,  los visitantes,   no pueden olvidar  ni  las guerras ni las épocas de paz. Basta darse cuenta de la presencia en lo alto del pueblo de la Parroquia de San Martín, al otro lado de la carretera la ermita de San Bartolomé y en lo más alto del pueblo, la ermita de Santa Bárbara. Y entre tanto el visitante reconstruye en su cerebro aquellos poblados ibéricos, aquellas batallas entre moros y cristianos, apoyados éstos por los vecinos habitantes del Midi francés. De el Monasterio francés  de San Pedro de Tomeras, al que se entregó el pueblo de Velillas, vino a este pueblo la elevación de la Ermita de San Ponce y tal vez por la creación de algún convento, se conserva a través de su lejana vida, el nombre de Casa Ponz. No existe el apellido  Ponz en Velillas, pero quedó el recuerdo del Monasterio francés de San Ponce de Tomeras.  Por tradición transmiten unas  generaciones a otras, que en casa Ponz, cantaban los salmos, algunos  frailes,  que es de suponer procederían de dicho Monasterio .  A este Monasterio, Sancho  Ramírez   le entregó el pueblo de Velillas. Y ahora, después de tantos siglos de historia común, en Velillas no se acuerdan casi de San Ponce de Tomeras  ni en tal Monasterio recuerda nadie de la existencia del pueblo de Velillas.  ¿Cómo no se va a encontrar  totalmente natural y  nostalgica, la comunicación entre Francia y España, por una tercera vía, que pasaría por los Pirineos?.  En este ambiente actual de Velillas, no se contempla otra cosa que una muerte lenta de los pueblos aragoneses. Ahora me entra el consuelo de ver pasar por Velillas la Autovía de Lérida a Pamplona, que tal vez despierte  una comunicación moderna, en la que se habrá recordado la posesión de Velillas por San Ponce de Tomeras, al Norte de los Pirineos. ¿Promoverá esta autovía el aumento de población de Velillas?.  No lo sé, pero sus primitivos habitantes, ya sentían la necesidad de aumentar su población y para eso veneraban a la Peña Mujer, que tiene la forma de una silueta femenina, en estado de gravidez. Desde aquellos antiguos tiempos han acudido mujeres que deseaban ser madres. Es esta Peña Mujer una peña fecundante, que tal vez ayude a repoblarse a Velillas,  cuando funcione plenamente la autovía y nos comunique con Francia, a San Ponce de Velillas con San Ponce de Tomeras. Se encuentra esta Peña a la altura de Velillas, en el lado derecho de la carretera, cuando se circula en dirección a Barbastro. A esta Peña del periodo Neolítico, acudían las mujeres para poder ser madres. En el extremo superior de la Peña hay un hoyo en el que se depositaban los objetos que daban como sacrificio a los dioses.

Y dentro del mismo pueblo, se halla la ya abandonada Ermita de San Ponce, donde Antonio Ballarín,  natural de Velillas y habitante que fue de la casa,  que llaman Casa  Ponz,  me dijo que en dicha  ermita, en cierto antiguo periodo de tiempo, vivieron unos religiosos, de los que ya no queda memoria. Sancho Ramírez y Ramiro el Monje, intervinieron en la historia de Velillas, pues el primero entregó este pueblo a los Monjes de San Ponce de Tomeras y en este Monasterio francés, estuvo haciendo  vida religiosa, el Rey  Ramiro II el Monje. Uno se explica como influyó el Midi Francés en nuestra historia, llevando sus nombres al Sur de los Pirineos. No nos acordamos de que Casa Ponz y la Ermita de San Ponce, se nombran en Velillas, pero en Francia, ya no se acuerdan de que Europa construya la Tercera Vía del Centro de los Pirineos, para volver a aproximarnos franceses y españoles.

En Velillas siempre se han dado guerras y guerrillas, hasta la Guerra Civil, ya después de las Guerras Carlistas, al lado de la carretera que va desde Barbastro a Huesca. Pero el espíritu de los velillenses  se ha fundado siempre en la paz. Antonio Ballarín, hombre activo y creador de fincas productoras de frutas, que exporta a Alemania, recuerda cuando en Velillas funcionaba la Cofradía de San Bartolomé. Este recuerdo le llena el corazón de gozo espiritual, porque él participó junto a su abuelo en las subastas de la carne de cordero, que se hacía en la Plaza Mayor, dentro del hermoso frontón,  que ya no se usa,  porque no quedan jugadores o pelotaires, que impulsen fuertemente a la pelota, cerca del “lauburu”, que preside la fachada de  casa del herrero, que se encuentra, más abajo, en la calle de entrada al pueblo, desde la carretera. La Cofradía de San Bartolomé tenía como objetivo ayudar a las personas necesitadas del pueblo, como  a las de mayor edad y con pocos recursos. A ellas había que ayudar e incluso pagarles el ataúd para ser enterrados, cuando muriesen, además  del funeral y el entierro, teniendo en cuenta que eran como hermanos  todos los habitantes del pueblo. Con el fin de recaudar fondos para ayudas asistenciales, una vez al año, se reunían en la plaza Mayor del pueblo, allí donde se encuentra el frontón. La Plaza Mayor hay que distinguirla de la Paza Menor, a la que se sube por casa Ponz y  por casa de Luesia,  que tiene   enormes escaleras, que suben desde la calle a la puerta principal, sobre la que se encuentra un enorme y bello escudo. Una vez en dicha Plaza Menor  o Plaza de “Cerila”, se contemplaba  un bello balcón de hierro forjado, el cual luce escenas de danzantes, que no se sabe si serían de Velillas en viejos tiempos. Hoy se ve el balcón pintado en la fachada de una casa vecina, a la que se aproximaba el balcón de hierro forjado,  pero el balcón, hoy en día, se encuentra en el Ayuntamiento.

Era emocionante la subasta de la carne de cordero, que en aquella plaza se exhibía. Allí se reunían los abuelos del pueblo con sus nietos y todos gozaban de tal concurso. Los corderos se partían en distintas piezas cárnicas y se iban poniendo en lo alto de una caña, con la que uno de los abuelos, paseaba por la Plaza para que todos las admirasen. El portador de la caña con su pieza cárnica, proclamaba el precio de ella, gritando:¡ Cinco pesetas vale la pieza!, mientras alguno de los asistentes ,contestaba,  ¡pues yo pago cinco pesetas con cincuenta céntimos!. Así seguía la subasta y el entonces pequeño Antoñito, se sentía muy satisfecho por el buen precio obtenido en aquella tarde por su abuelo y por la calidad de la pieza, que él había elegido. A continuación cenaban  encantados,  haciendo corros, pues no se sentaban alrededor de ninguna mesa. Allí gozaban sobre todo los abuelos acompañados por sus nietos. Y con el dinero obtenido, después de pagar el cordero, ya disponían de caudal para ayudar a los más necesitados y más viejos.

Hemos visto como en Velillas hubo períodos de lucha y otros como la subasta de la carne de los corderos, que estaban gobernados pacíficamente, por la doctrina cristiana de San Bartolomé.

Pero estaban llegando los tiempos modernos, ausentes de paz y con aumento de las lucha de clases, que entre otras cosas ha traído la despoblación de pueblos como Velillas. Unos se hicieron de derechas y otros de izquierdas, aunque la mayoría buscaban la paz y que fueron los que más palos recibieron de unos y de otros.

Los de derechas eligieron la Plaza Pequeña o de “Cerila”,  para bailar en las fiestas del “lugar” y los de izquierdas optaron por la Plaza Mayor, donde se encuentra el frontón. Y a mí me da la impresión de la Guerra Civil tuvo su principio en esta apuesta, preparada para bailar unos en la Plaza mayor y otros en la Pequeña.

Tenían que dividirse en dos Plazas distintas los de Izquierdas y los de derechas. La pista de baile de las izquierdas estaba en el mismo centro del pueblo y para llegar a la pista de los de derechas , tenían que pasar los que querían ser felices bailando, por la calle Principal y subir hacia la Plaza Pequeña, por delante de la ermita de San Ponce y por casa de Ponz. Ambos nombres de santo, que son los del mismo San Ponce, ya no valían para calmar la violencia de aquellos hombres y mujeres. En aquel lugar se juntaban los miembros de ambos sexos, es decir hombres y las mujeres  que buscaban un bailador o una bailadora a su gusto, y no un hombre o una mujer de derechas  o de izquierdas  y se producían fuertes altercados entre los y las  que querían subir  a la Plaza de los de derechas o bajar  a la Plaza Mayor, donde iban a bailar los de izquierdas.

A Baltasar,  un albañil que subía al baile de las derechas, no se sabe si por ideas políticas o por atracción amorosa, lo cogieron entre unos cuantos mozos y lo emprendieron a empujones y patadas, para alejarle del odiado baile de derechas.

La buena madre de Antonio Ballarín, al contemplar esta escena, pidió a los endemoniados mozos, con sus gritos, que lo dejaran en paz. Y después de que lo liberaran, gritaba a los vecinos, que por allí   pasaban:  ”pobre Baltasar, que esos brutos han convertido en un Cristo, llevándolo por el Camino del Calvario”.

Ahora, el pueblo, representado por Baltasar está arruinado y camina por las calles de Jerusalén, es decir por las de sus ciudades y pueblos, esperando que unos políticos, que no se dediquen a cobrar dinero, sino a liberarlo.
Mientras tanto,  los países, en lugar de fijarse en el comportamiento de los abuelos y los nietos de Velillas, para ayudar a sus hermanos los necesitados, gritan y se lían a empujones  y patadas, esperando que las izquierdas o las derechas, sean quienes los hagan felices.

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