miércoles, 11 de abril de 2018

Domingo Ballarín, Maestro de Morrano en 1875





Domingo Ballarín Torres nació en el pueblo de Velillas, que se encuentra en la carretera  N-240, entre Huesca y Barbastro. Pertenece al Ayuntamiento de Angués. Tiene una ermita en la cima del monte, donde se protege el mismo pueblo del frío viento del cierzo,  y otra  sobre un cerro en el lado derecho de la carretera. Un amigo mío, nacido  en  el Somontano, comarca a la que pertenece Velillas, en una de sus correrías, encontró al lado de esta ermita, una moneda de oro, que le daba un gran mérito, unida su materia prima a la categoría de ser visigoda. Yo he visitado este pueblo y me pongo a pensar en las distintas épocas, en que han vivido los vellilenses,  unas veces como íberos, otras como celtas visigóticos, más tarde siendo musulmanes con su mezquita. He conocido varias generaciones de sus familias, como la de Bailo, tan trabajadora, tan amable y tan amante de las oraciones, que rezaba el Señor Francisco Bailo a los santos para cuidar la salud de  sus amigos y familiares. ¡Cómo se aplicaba ese señor y su familia para ganarse la vida!, porque unas veces labraba la tierra, cultivaba un huerto con un simple aparato, al que llamaban “ceprén”, de funcionamiento parecido al de una romana, para sacar agua de una balsa, en la que la recogían, para regar un pequeño huerto. Pero al mismo tempo era un comerciante de productos alimenticios, que unas veces acudía a Huesca con su carro a buscarlos y a veces, con el mismo carro llevaba uvas o vino para vender, en tanto que otras veces iba a Barbastro a realizar las mismas operaciones. Estaba más lejos esta última ciudad, pero algunas veces podía comprar en ella a precios más baratos. Hoy he visto y hablado con Antonio Ballarín, sobrino- nieto del Maestro de Morrano, que se ha lamentado de la posible falta de agua para regar los enormes frutales que cultiva en Villanueva de Sigena. También Antonio estudió la carrera de Maestro Nacional y ejerció cerca de Sabiñánigo, donde había un almacén de vino en lo alto del pueblo y lo tenían que subir a lomos de mulas, desde los camiones cisterna, parados en la carretera. A última hora del día, aparecían los mozos encargados de subir el vino, ¡bien bebidos!, pero soportando la dureza de la cuesta, agarrándose  a las colas de los animales. Luego se dedicó a cultivar manzanos de origen ruso, de un sabor exquisito y tuvo que mandar un hombre de confianza, para que aprendiera el cultivo de tales árboles frutales,  allá en la lejana Rusia. Aquel hombre, que yo conocí siendo un niño de Velillas,  sin saber ruso, se defendió maravillosamente y colaboró con Antonio Ballarín en la creación de dos fincas de regadío,  una en las Cinco Villas, en el pueblo de Puendeluna y otra, como he adelantado antes, en Villanueva de Sigena.
Pero les venía de viejos tiempos su aplicación a trabajar en la vida y triunfar en esos múltiples trabajos que emprendían, pues ya hace unos ciento treinta y siete años,  el hermano de su abuelo, Domingo Ballarín,  ya se hizo Maestro y en mil ochocientos setenta y cinco, ya estaba ejerciendo en el pueblo de Morrano, al que acudían a educarse los niños de San Román de Morrano y los de Yaso. Con la ilusión de aprender más que en Velillas, acompañados de su tío, subieron a la escuela de Morrano, el padre de Antonio y sus dos tías, una  de las cuales, llamada Petra, se hizo   Religiosa Dominica en el Colegio de Santa Rosa de Huesca, fundado por un sacerdote Llamado López de Zamora, sobrino de la Madre Berride, que había fundado las Terciarias Dominicas. El sacerdote López de Zamora y la Madre Berride, eran parientes míos por parte de mi madre, Victoria López de Zamora.
La otra niña que asistía a la Escuela de Morrano y hermana de Petra se llamaba Emilia  y se casó con un alto funcionario, que según recuerda Antonio Ballarín, estaba relacionado con la Escuela de Veterinaria de Zaragoza. Tuvieron ambos un hijo que estudio la abogacía, llamado Victorián Aragón Ballarín y una hija llamada María Pilar, que se hizo médico, ejerciendo en la Seguridad Social, en el Hospital zaragozano de Miguel Servet. Es curioso observar, en aquellos lejanos y pasados tiempos, cómo se preocupaban la familias Buil de San Román de Morrano y la de los Ballarín de Velillas, de educar a sus hijas, para que las mujeres, fuesen igual que los hombres en conocimientos y en derechos. También asistieron a la Escuela con Don Domingo Ballarín, Alfonso Buil Aniés (Calvo), que tiene noventa años de edad, sus hermanos, entre los cuales asistió una hermana que llegó a ser Abadesa del Monaterio de Casbas. Una hija de Victorián Aragón y de Emilia Ballarín está de funcionaria en Bruselas, en la Sede de la Unión Europea.  ¿Cómo se conoce el interés de aquellas familias por la igualdad de mujeres y de hombres y que amor tenían por el progreso de la humanidad!. Pero no todos los aspectos de los derechos humanos han evolucionado paralelamente, porque Alfonso Buil Aniés, con sus noventa años, siendo un sabio en religión, poesía, filosofía y en actividades industriales, cuando estudiaba con el maestro Don Domingo Ballarín,  sufrió por su tendencia a escribir con la mano izquierda. Su Maestro no se lo consentía y se crearon momentos difíciles para el profesor y para el alumno. Hoy escribe verdaderas obras de arte, con la mano derecha, pero resultaría lo mismo,  escribirlas con su mano izquierda. Cuando en el año mil  novecientos  treinta y seis  asistía yo a la Escuela de Siétamo, el Maestro, señor Bispe, examinaba las uñas de los alumnos, con una delgada caña, con la que golpeaba en la mano de aquellos que las llevaban sucias y en la Escuela de Morrano, según me ha recordado Alfonso Buil Aniés, ocurría lo mismo. Tanto es así que uno de los padres de los alumnos, se le presentó a Don Domingo Ballarín con una pequeña verita de madera, para cambiarle la costumbre de golpear con caña, que según me dijo Alfonso Buil Anies, producía mayor dolor que la de madera. Por lo visto no la cambió, pero,  recordando tiempos pasados se nota el interés del pueblo de aliviar  e incluso de eliminar las costumbres que hacían de los seres  humanos, simples animales. Pero el pueblo ya luchaba por corregir los tratamientos duros con los alumnos. Ahora, los consejeros económicos, no se sabe si van a acertar o a errar en sus pronósticos, en cambio Don Domingo Ballarín, aunque no había superado totalmente algunos puntos oscuros de la docencia, estaba seguro de que aquellos niños del “cobajo” de la Sierra de Guara, debajo de la Cueva de Chaves y de la Gruta de Solencio, saldrían adelante, como lo han hecho la médica de Aragón-Ballarín, su hermana la funcionaria de Europa y Alfonso Buil de San Román de Morrano, que ha viajado por todo el mundo, ha cultivado la amistad con un Presidente de Mejico y ha visto correr las piedras en el Valle de la Muerte de los Estados Unidos de América.
En cambio es triste viajar por aquellos pueblos tan humanos, de paisajes tan bellos, de Monaterios como el de Casbas, pero en los que ya casi no viven seres humanos  jóvenes. Se alegra uno al conversar con Antonio Ballarín de Velillas, que ha hecho resucitar miles de árboles frutales en Aragón. Cuando vaya a Velillas iré a conversar con el difunto Maestro Nacional Don Domingo Ballarín, a ver si me explica los complicados problemas de la humanidad.

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