jueves, 20 de diciembre de 2018

La belleza y la bondad por un lado y por otro, la muerte.




Por  un  lado me admira la belleza, que si va unida con la bondad de los hombres y mujeres, queda mi sensibilidad embaucada por ambas circunstancias. Pero no siempre he navegado por la vida por ese éxtasis, sino que me he visto, ya de niño, en muchas ocasiones apurado por la falta de mi madre, que nos dejó a seis hermanos y hermanas, sin su apoyo sentimental.   Gracias a Dios  que  mi  padre,  que  tuvo  que  quedarse  aislado  del cariño de mi difunta madre, nos amaba intensamente a sus seis hijos. Y me acuerdo intensamente de su amor a nosotros, cuando celebrábamos las fiestas de nuestro pueblo y las de Semana Santa en Huesca y en Siétamo, en que nos  hacía  partícipes  de  la  alegría  del  pueblo  en  ocasiones  y  en  la  tristeza, que causaban, por ejemplo el derrumbe de aquella casa, que cayó al suelo, sin “ningún aviso previo”. ¡Cómo se alegró de que a sus habitantes no les causara ningún daño aquel derrumbamiento   o   muerte de esa casa,  devolviendo  a  sus  inquilinos  con  alegría, al encontrarse vivos!.  Y tuvo que influir en proporcionarle a esta familia otra vivienda, que los hizo, por lo menos durante un tiempo felices. Después de la Guerra Civil, era casi todo el pueblo una ruina de casas en el suelo. Mi madre no podía aguantar aquellas ruinas en las que tenían que vivir los hijos de Siétamo. Pero mi   padre  no  pudo  evitar, después de la Guerra Civil, el recordar las gentes de su Tierra cuando hablaban todavía en Fabla Aragonesa y su recuerdo lo transmitió a los aragoneses en dicha lengua, pues yo todavía escuché a mis vecinos de Siétamo hablarla y más todavía mi padre, que escribió en Jaca, un Cuento de Navidad, en Diciembre de 1936. Cuando volvimos a la Tierra Plana, ya no pudimos volver a Siétamo, porque mi pueblo lo habían dejado destruido y en el  año  que  llegamos  a Huesca, mi padre nos escribió en Fabla Aragonesa, un Cuento de Navidad, que varios años se ha escuchado en vísperas de esta fecha, en el Convento de San Miguel.
Mi madre sufrió del corazón y mi  padre  con  su  esposa  enferma  y  pendiente  de  sus  seis  hijos e hijas, confiaba en que el Señor prolongara la vida de su esposa y madre de sus seis hijos, y para darnos alegría a su esposa y a nosotros, sus hijos. Una Noche Buena, en la cena familiar, nos leyó ese cuento de Navidad, que todavía, muchos años después de su composición, se   publica  y  lo  recita  para  Noche  Buena,  en la Iglesia tan antigua de San Miguel y a las hermanas, que nacieron en zonas lejanas de la Lengua Aragonesa, les conmueve sus corazones.   
 En aquella época de la Guerra Civil, estaba toda mi familia unida por el amor entre mi padre y mi madre y el de todos los hijos e hijas. Nos quedamos a vivir en Huesca, para que todos los niños pudiéramos estudiar y evitar las ruinas de mi pueblo y de mi casa.  Además   vivíamos con   mi   abuela  materna  Agustina   Lafarga   y de su hermana Rosa, que nos estimulaba en el trabajo. Pero poco tiempo duró la felicidad de mi padre, de mi abuela y de los seis hijos que habían traído al mundo mi padre con mi madre Victoria, pues en 1.943, se volvió a marchar al otro mundo esa madre, tan amante de sus hijos.
Estaba  un  día jugando  haciendo luchas libres con mis dos pequeños hermanos Luis y Jesús. Luchábamos practicando la lucha por el suelo, llegándonos a enfadar, y de repente mi hermano Luis, gritó al sentir un fuerte golpe:  ¡ay mamá, mamá, mamá!, pero ese grito a su madre , le recordó el dolor que le causaba el pensar que no acudiría y rápidamente se incorporó y se quedó como un hijo sin madre. Aquel recuerdo de nuestra madre le hizo olvidar de la lucha infantil y buscamos otro entretenimiento pacífico.
Seguimos estudiando y creciendo en esta vida, y Luis que tenía un ánimo de hombre deportivo, era alegre y con sus amigos hacía aparatos de radio, por medio de las cuales, atraía los sonidos por trozos de galena, le comunicaban las noticias del mundo.
Estuvo conmigo en Zaragoza en el Colegio Pedro Cervuna, donde él empezó a estudiar Medicina y yo Veterinaria. No era Luis amigo de estudiar dicha Carrera y acabó el Curso con malas notas. Pero él era amigo del Mundo  y  en  Barcelona  estudió  Náutica  Mercante, acabando su carrera y poniéndose a correr los mares del Mundo. La galena de su  amigo  Oliván  despertó su curiosidad por lo que ocurría por el Mundo y su estancia en Barcelona, le llevaba al Puerto, donde trabajaba para ganar algún dinero  y satisfacer su curiosidad de lo que ocurría viajando por los Mares del Mundo.
Luis en  su  casa Almudévar de Siétamo, en un armario aparecían el escudo de su apellido y el de Azara de Siétamo, procedente de Barbuñales, y al enterarse de las aventuras de varios hombres de este apellido, quiso hacer los viajes que hicieran ya hacía muchos años los Azara, y quiso dedicar su vida a viajar por el Mundo.
Cuando me contaba las aventuras que vivió en la Guinea Ecuatorial, me llenaba mi cerebro de aventuras que vivió  en   ella  y me llenaba el cerebro de aventuras, unas veces entre hombres de color y españoles aventureros y trabajadores, en medio de unos parajes bañados por el Sol y por las sombras forestales de un  País verde, porque no solamente es como el trigo verde, sino de un verde apasionante.
Pero, un día me encontré en la Gasolinera con José María Escartín Solano, que estaba destinado a trabajar en la distribución de gasolina a los conductores. José María me explicó como había trabajado durante varios años en Guinea Ecuatorial, con una empresa constructora, haciendo carreteras y empresas de construcción en general. ¿Cómo se encontraba José María Escartín en esa tierra africana de la  Guinea  Ecuatorial?. Era una tierra que tenía una vida deslumbrante, verde y que unía los  espíritus  con  la Naturaleza, como buscando un mundo feliz. Formaba parte de varios españoles que trabajaban por el progreso de  Guinea. José María tenía una misión importante en el desarrollo del trabajo de los españoles y sufría a causa del clima exageradamente encendido y a veces por la situación política que por entonces imperaba en el Mundo.
Se encontró José María en el Puerto de Guinea, con mi hermano Luis, Capitán de la Marina Mercante, pues en esa Tierra no había ninguna fábrica que permitiese el progreso de la misma.
 Era Luis el Capitán de un Barco Mercante, en el que traía mercancías y   materiales   de construcción, porque en esa Tierra se estaba progresando. Allí hicieron amistad José María con mi hermano Luis, pues ambos eran españoles y concretamente de la provincia de Huesca. Se sintieron amigos al encontrarse en aquella tierra verde y soleada y José María le informó rápidamente de la vida en la Guinea. Llevó a Luis en su coche al interior del País, explicándole las novedades, que se podían apreciar en el interior de tan pequeña como hermosa Tierra.
En uno de aquellos viajes que mi hermano Luis realizó por aquella hermosa tierra, se encontró en un pueblo, que ya había dejado de ser asistido por los misioneros de la iglesia Católica, pero aquellos guineanos, conservaban un pequeño un pequeño edificio religioso en el que guardaban los objetos litúrgicos, que en otros tiempos habían utilizado en la celebración de ceremonias religiosas. ¡Qué pena les causó a los guineanos, comprobar la ausencia de sacerdotes católicos, que usaran esos objetos litúrgicos, con cierta  frecuencia!. En su interior conservaban vivo el amor a esas ceremonias litúrgicas, que presididas por misioneros llenaban de alegría sus corazones. Pocos españoles llegaban por aquel pueblo, de tal manera que al ver a mi hermano Luis, asociaron su persona con un blanco cristiano. Inmediatamente le pidieron que celebrase algún acto religioso con los instrumentos litúrgicos que ellos guardaban en su pequeña población. Mi hermano les dio explicaciones, rezó con ellos alguna oración cristiana, con lo que les consoló el dolor de sus corazones y se marchó.
Cuando Luis me contó esta aventura espiritual, no quería llorar, pero se le notaba tristeza en su rostro.
Después de una época en que gozó de su jubilación, murió en Huesca y con la compañía de su hijo y de sus dos hijas, lo llevamos enterrar al “fosal” de Siétamo, en compañía de su tambiés difunta esposa, María Pilar Arnal.
Cuando antes iba a echar gasolina en la gasolinera de Siétamo, miraba al Norte de la carretera,  hacia arriba, por donde asoman los cipreses que en el Cementerio lo custodian.
Ahora, cuando vamos con mi hijo, para que le eche gasolina a su coche, me encuentro con José María Escartín, que atiende los trabajos que requiere la Estación Gasolinera, ambos recordamos a mi difunto hermano y amigo suyo Luis, que él ha hecho que lo recordemos en su descanso.

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