Por un lado
me admira la belleza, que si va unida con la bondad de los hombres y mujeres,
queda mi sensibilidad embaucada por ambas circunstancias. Pero no siempre he
navegado por la vida por ese éxtasis, sino que me he visto, ya de niño, en
muchas ocasiones apurado por la falta de mi madre, que nos dejó a seis hermanos
y hermanas, sin su apoyo sentimental. Gracias a Dios que mi padre, que
tuvo que quedarse
aislado
del cariño de mi difunta madre, nos amaba intensamente a sus seis hijos.
Y me acuerdo intensamente de su amor a nosotros, cuando celebrábamos las
fiestas de nuestro pueblo y las de Semana Santa en Huesca y en Siétamo, en que
nos hacía partícipes de la alegría del pueblo en ocasiones y
en la tristeza, que causaban, por ejemplo el
derrumbe de aquella casa, que cayó al suelo, sin “ningún aviso previo”. ¡Cómo
se alegró de que a sus habitantes no les causara ningún daño aquel derrumbamiento
o
muerte de esa casa, devolviendo a sus inquilinos con
alegría, al encontrarse vivos!. Y
tuvo que influir en proporcionarle a esta familia otra vivienda, que los hizo,
por lo menos durante un tiempo felices. Después de la Guerra Civil, era casi
todo el pueblo una ruina de casas en el suelo. Mi madre no podía aguantar
aquellas ruinas en las que tenían que vivir los hijos de Siétamo. Pero mi padre no pudo
evitar, después de la Guerra Civil, el
recordar las gentes de su Tierra cuando hablaban todavía en Fabla Aragonesa y
su recuerdo lo transmitió a los aragoneses en dicha lengua, pues yo todavía
escuché a mis vecinos de Siétamo hablarla y más todavía mi padre, que escribió
en Jaca, un Cuento de Navidad, en Diciembre de 1936. Cuando volvimos a la
Tierra Plana, ya no pudimos volver a Siétamo, porque mi pueblo lo habían dejado
destruido y en el año que llegamos a Huesca, mi padre nos escribió en Fabla
Aragonesa, un Cuento de Navidad, que varios años se ha escuchado en vísperas de
esta fecha, en el Convento de San Miguel.
Mi madre sufrió del corazón y mi padre con su esposa enferma y pendiente de sus seis hijos e hijas, confiaba en que el Señor
prolongara la vida de su esposa y madre de sus seis hijos, y para darnos
alegría a su esposa y a nosotros, sus hijos. Una Noche Buena, en la cena
familiar, nos leyó ese cuento de Navidad, que todavía, muchos años después de
su composición, se publica y lo recita para
Noche Buena, en la Iglesia tan antigua de San Miguel y a
las hermanas, que nacieron en zonas lejanas de la Lengua Aragonesa, les
conmueve sus corazones.
En aquella época de la Guerra Civil, estaba
toda mi familia unida por el amor entre mi padre y mi madre y el de todos los
hijos e hijas. Nos quedamos a vivir en Huesca, para que todos los niños
pudiéramos estudiar y evitar las ruinas de mi pueblo y de mi casa. Además vivíamos con mi abuela materna Agustina Lafarga
y
de su hermana Rosa, que nos estimulaba en el trabajo. Pero poco tiempo duró la
felicidad de mi padre, de mi abuela y de los seis hijos que habían traído al
mundo mi padre con mi madre Victoria, pues en 1.943, se volvió a marchar al
otro mundo esa madre, tan amante de sus hijos.
Estaba un día
jugando haciendo luchas libres con mis
dos pequeños hermanos Luis y Jesús. Luchábamos practicando la lucha por el
suelo, llegándonos a enfadar, y de repente mi hermano Luis, gritó al sentir un
fuerte golpe: ¡ay mamá, mamá, mamá!,
pero ese grito a su madre , le recordó el dolor que le causaba el pensar que no
acudiría y rápidamente se incorporó y se quedó como un hijo sin madre. Aquel
recuerdo de nuestra madre le hizo olvidar de la lucha infantil y buscamos otro
entretenimiento pacífico.
Seguimos estudiando y creciendo
en esta vida, y Luis que tenía un ánimo de hombre deportivo, era alegre y con
sus amigos hacía aparatos de radio, por medio de las cuales, atraía los sonidos
por trozos de galena, le comunicaban las noticias del mundo.
Estuvo conmigo en Zaragoza en el
Colegio Pedro Cervuna, donde él empezó a estudiar Medicina y yo Veterinaria. No
era Luis amigo de estudiar dicha Carrera y acabó el Curso con malas notas. Pero
él era amigo del Mundo y en Barcelona estudió
Náutica Mercante, acabando su
carrera y poniéndose a correr los mares del Mundo. La galena de su amigo Oliván despertó su curiosidad por lo que ocurría por
el Mundo y su estancia en Barcelona, le llevaba al Puerto, donde trabajaba para
ganar algún dinero y satisfacer su
curiosidad de lo que ocurría viajando por los Mares del Mundo.
Luis en su casa
Almudévar de Siétamo, en un armario aparecían el escudo de su apellido y el de
Azara de Siétamo, procedente de Barbuñales, y al enterarse de las aventuras de
varios hombres de este apellido, quiso hacer los viajes que hicieran ya hacía
muchos años los Azara, y quiso dedicar su vida a viajar por el Mundo.
Cuando me contaba las aventuras
que vivió en la Guinea Ecuatorial, me llenaba mi cerebro de aventuras que vivió
en ella y me llenaba el cerebro de aventuras, unas
veces entre hombres de color y españoles aventureros y trabajadores, en medio
de unos parajes bañados por el Sol y por las sombras forestales de un País verde, porque no solamente es como el
trigo verde, sino de un verde apasionante.
Pero, un día me encontré en la
Gasolinera con José María Escartín Solano, que estaba destinado a trabajar en
la distribución de gasolina a los conductores. José María me explicó como había
trabajado durante varios años en Guinea Ecuatorial, con una empresa
constructora, haciendo carreteras y empresas de construcción en general. ¿Cómo
se encontraba José María Escartín en esa tierra africana de la Guinea Ecuatorial?. Era una tierra que tenía una vida
deslumbrante, verde y que unía los espíritus
con la Naturaleza, como buscando un mundo feliz.
Formaba parte de varios españoles que trabajaban por el progreso de Guinea. José María tenía una misión importante
en el desarrollo del trabajo de los españoles y sufría a causa del clima
exageradamente encendido y a veces por la situación política que por entonces
imperaba en el Mundo.
Se encontró José María en el
Puerto de Guinea, con mi hermano Luis, Capitán de la Marina Mercante, pues en
esa Tierra no había ninguna fábrica que permitiese el progreso de la misma.
Era Luis el Capitán de un Barco Mercante, en
el que traía mercancías y materiales de
construcción, porque en esa Tierra se estaba progresando. Allí hicieron amistad
José María con mi hermano Luis, pues ambos eran españoles y concretamente de la
provincia de Huesca. Se sintieron amigos al encontrarse en aquella tierra verde
y soleada y José María le informó rápidamente de la vida en la Guinea. Llevó a
Luis en su coche al interior del País, explicándole las novedades, que se
podían apreciar en el interior de tan pequeña como hermosa Tierra.
En uno de aquellos viajes que mi
hermano Luis realizó por aquella hermosa tierra, se encontró en un pueblo, que
ya había dejado de ser asistido por los misioneros de la iglesia Católica, pero
aquellos guineanos, conservaban un pequeño un pequeño edificio religioso en el
que guardaban los objetos litúrgicos, que en otros tiempos habían utilizado en
la celebración de ceremonias religiosas. ¡Qué pena les causó a los guineanos,
comprobar la ausencia de sacerdotes católicos, que usaran esos objetos
litúrgicos, con cierta frecuencia!. En
su interior conservaban vivo el amor a esas ceremonias litúrgicas, que
presididas por misioneros llenaban de alegría sus corazones. Pocos españoles
llegaban por aquel pueblo, de tal manera que al ver a mi hermano Luis,
asociaron su persona con un blanco cristiano. Inmediatamente le pidieron que
celebrase algún acto religioso con los instrumentos litúrgicos que ellos
guardaban en su pequeña población. Mi hermano les dio explicaciones, rezó con
ellos alguna oración cristiana, con lo que les consoló el dolor de sus
corazones y se marchó.
Cuando Luis me contó esta
aventura espiritual, no quería llorar, pero se le notaba tristeza en su rostro.
Después de una época en que gozó
de su jubilación, murió en Huesca y con la compañía de su hijo y de sus dos
hijas, lo llevamos enterrar al “fosal” de Siétamo, en compañía de su tambiés
difunta esposa, María Pilar Arnal.
Cuando antes iba a echar gasolina
en la gasolinera de Siétamo, miraba al Norte de la carretera, hacia arriba, por donde asoman los cipreses
que en el Cementerio lo custodian.
Ahora, cuando vamos con mi hijo,
para que le eche gasolina a su coche, me encuentro con José María Escartín, que
atiende los trabajos que requiere la Estación Gasolinera, ambos recordamos a mi
difunto hermano y amigo suyo Luis, que él ha hecho que lo recordemos en su
descanso.
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