lunes, 17 de junio de 2019

Cincuenta años han pasado.

                   
                                              
Hace escasos meses que celebramos muchos, por entonces,  jóvenes  en la Facultad de Veterinaria de Zaragoza, el cincuenta aniversario de haber comenzado nuestra carrera de Veterinaria. ¡Qué emoción produce en los corazones el encontrarse con los compañeros!; si, porque emociona el volverse a reunir en aquellas aulas, pasillos, laboratorios y agradecer juntos, en aquella capilla, el haber podido pasar cincuenta años, trabajando cada uno en distintas actividades relacionadas con el ganado, como la enseñanza, la alimentación, ya fuera a los hombres o a los animales, deportivas con caballos, o con múltiples canes, ya fueran de caza o de compañía.  Había llegado el momento de recordarnos unos a otros nuestros problemas y nuestros éxitos en la profesión.
Entre otros veterinarios estaba el hijo del pueblo leridano de Guissona, Chaume Alsina Calvet, del que me acordé  hasta de su segundo apellido y sin embargo no lo reconocí de momento, hasta que al identificarse, entraron múltiples recuerdos en mi memoria, como su elegancia,   ya que en aquellos viejos tiempos vestía  su traje, ropaje que ahora ya no llevamos  cada día,  ni él ni nosotros;  y sonreía continuamente, sonrisa que después de pasado tanto tiempo, todavía alegra a su pueblo y  a la empresa por él creada.
Han pasado, como he dicho escasos meses de nuestro encuentro en Zaragoza y, al despedirnos, nos invitó a los asistentes al aniversario, a acudir a  Guissona, donde nos mostraría las diversas instituciones, que en dicho pueblo había fundado y  a mí me parece, que era el ciudadano, que no sólo “daba el pan” a sus paisanos, sino a un enorme mapa, que recorre cada día con unos ciento setenta vehículos, para abastecer a su población, servida por trescientas y pico tiendas.
El día cinco de Junio del año 2007, hemos vuelto a coincidir con Chaume en su pueblo de Guissona, al que él volvió al acabar la carrera; en dicho pueblo no había mas que una pequeña Cooperativa, que él con su inteligencia y con su espíritu comercial, hizo evolucionar y llegar a una cumbre de esplendor, en medio de un Valle, parecido a nuestras tierras de Adahuesca y de Siétamo y rodeado de pequeñas colinas, en cuyas cumbres se divisan masías e iglesias. Al ver aquel paisaje se preguntaban algunos y algunas sobre detalles arquitectónicos, que por allí se veían, como por ejemplo las ventanas coronadas de arcos, en muchas masías, que no eran ermitas ni templos.
El día cinco, como he escrito, acudimos a Guissona, los viejos compañeros de Facultad para ver las obras, que se han creado. El, siempre sonriente, como en su juventud, acompañado por su esposa no nos dejó ni un solo momento. Después nos mostró el enorme Matadero, obra inmensa en extensión y en producción; pasamos después por la Residencia de Jubilados, alguno de los cuales, al aproximarse Chaume a ellos, empezaron a derramar lágrimas, como reconociendo su agradecimiento a la obra realizada por él.
El matadero es enorme, por ser mixto,  es decir que en él se sacrifican desde pollos, conejos, pasando por cerdos y acabando  en el ganado vacuno. Pero además,  en tan práctico matadero se fabricaban unas magníficas tortas de bizcocho, también fabricadas en Guissona. Al contemplar el gran edificio, donde se fabrican yogures, flanes y otros productos lácteos, que se preparan paralelamente al funcionamiento del Matadero de Pollos, quedé admirado por la rapidez y eficacia con que trabajaban aquellas personas con aquellas máquinas,  que mataban ocho mil pollos a la hora, separaban las distintas piezas y las sacaban en bandejas de plástico, envueltas y  etiquetadas. Ocurría lo contrario en otros mataderos, que en todo un día mataban hasta cinco mil pollos, pero tenían después que separar las distintas piezas con cuchillos.
En un secadero están colgados en estos momentos unos setecientos mil jamones, de los cuales muchos los pasan por máquinas, que les quitan los huesos y les dan formas
rectangulares. Pero es difícil seguir en una mañana todos los procesos que se siguen en este Matadero, porque allí se fabrican chorizos, longanizas, butifarras, salchichas e incluso por medio de largas cadenas, preparan canelones con cifras casi increibles,  puesto que en una hora sacan unos doce mil. Para recorrer tan largos pasillos, disponían de una máquina de aluminio, con motor eléctrico, a la que acoplaban varias vagonetas, en las que fuimos nosotros trasladados, después de vestirnos con una bata blanca, cubrir nuestras cabezas con un sombrero cada uno y calzar nuestros pies con unos plásticos azules. Era un pequeño tren en el que íbamos contentos, como niños, mirando las distintas fases de la producción del Matadero. En una sala se veían máquinas nuevas y grandes, pero no funcionaban y al preguntárselo a Chaume, me dijo que se iban a emplear para sacrificar cerdos ibéricos, que pesaban unos ciento cincuenta kilos y a ellos se adaptarían mejor las máquinas cortadoras.
Después de ver una factoría de tanto volumen, me interesé por su creador, es decir por Chaume. Hace ya cincuenta años me admiró su eterna sonrisa, que no ha perdido y su capacidad para sacar adelante los estudios en la Facultad. Ahora al llegar al Supermercado de Guissona, nos pusimos a almorzar, tomando cada uno lo que apetecía y él echaba las monedas en las máquinas, para sacarnos las bebidas que le pedíamos. Pero no eran sólo las organizaciones sociales y fabriles,  que estaban en el pueblo donde él nació, sino que me enteré de que en Bujaraloz  obtenía  componentes para  los piensos compuestos que producía y en el  oscense  pueblo de Sena, dirige granjas de cerdos,  en cantidades de las que yo, no me acuerdo, porque tales cifras producen mareos en mi cabeza. En cambio en la suya, se efectúan pensamientos totalmente humanos, como el de crear un campo de golf, en una finca de su familia para que los escasos jóvenes agricultores que viven por aquellos pueblos, puedan divertirse, para que no tengan necesidad de marcharse de su tierra. Vi unos grupos de viviendas modernas adosadas, pero con aspecto de chalets y me dijeron que las había levantado para las numerosas familias de inmigrantes, que trabajaban en sus factorías de Guissona. El nació en tal pueblo, pero sus padres eran naturales del pequeño pueblo de Palauet y él recordaba su pasado y amaba tanto esa casa, que la estaba reconstruyendo. Merecía la pena, ya que en su fachada ponía como fecha de inauguración el año mil seiscientos uno y en dicha casa se conservaban escritos en los que se citaban cantidades de libras barcelonís. El, al ver esas cifras de dinero, pensaba que tal materia sería necesaria para hacer crecer la vida en este mundo, sin olvidarse del otro y así ha procedido durante los últimos cincuenta años.
Como escribe Fernando Arrabal  sobre el catalán, como Chaume,  Dalí, que con esos pensamientos, ”consiguió….hallar  en su propia obra los ecos, los paralelos y las perspectivas de la realidad”. La realidad es la que preside la cabeza de Chaume, pensando en dar de comer, como lo hizo Cristo en la multiplicación de los panes y de los peces, en dar alojamiento a las familias y en recoger a los ancianos.
En la reunión en la que nos explicaba el funcionamiento de su obra, yo le pregunté que era lo que iba a pasar, al subir tanto los cereales, necesarios para la alimentación del ganado y me contestó que él seguiría buscando la calidad de sus productos y ajustaría el precio todo lo que pudiera, pero al llegar a Andorra, donde nos llevó un compañero andorrano y gran participante en la política de su País, le pregunté a éste que era lo que iban a hacer para encontrar solares y me contestó que en Mónaco toman el mar para ampliar el espacio del Principado y  en Andorra, se comían la piedra. Entonces pensé en la respuesta a la pregunta: si se elevan los precios, Chaume procurará seguir dando de comer a tantos  hombres  y mujeres de este mundo, con productos agradables  al gusto y con proteínas de origen animal, aunque tenga que hacer esfuerzos como los habitantes de Mónaco o los de Andorra.
Como he dicho la normalidad rige la vida de Chaume, porque se casó con una mujer maravillosa, que lo ha acompañado durante muchos años, lo ha animado en momentos difíciles y no lo ha dejado sólo en ningún momento. Han tenido siete hijos, que trabajan en las empresas creadas por Chaume  y  que  como el armario que vimos en Andorra, en kque los síndicos guardaban sus papeles y que se abría con siete llaves, en  este “armario”  de Guissona, los siete hermanos  serán las llaves que continuarán  sus ideas  y las de su buena madre.

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