El parte de las diez de la noche
de Radio Nacional del día cuatro de Abril, comunicaba a los radioyentes que una
telefonista en Asturias, había sido
sometida a expediente por falta grave. Dicha falta
(dichosa falta para la presunta culpable) consistió en aligerar de viento su
timpanizado vientre. Añadía el locutor que la telefonista, previendo su
comprometida situación, había pedido permiso para ir a evacuar aires. No le fue
concedida licencia contra toda razón, o
tal vez le hubiera sido concedida presentando una instancia debidamente
reintegrada.
No se puede juzgar a la ligera a
sus jefes, sin conocimiento de causa. No le debió dar tiempo a la infeliz para
cumplir dicho requisito, y como la naturaleza está regida por leyes
inexorables, los gases salieron por el “locus minoris resistenciae”, en este caso por el
esfínter anal, que es como una válvula de escape, y bien se le valió, pues si
así no ocurre, hubiera estallado la pobre telefonista y el ruido hubiera sido
más estruendoso que aquel pequeño estallido del que se le acusa, añadiendo
como agravante que los clientes lo
podían haber escuchado a través de los auriculares. ¡Qué atención tan delicada
a los señores abonados!.
Podían haber dado a la publicidad una nota diciendo que el
ruido no tenía un origen sucio. Más ruido producen algunos aviones, que al
atravesar la barrera del sonido, hacen disminuir la puesta de huevos a las gallinas en las granjas y ponen
nerviosos a los hombres y animales juntamente. Y nadie dice nada, y a los
granjeros no les piden permiso los aviadores para hacer ruidos. Más “estruendo
bronco y con rencor produce el trueno” y nadie le pone pleito al tiempo. Yo
creo que la buena chica, en el pecado llevó la penitencia, y lo normal es que
se pusiera colorada. ¿Para qué hurgar en su pequeña herida?. Sólo para hacerla
más grande.
De ahora en adelante, a los que
tienen poco tono o padecen relajación de sus esfínteres, les podían poner un
corcho, pero este sería de una crueldad inaudita. Tal vez sería conveniente
hacer esto con aquellas personas cuyos gases son insonoros, pero que contaminan
el ambiente. Lo malo es que esta gente lo hace solapadamente y cuando se
pregunta quien ha sido, resulta que no ha sido nadie.
Para mí no es grave el pecado,
pues hasta en un famoso convento venden unas golosinas a las que la gente
llaman “pedos de monja”. Los pudorosos
las llaman “ventosidades de religiosa”.
Yo creo que los llamados a juzgar la gravedad de la falta serán benevolentes, recordando
que también ellos se habrán visto en tales situaciones más de una vez. Son
servidumbres humanas, pues a todos nos hizo Dios del barro de la Tierra
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