Su figura era de una forma estilizada y sonriente de su cabeza, que expedía sabores de carne animal entre los clientes de su establecimiento cárnico. Recuerdo verlo en su carnicería en la parte baja del Coso Bajo, a pocos pasos de los Porches de Huesca. Yo era todavía un niño que admiraba su figura, revestida de tela blanca, y a pesar de la figura enrojecida de la apetitosa carne que vendía, repartía alegría entre su clientela. Si, porque esa carne era atractiva para sus clientes, que se marchaban alegres de la sonrisa de don Basilio Santafé y agradecidos por la amabilidad de su persona.
Pero no tengo
únicamente el recuerdo de su profesión comercial de carnicero, sino que hace ya
muchos años, atraído por la belleza verde de la Paul de Siétamo, en su tramo en
que corre el agua, por una corriente para darla a los vecinos de Siétamo en su
hermosa Fuente Pública, que ya reparte ese fresco líquido, en el Lavadero y en
los caños de la Fuente, ya muy próxima a la carretera general, que por el Este
de dirige a Huesca y por el oeste hacia Barbastro.
En la Paul
Saltadera, se encuentra uno con la alegría de la frescura de los árboles, que se lanzan hacia el cielo,
empujados por el agua que corre por la Paul. El cielo espera el crecimiento
hacia arriba de aquellos árboles, que dan su sombra a dicha Paul. Por sus pies
corre el agua hacia la Fuente y me acuerdo en mi niñez de unas pequeñísimas
ostras o conchas, que vivían en la acequia por la que bajaba el agua.
Pero Basilio
Santafe, que era de un espíritu poético, gozaba con la finca que compró, para edificar
“chalets”. Parece que se fue vendiendo dicha tierra, que, con su humedad,
fecundaba la vida vegetal.
Por fin se quedó
para su hijo Alfonso un jardín sombreado por los árboles y regado por el
nacimiento de aguas en su subsuelo. Dentro de su “chalet” se gozaba del agua
pura de una pequeña balsa. Y este jardín natural lo hacía feliz, porque en su
moto, traía con él a un amigo, llamado Joaquín, que con él estaba en Huesca en
“La Cruz Blanca”. A Joaquín lo traía y lo llevaba a la capital, y gozaba con su
compañía, conversando pocas palabras. Pero marchaban con su moto e incluso una
vez viajaron a Francia. Tenía en su chalet un perro que lo esperaba cada día en
los jardines de su “chalet” y con él y con su amigo, vivían felices. Hablaba
poco, pero a mí me apreciaba y me saludaba cuando yo iba por la Paul y su
conversación era interesante, porque sentíamos placer en nuestras cortas
conversaciones. Además yo le vacunaba su
fiel perro y me dio la impresión de que éste le apreciaba, quizás por la vacuna
que le inyectaba.
Vivía en la
Calle Vicente Campo con su padre y con su hermana y yo veía a su padre cruzar
el Parque para comprar alimentos en un Mercado y al volver, se sentaba en el
buen tiempo, en algún banco del Parque, donde meditaba sobre su vida y llevaba
a su familia productos alimenticios para su hija soltera y para su hijo, que no
siempre estaba en la casa de sus padres.
Mas bien con su
amigo, que le acompañaba montado en su moto, iba al Jardín con su balsa, y allí
conversaba con él y ambos meditaban, bajo las ramas de árboles y de rosales.
Yo cuando pasaba
por la Paul, muchas veces me ponía a conversar conmigo y en aquel paraíso verde
y de agradable estancia, yo mismo meditaba por el comportamiento feliz de
Alfonso con su amigo y marchaba a realizar mis faenas.
¡Cómo cambian
los tiempos!, porque ahora no me encuentro en los bancos del Parque, la figura
de Basilio Santafé ni en jardín de la Paul de Siétamo, encuentro la figura
bondadosa de su hijo.
Estamos en el
Mundo y ayer me hacían feliz Basilio Santafé y su hijo y hoy espero que algún
día podamos encontrarnos en el Otro Mundo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario