jueves, 12 de agosto de 2021

San Ignacio de Loyola.-

 


San Ignacio de Loyola nació en el pueblo vasco de Azpeitia. Íñigo (Ignacio) era el menor de trece hermanos, todos ellos hijos de Beltrán Yáñez de Oñaz  de Azpeitia, y Marina Sáez de Licona y Balda, natural de la villa Vizcaína de Ondarroa. Su niñez la pasó en el valle de Loyola, entre las villas de Azpeitia y Azcoitia, en compañía de sus hermanos y hermanas. Su educación fue rigurosa. tal vez por alguna amenaza repartidora de algún mandoble y tal vez por el fervor religioso.

Uno de los primeros jesuitas llamado Jerónimo Nadal, dice de San Ignacio que era:

 “Un infatigable peregrino, un buscador incansable de la voluntad de Dios que, seducido completamente por su “Criador y Señor”, era muy sensible a los movimientos del buen Espíritu en su interior”.

San Ignacio fue mi patrono personal, pues me pusieron su nombre para proteger mi vida espiritual. En el Coso Alto de la Ciudad de Huesca está abierta la iglesia dedicada a él y por debajo del terreno ascendente, se subía a la Plaza del Mercado, donde funcionaban las Congregaciones Marianas. En aquel lugar se nos hablaba de deportes físicos y sobre todo por el funcionamiento espiritual de nuestros  espírituales  paseos. En cierta ocasión un jesuita portugués, nos llevó a varios congregantes por el río Isuela. Al volver por la Calle Pedro 1V, nos encontramos en la puerta de una casa de prostitución con un grupo de mujeres, que tocaban guitarras y otros instrumentos musicales y reían, mostrando una alegría, que las convertía en mujeres felices. Al pasar delante de las “pecadoras mujeres”, yo las miraba a ellas y al rostro del jesuita, qué en lugar de atacar su alegre conducta, sonreía suavemente, sin mirar a las alegres mujeres.

Allí en el  Coso Alto se entraba en la iglesia donde se celebraban las misas y los actos de las Congregaciones Marianas. Allí se  cantaba : ”Fundador sois Ignacio y general de la Compañía Real, que Jesús con su nombre distinguió. La legión del Loyola con fiel corazón, sin tensión enarbola la Cruz del Perdón. De Luzbel las legiones, ya se van a marchar, y sus negros pendones el sol enlutar, Compañía de Jesús, ¡corre a la lid. ¡a la lid!.

Este san Ignacio, guerrero en su juventud, resultó herido en la defensa de Pamplona contra la ambición francesa, pues era un guerrero defensor de la formación de Navarra en el mapa español. En 1.521, defendiendo la condición hispana de Pamplona, resultó herido por los franceses. Estas heridas cambiaron su tradición militar, leyendo los libros piadosos, pues le entraron en sus pensamientos las ideas cristianas del amor al prójimo, que le cambiaron su afición a las armas por ese amor al prójimo.       

Ese amor al prójimo, extendió sobre la humanidad el amor a los hombres, e influyó profundamente en la humanidad. Pero se creó una lucha entre los llamados jesuitas y los enemigos del amor entre Dios y los hombres. Fueron muchos los que los persiguieron, pues incluso en la familia del Conde de Aranda, nació un hijo ilegal, según la religión católica, que se hizo jesuita. Cuando se expulsó a los jesuitas de España, el Gobierno encargó al Conde de Aranda, nacido en el Castillo de Siétamo, que se encargara de la expulsión de España de los jesuitas.

El Conde de Aranda tenía un “hermanastro jesuita” y recuerdo que expulsó de España a tales religiosos, pero ignoro qué hizo con su hermano al que protegió ignorando si le  daba tal vez cierta libertad.

Son muchas las acciones que la Compañía de Jesús hizo en su vida, como los Ejercicios Espirituales y la  fundación de la Orden Jesuítica “que nos enseña que podemos buscar la presencia de Dios en todas las cosas y a todas las cosas en Él”. IGNACIO buscaba a Dios en todas partes en sus marchas por el Mundo, admirando todo lo creado, pues por las noches Ignacio se subía a la azotea y observaba el cielo. Mirando al cielo con su cabeza descubierta, “no se le sentía ni sollozo, ni gemido, ni ruido, ni movimiento alguno del cuerpo”.

San Francisco Javier, navarro y discípulo de Ignacio de Loyola extendió a sus jesuitas por todo el Mundo, incluso en China repartió la fe de Cristo el navarro San Francisco Javier. Pero  los  jesuitas se extendieron por Huesca, donde brilló por si inteligencia  el turolense  Baltasar Gracián. Éste identificó a los oscenses, enviándoles el Santo Grial para que comieran y bebieran el Cuerpo y la sangre de Cristo. Esa Cofradía del Santo Caliz aparece cada año en la procesión del Viernes Santo. En su Crónica del Alba, Sender hace alusión a la grandeza de los santos, los poetas y los héroes. Hay uno planta, la albaca que los oscenses identifican con una unión de los muertos en el Cementerio, donde aportan ramos de albahaca a los difuntos.

Gracián era jesuita en la Compañía de Jesús, frente al Palacio de Lastanosa, que ocupaba  el Coso Alto, empezando su fachada frente a la iglesia de la Compañía y por el Oeste

 acababa en el actual Parque de Huesca. Era un Palacio enorme con su vivienda, jardines y museos. Y allí Baltasar Gracián leía sus geniales obras en presencia de otros sabios oscenses, porque poseía “ un corazón noble, intrépido y generoso”.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

El veterinario y el pastor

  Nos hemos encontrado el pastor Luis, una señora y un servidor, en una gasolinera, para tomar un café. Nos hemos invitado mutuamente y al d...