San
Ignacio de Loyola nació en el pueblo vasco de Azpeitia. Íñigo (Ignacio) era el
menor de trece hermanos, todos ellos hijos de Beltrán Yáñez de Oñaz de Azpeitia, y Marina Sáez de Licona y Balda,
natural de la villa Vizcaína de Ondarroa. Su niñez la pasó en el valle de
Loyola, entre las villas de Azpeitia y Azcoitia, en compañía de sus hermanos y
hermanas. Su educación fue rigurosa. tal vez por alguna amenaza repartidora de algún
mandoble y tal vez por el fervor religioso.
Uno
de los primeros jesuitas llamado Jerónimo Nadal, dice de San Ignacio que era:
“Un infatigable peregrino, un buscador
incansable de la voluntad de Dios que, seducido completamente por su “Criador y
Señor”, era muy sensible a los movimientos del buen Espíritu en su interior”.
San
Ignacio fue mi patrono personal, pues me pusieron su nombre para proteger mi
vida espiritual. En el Coso Alto de la Ciudad de Huesca está abierta la iglesia
dedicada a él y por debajo del terreno ascendente, se subía a la Plaza del
Mercado, donde funcionaban las Congregaciones Marianas. En aquel lugar se nos hablaba
de deportes físicos y sobre todo por el funcionamiento espiritual de nuestros espírituales paseos. En cierta ocasión un jesuita
portugués, nos llevó a varios congregantes por el río Isuela. Al volver por la
Calle Pedro 1V, nos encontramos en la puerta de una casa de prostitución con un
grupo de mujeres, que tocaban guitarras y otros instrumentos musicales y reían,
mostrando una alegría, que las convertía en mujeres felices. Al pasar delante
de las “pecadoras mujeres”, yo las miraba a ellas y al rostro del jesuita, qué
en lugar de atacar su alegre conducta, sonreía suavemente, sin mirar a las
alegres mujeres.
Allí
en el Coso Alto se entraba en la iglesia
donde se celebraban las misas y los actos de las Congregaciones Marianas. Allí
se cantaba : ”Fundador sois Ignacio y general
de la Compañía Real, que Jesús con su nombre distinguió. La legión del Loyola
con fiel corazón, sin tensión enarbola la Cruz del Perdón. De Luzbel las
legiones, ya se van a marchar, y sus negros pendones el sol enlutar, Compañía
de Jesús, ¡corre a la lid. ¡a la lid!.
Este
san Ignacio, guerrero en su juventud, resultó herido en la defensa de Pamplona
contra la ambición francesa, pues era un guerrero defensor de la formación de
Navarra en el mapa español. En 1.521, defendiendo la condición hispana de
Pamplona, resultó herido por los franceses. Estas heridas cambiaron su
tradición militar, leyendo los libros piadosos, pues le entraron en sus
pensamientos las ideas cristianas del amor al prójimo, que le cambiaron su
afición a las armas por ese amor al prójimo.
Ese
amor al prójimo, extendió sobre la humanidad el amor a los hombres, e influyó profundamente
en la humanidad. Pero se creó una lucha entre los llamados jesuitas y los
enemigos del amor entre Dios y los hombres. Fueron muchos los que los
persiguieron, pues incluso en la familia del Conde de Aranda, nació un hijo
ilegal, según la religión católica, que se hizo jesuita. Cuando se expulsó a
los jesuitas de España, el Gobierno encargó al Conde de Aranda, nacido en el
Castillo de Siétamo, que se encargara de la expulsión de España de los
jesuitas.
El
Conde de Aranda tenía un “hermanastro jesuita” y recuerdo que expulsó de España
a tales religiosos, pero ignoro qué hizo con su hermano al que protegió
ignorando si le daba tal vez cierta
libertad.
Son
muchas las acciones que la Compañía de Jesús hizo en su vida, como los Ejercicios
Espirituales y la fundación de la Orden
Jesuítica “que nos enseña que podemos buscar la presencia de Dios en todas las
cosas y a todas las cosas en Él”. IGNACIO buscaba a Dios en todas partes en sus
marchas por el Mundo, admirando todo lo creado, pues por las noches Ignacio se
subía a la azotea y observaba el cielo. Mirando al cielo con su cabeza
descubierta, “no se le sentía ni sollozo, ni gemido, ni ruido, ni movimiento
alguno del cuerpo”.
San
Francisco Javier, navarro y discípulo de Ignacio de Loyola extendió a sus
jesuitas por todo el Mundo, incluso en China repartió la fe de Cristo el
navarro San Francisco Javier. Pero los jesuitas se extendieron por Huesca, donde
brilló por si inteligencia el turolense Baltasar Gracián. Éste identificó a los
oscenses, enviándoles el Santo Grial para que comieran y bebieran el Cuerpo y
la sangre de Cristo. Esa Cofradía del Santo Caliz aparece cada año en la procesión del
Viernes Santo. En su Crónica del Alba, Sender hace alusión a la grandeza de los
santos, los poetas y los héroes. Hay uno planta, la albaca que los oscenses
identifican con una unión de los muertos en el Cementerio, donde aportan ramos
de albahaca a los difuntos.
Gracián
era jesuita en la Compañía de Jesús, frente al Palacio de Lastanosa, que
ocupaba el Coso Alto, empezando su
fachada frente a la iglesia de la Compañía y por el Oeste
acababa en el actual Parque de Huesca. Era un
Palacio enorme con su vivienda, jardines y museos. Y allí Baltasar Gracián leía
sus geniales obras en presencia de otros sabios oscenses, porque poseía “ un
corazón noble, intrépido y generoso”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario