lunes, 17 de enero de 2022

Me gusta observar la vida de los gatos.-

 

                                                                         Gato siames.
                                                

Cuando todavía no era capaz de observar la vida de los gatos, acompañado por otros niños, no tenía capacidad de observar el amor que tenían a su madre, y cuando todavía muy pequeños, mayaban cerca de mí, yo no los comprendía, ya que todavía no tenía la facultad mental de comprender sus lamentos “infantiles”, que requerían ayuda a las personas, para que les proporcionaran alimento, que les convenciera que los niños de entonces, los amaban al mismo tiempo que les pedían para encontrar  sus estómagos llenos de alimentos.

Estaba yo con mis amiguetes de cuatro a cinco años de edad y no comprendía la necesidad que tenían de alimentarse y jugábamos con ellos, a los que no hacíamos otra cosa que hacerlos sufrir, y ellos con su mayor tristeza reclamaban para sí mismos , una alimentación que les ayudara a acabar de su escaso poder para salir de ese principio de vida, que en algunas ocasiones los empujaba hacia la muerte. En nuestros domicilios, esa comunicación tan difícil de guardar entre los gatos, que siempre frecuentaban  la despensas y cocinas, los hacía en ocasiones, considerarlos como unos animales que se dedicaban a alimentarse robando, los alimentos, que en muchas casas no les proporcionaban, sino que tenían que dedicarse a buscarlos por su propia iniciativa, entre los ratones.

En casi todas las casas, disponían sus puertas de “gateras”, perforaciones circulares en la parte baja de las puertas de cada casa, cuya habitabilidad invitaba a los gatos a entrar en ellas, con lo que se veían favorecidas, para buscarse su comida. Pero no entraban en las despensas en grupos, sino  solos, pues no gozaban de la táctica de que gozan otros animales que entran en las despensas en grupos. No se lo que piensan, pero mirándome a sus ojos, me inyectan la idea de que el pensamiento no es suficiente, y es con el “corazón donde se hallan las verdaderas respuestas”. Los gatos no van en manadas, y aunque no obedecen a sus dueños los hombres, ellos se recrean echados, si puede ser al sol, de cuyos rayos se van cuando ya empiezan a molestarles las sombras que despiden al sol.

Antes de la Guerra del año de 1.936, íbamos un grupo de niños jugando por las calles y encontramos unos gaticos, con los que nos pusimos a jugar y con esos juegos, en lugar de hacerlos felices, los hacíamos desgraciados. Llegó hasta nuestra escena cruel de hacer sufrir a los gaticos y nos lamentó la señora Juana esa conducta tan cruel. Yo le llevaba a esta señora un pan, que había cogido en la despensa de mi casa y se lo entregué en su casa que estaba situada en la Plaza Mayor. Ella, muy agradecida me ofrecía agua fresca, recién traída de la fuente y en esa fresca agua añadía un poco de azúcar. Había gatos felices en las distintas calles, pero para los gatos, quedaban aumentadas las calles, por las “gateras” que estaban abiertas en forma circular, en todas las puertas que daban a las calles y por ellas entraban y salían los gatos, para buscar algún resto alimenticio o ratas y ratones, que los gatos perseguían y devoraban.

He querido tratar de la vida de los gatos, pero me encuentro que en Siétamo, apareció un gato, que no se sabe si era gato o era un ser no propio de la vida ordinaria de los gatos en la vida normal o era un grato “creado por Dios o por los hombres, es decir un gato fantasmal”. En una casa del Sur del pueblo de Siétamo, vivía una mujer, que según decía el pueblo, que sufría contactos con un gato y según otros con un demonio. El Cura del pueblo se interesó por el problema de enterarse que un demonio, al que algunos conocían como un gato y otros como un demonio, que, en forma de gato, pretendía abusar de una mujer. El cura se puso en guardia y tuvo la ocasión de darle a ese demonio, un golpe en la cabeza de ese demoniaco gato. No se conoció la situación de quienes eran los dos personajes, que se perseguían mutuamente. El gato  desapareció y el cura apareció en la Parroquia con su cabeza vendada. No se supo quien fue el gato que ejerció el papel de demonio o si el cura, recibió en su cabeza algún golpe y tuvo que vendarla. Hay leyendas en el Somontano de Huesca de un “personaje” que no se sabe si era un cura o un diablo, del que se encontraron en el Monte vestiduras clericales y a un gato que iba a hacer sus diabólicas aventuras.

Pero el pueblo, en mi vida sufrió esta aventura y no supo jamás la verdad de como ocurrió esa historia o cuento, porque lo que yo he comprobado que los gatos, en lugar de ocuparse de los hechos inútiles, prefieren dormir y jugar, "como mi gato siamés", con el que nos adorábamos.

Pero yo  tengo comprobado el interés que un gato el día de un entierro  han demostrado en las Puertas de la iglesia de Siétamo. En aquellos entierros yo estuve presente en el Pórtico de preside la entrada en el templo, el momento en que se iba a celebrar el entierro del dueño de la tienda de comestibles Antoñito el Herrero,  como el gato propiedad y amigo de éste, estaba entre los que habían asistido a su entierro. Yo tuve con esta asistencia a un entierro de un gato, mezclado con los feligreses de la parroquia, “pensando y sufriendo en y por su dueño”.   

 Cuando se acabó la Misa, se deshizo esa teatral escena, la unión que por un  corto tiempo, acompañó a su dueño en la misa del entierro. Pero esta asistencia de un gato al entierro de su dueño, no se acabó allí, porque a los pocos días de tal entierro, se celebró otro entierro de la madre del Reverendo Párroco de Alquézar y en el mismo lugar en que asistió el gato al entierro de su dueño, volvió a asistir al entierro de otra persona, ajena a su vida.

Yo prometí seguir la vida de tal gato, pero ya no lo vi más. Me acuerdo de un gato de una piel gris de origen extranjero que, convivía con mi familia en nuestra casa de Siétamo. Iba mi familia vivir a Huesca, para que mis hijos pudieran realizar sus estudios, y el gato ,cuando mi familia nos íbamos a Huesca, él se subía por una pared de una casa frente a al mía y se iba a refugiar a  casa de la señora Joaquina y tan pronto que los sábados íbamos a pasar el fin de semana y las vacaciones, en el pueblo, el gato gris acudía gozoso a convivir con nosotros. Pero la última vez que me permitió juntarme con él, nos despedimos en la oficina, con el dolor de perder al gato envenenado.

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