sábado, 16 de diciembre de 2023

¡Hemos ya visto mucho cambio!.-


                                                                  Coscullano (Huesca).
                                  

Esta frase la pronunció Lorenzo Zamora de Coscullano, estando de conversación en la cocina de su casa. Por la ventana llamaba la atención Casa Viñuales, que en otros tiempos, ya cambiados, fue una de las mejores casas de Coscullano. Está orientada al sol saliente y situada en un llano, que por el Sur, está protegido por una auténtica muralla de piedra, y a media  altura, ostenta para todos los que por allí pasan, una piedra circular, que probablemente proceda de un molino de mano con el que molían  trigo para amasar su pan, los antiguos vecinos de Coscullano. Hasta esa sencilla piedra le daba la razón a Lorenzo, cuando decía: ¡ hemos ya visto  mucho cambio!. El, efectivamente,  vio esa piedra de molino durante toda su vida y sin embargo, al ignorar la función de aquella piedra redonda, no se daba cuenta del enorme cambio que supone el pasar la humanidad, de moler con sus propias manos, a esas enormes fábricas harineras. Sin embargo se daba cuenta de los cambios que se han ido produciendo en Coscullano, cuando tenía ciento setenta habitantes hasta habitarlo en estos momentos unos diez o doce hombres y mujeres, ya mayores. Y se acordaba del viejo molino de olivas,  que estaba situado en el camino de las eras y que también era de piedra y lo hacían funcionar en lugar de con sus propias manos, con una mula, a la que tapaban los ojos para que no se marease de tantas vueltas como daba. Este molino era de dura piedra,  pero el corazón de los hijos de Coscullano era blando, porque les  recordaba  sus vidas, todas ellas dedicadas a limpiar las oliveras, a coger las olivas, a molerlas y a probar ese aceite maravilloso,  que empleaban para iluminarse con candiles, para alabar al Señor en el sagrario e incluso para curar sus males.   Y esos corazones decidieron levantar un monumento a dicho molino y lo bajaron a la entrada primera de su pueblo. Allí los que lo ven quizá piensen igual que Lorenzo y digan : ¡cuántos cambios se dan en este mundo!.Era propiedad el molino de seis o siete  socios del pueblo, de los que Benedé, Calvo, Cuello, Zamora y Escario tenían una parte entera y tenían media parte Pedro Mur con Trallero y Albero con Gabarre.

Lorenzo es un hombre de paz, como el aceite de las oliveras, porque se crió limpiando las ramas de los olivos y cogiendo y moliendo sus olivas. Se acuerda cuando llegaba a Coscullano, un fabricante de aceite de Ayerbe y cargaba su camión de olivas para su industria, dejando en Coscullano las  que sus habitantes necesitaban para su consumo a lo largo del año. A veces les sobraba aceite y lo vendían a Avellanas de Huesca, a donde lo llevaban con carros y galeras, metido en botos o boticos de cuero de cabra, que compraban en el botero de Santo Domingo o en el de San Lorenzo de Pedro Lafuente. Con el aceite  freían y lo echaban en los platos de judías,  que comían antes de salir el sol, para estar bien almorzados en la recolección de las olivas. Lorenzo se acuerda de los molinos, pero también se acuerda de las judías que comían, porque exclamó:¡qué buenas eran esas judías!.Para coger las olivas acudían varios jornaleros a cada casa, que trabajaban y comían aquellas judías tan buenas, pero también empleaban el aceite para conservar chorizos, lomos, los costados del cerdo y la longaniza, que guardaban en pucheros de barro de Bandaliés y ¡hasta la torteta en aceite que comían en primavera!. Ahora se acuerda Lorenzo de aquellas épocas en que en el pueblo vivían unas ciento setenta personas, pero en estos momentos sólo viven trece o catorce. Se han ido todos a la capital, donde sobra gente, porque la “Crisis” es terrible, pero esperemos que esta cruel situación también cambie. 

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