viernes, 12 de enero de 2024

EL RELOJ





Le dedico este escrito al maestro de escuela, que en mi pueblo natal, me enseñó las primeras letras. Yo vivía feliz en mi pueblo, desconocedor de toda malicia. Un día, para mí, un día, no un día determinado del calendario, mi padre me cogió del brazo y me llevó a la escuela. Ese día, que para mí, era como todos, limitado por el alba y el ocaso, resulta que era la fecha, que el calendario señalaba como comienzo del curso escolar. Entonces me enteré de que el calendario era un tirano y no un cartón, en el que San Antonio sonreía a un niño gordito, y donde habían pegado un taco de hojas numeradas. Después de percatarme de esta servidumbre, empecé a notar la del reloj, que desde la torre de la vecina iglesia, me marcaba, cada día, la hora de entrar en la escuela. En ella, me enteré de que cada día tenía uno más y uno menos, en una palabra que los días estaban contados, porque el taco del calendario estaba numerado; cada día se arrojaba un papel al hogar, ardiendo presuroso y se iba tornando el taco más flaco con el paso de los días, como la abuela Juana se secaba con el paso de los años. Y volviendo al calendario, me incorporé al fin, resignado a su tiranía, llegando a colaborar en su dictadura, arrancando yo mismo las hojas y empecé a sentir curiosidad por el otro tirano que me marcaba la hora de entrar en la escuela: el reloj de la torre. Me hice amigo del sacristán, que me subía a la caseta de la maquinaria y allí  en lo alto de la torre, veía el engranaje de las ruedas, escuchaba el tic-tac sonoro y los golpes del martillo en la campana María y me admiraba que la campana se llamase así y de que una de las ruedas se llamase Catalina, como la luna y como una vecina. Me preguntaba como se movía aquel mecanismo y el sacristán me decía que las pesas, con su peso, hacían aquel milagro. El maestro en la escuela nos había explicado que no hay reloj sin relojero ni mundo sin Creador y yo amaba aquel mundo y trataba de relacionar el calendario con los días, las pesas con el peso de los años que hacían ir hacia atrás a los hombres y en cambio el peso de las pesas hacía caminar el reloj hacia adelante. Se mezclaba en mi imaginación la rueda Catalina con la Sra. María y esta con la campana María, el peso de los años de la abuela Juana con el peso de las pesas del reloj, el toque de las doce del mediodía con el paso de ese peso de las pesas del reloj y ese  toque de las doce del mediodía hacía brotar en las gentes sencillas,  el rezo del Ave-María y hacía recordar la mecánica del reloj dirigida por el relojero y el mecanismo del mundo por el Creador. Yo contaba estas cosas al maestro y él sonreía complacido y contribuía con sus palabras a hacerme ver el mundo por su lado amable y placentero.

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