Bécquer escribió la poesía siguiente: “Del salón en el ángulo obscuro-de su dueño tal vez olvidada- silenciosa y cubierta de polvo- veíase el arpa.-Cuanta nota dormía en su seno- como el pájaro duerme en las ramas-esperando la mano de nieve-que sabe arrancarla. ¡Ay!, pensé, ¡cuántas veces el genio – así duerme en el fondo del alma,-y una voz, cómo Lázaro espera- que le diga: ”levántate y anda”!. Bécquer, poeta del siglo XIX, era amante de la belleza poética, de la pintura y de la música. Por eso al contemplar el arpa, abandonada, “durmiendo en el fondo de su alma”, soñó con hacerla sonar. Así como Quevedo, escritor satírico, insultaba a sus enemigos, por medio de la poesía, Bécquer se lamentaba con sus rimas, de la traición que le hizo su esposa, quejándose con sus poesías llenas de belleza. No insulta Bécquer a su esposa, con su poesía pura, como lo hace Quevedo con sus palabras rebuscadas. Veamos esta rima, en la que se lamenta de la traición amorosa, de su esposa, que así dice: “La gota de rocío que en el cáliz-duerme de la blanquísima azucena, -es el palacio de cristal en donde,-vive el genio feliz de la pureza. Él, le da su misterio y poesía;-él, su aroma balsámico le presta.- ¡Ay de la flor, si de la luz al beso-se evapora esa perla!”.
Los escritos de Quevedo son complicados, pero no hay que temer la lectura de sus obras, porque, además de obligarte a pensar, te hace unas veces reír y otras llorar, con sus obras satíricas y burlonas, porque no sólo escribió la sátira, sino también poesía amorosa. A este amor corresponde su soneto: “Amor constante más allá de la muerte”, que es famoso en la literatura universal, pues hay quien afirma que no se ha escrito nunca una obra de amor, tan real y tan sentida, en la lengua castellana. Sí, es real su pensamiento, pero más difícil de comprender, en su primera lectura.
He aquí el soneto “Amor constante más allá de la muerte”: “Cerrar podrá mis ojos la postrera,- Sombra que me llevare el blanco día,- Y podrá desatar esta alma mía-Hora a su afán ansioso lisonjera;-Mas no, de esotra parte, en la ribera,- Dejará la memoria, en donde ardía-Nadar sabe mi llama el agua fría,-Y perder el respeto a ley severa. Alma a quien todo un dios prisión ha sido,-Venas que humor a tanto fuego han dado.-Medulas que han gloriosamente ardido:-Su cuerpo dejará no su cuidado;-serán ceniza, mas tendrá sentido;-Polvo serán, mas polvo enamorado”. Si, es real el significado del amor a la vida, a pesar de haber muerto, pero, para comprenderlo, hay que pensar en el significado de las palabras, que escribe. Se acuerda de cuando la sombra de la muerte, cerró a sus ojos la blancura del día. Y trata de definir el viaje de su alma, para pasar de la Tierra al Cielo.
Ramón del Valle Inclan |
Gustavo Adolfo Becquer |
Se queda uno, después de la lectura de este soneto, admirado ante sus cuartetos y tercetos en el número de once sílabas cada uno, que componen su integridad de catorce versos, terminado cada uno con su sonora rima. Pero uno encuentra su sentido, que resultaba difícil de entender, y que a mi cerebro le ha aclarado la consulta del más allá, en la mitología griega. Los griegos, al observar la separación del alma del cuerpo, se dan cuenta de que el alma tiene que circular por espacios, que ellos identifican con la Laguna Estigia, por la que el difunto navega, sobre la Barca de Caronte.
Al abandonar la ribera de la vida, parece que tendremos que olvidar cuantos recuerdos, hemos gozado o sufrido en ella. Pero Quevedo se subleva contra esa ley de los infiernos, que le obligan a abandonar totalmente, incluso el amor del que gozó en la vida. Y proclama que el cuerpo será ceniza, mas tendrá sentido y las médulas que llegaban a lo más profundo del cuerpo “polvo serán, mas polvo enamorado”.
Quevedo escribió pasajes festivos y burlescos, con gracia satírica, para recordar al pueblo la realidad humana. Y con esa poesía satírica y burlesca acusó a Góngora de exceso de sensibilidad, de vejez y de chochez, dedicándole el siguiente soneto:
“Erase un hombre a su nariz pegado- érase una nariz superlativa- érase su nariz sayón y escriba,-érase un peje espada, muy barbado,-era su reloy de sol, mal entonado,- érase una alquitara pensativa,-érase un elefante boca arriba,- era Ovidio Nasón más narizado.-Erase un espolón de una galera,-érase una pirámide de Egipto- los doce tubos de narices era.-Erase un naricísimo infinito,- mucha nariz, nariz tan fiera-que en la cara de Anás, fuera delito”. A Góngora, Quevedo lo maltrata como judío, que es corriente que tengan algún rasgo en su nariz, de la raza judía.
Se dirigía al pueblo, del que quería que fuese feliz, diciéndole: “¡Oyente, si tú me ayudas, con tu malicia y con tu risa, verdades diré en camisa, pero menos que desnudas”.
El estilo de Bécquer es más claro, en su poesía “Dios mío, qué solos se quedan los muertos”, pues así se explica:” La luz, que en un vaso,- ardía en el suelo,-al muro arrojaba- la sombra del lecho.- y entre aquella sombra- -veíase a intervalos- dibujarse rígida- la forma del cuerpo”. Después de esa visión, Gustavo se pregunta.”¿Vuelve el polvo al polvo?-¿vuela el alma al cielo?-¡Todo es vil materia,- podredumbre y cieno?. ¡No sé! Pero hay algo- que explicar no puedo,- que al par nos infunde-repugnancia y duelo,- al dejar tan tristes, -tan solos los muertos. La poesía de Bécquer es delicadísima, reflexiva, que se pregunta los mimos misterios que se plantea Bécquer.
Quevedo( 1580-1645), se acuerda de cuando la sombra de la muerte, cerró a sus ojos la blancura del día y Gustavo, escribe : “la luz que en un vaso- ardía en el suelo- al muro arrojaba- la sombra del cuerpo”. Pero Quevedo, como Bécquer “explicar no puede que vuelva el polvo al polvo y se pregunta ¿vuela el alma al cielo?. En este tema de la muerte del ser humano, se ve la descripción totalmente poética y delicada de Gustavo Adolfo Bécquer. También se nota la virtud poética de Quevedo, cuando dice: ”Cuando la sombra de la muerte, cerró a sus ojos la blancura del día”, pero se subleva contra el abandono del cuerpo humano, poniendo patente su mal genio, con el que insulta al judío Góngora. Pero acaba su soneto, con una bella y potente poesía, al decir: “Su cuerpo dejará no su cuidado-Serán ceniza, mas tendrá sentido; POLVO SERÁN, MAS POLVO ENAMORADO”.
La sátira, que no aclaró el problema de la vida y de la muerte, a la que Quevedo, con genio vivo, no vio resuelta con su poesía: “Amor constante, más allá de la muerte”, ya se cultivaba en la literatura antigua de Grecia y de Roma. Reinó en el ambiente en el siglo XVII, con Quevedo, pero no dejó de practicarla, Valle Inclán, muerto en 1936. La sátira de Quevedo y la comedia burlesca son muy semejantes al esperpento de este gran Valle Inclán, que parece ser que él mismo creó. Significa tal palabra color, olor, sabor, entre otros de almendra ideal, zurriaga y caricias. A pesar del paso de siglos entre el Siglo de Oro con Quevedo como autor del soneto “Amor constante, más allá de la muerte”, con la comedia burlesca y el siglo XX con Valle Inclán, que cultivó el teatro esperpéntico, no se despide el mundo de la sátira.
En el siglo XX, Valle Inclán reaviva las obras esperpénticas, con sátiras sin la crueldad de las de Quevedo, que escribió: “Yo te untaré mis obras con tocino-porque no me las muerdas, Gongorilla-pero de los ingenios de Castilla-docto en pulla, cual mozo de camino”. Acusa al mismo tiempo a Góngora de judaizante, además de plagiario. Y sale Valle Inclán, que al tiempo que escribía sus esperpentos, hace a los lectores que se recreen con la poesía de su “Sonata de Otoño” y la de Invierno.
Valle Inclán reaviva la sátira , en forma esperpéntica, en el siglo XIX y XX, y me hace pensar en el fenómeno que yo en mi niñez, observé en las Ferias de los pueblos, cuando no había cines ni otras distracciones más modernas. Tal fenómeno, del que no recuerdo bien sus detalles, iban por las ferias a recrear al público con obras de Quevedo, Las explicaban y leían a los espectadores y con voces de comediantes hacían ver el interés que ofrecían aquellos hombres y mujeres, unos cojos, otros mancos, otros ciegos o tuertos. No me enteré si Quevedo los exponía ante el público por ayudar a tan desgraciados seres humanos o era una especie de petición de justicia al cielo, para que no permitiera que se diesen esos casos de miseria en unos hombres, en tanto otros gozaban y gozaban y atesoraban los dineros escondidos de la vida, como los avaros. No sé si Quevedo veía la conciencia de Góngora, viciada con la avaricia o era una acusación racial, que en aquellos tiempos inquisitoriales, las razas eran perseguidas.
Yo en pleno siglo XX, recuerdo un caso de que un comediante de la feria, relataba una pequeña anécdota, diciendo que un campesino, gritaba :¿Qué vedo, qué vedo?, que lo identificaba con la expresión :¡Qué veo que veo!. Quevedo estaba haciendo sus necesidades y al escuchar como el campesino, gritaba ¡Quevedo, Quevedo!, éste contestó : hasta por el culo me conocen. ¡Lástima, que cuando era todavía un niño durara la moda de Quevedo de corregir vicios y que ahora ya estemos admirados de contemplar tanto negocio!.
No puedo admirar el cuento relatado en mi niñez en una feria, pero ya estoy harto de ver, después de haber escuchado a los mariachis:”con dinero y sin dinero, hago siempre lo que quiero y mi palabra es la ley”. Porque en todas las organizaciones de la Nación, se van acumulando el dinero, que no creo que el judaizado Góngora, lo amontonara de tal forma, desde los altos cargos hasta las organizaciones de los obreros, no de los obreros que trabajan, sino de los “chupópteros”.
Ahora haría falta un satírico como Quevedo que corrigiera al País de tanta corrupción.
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