Esta antigua casa, de gran volumen doméstico y rural, se
encuentra haciendo ángulo en la acera derecha de la Calle Baja, que se dirige al Sur, desde donde
contemplaba el Gran Castillo-Palacio de los Condes de Aranda. El otro lado del
ángulo, mira a la actual Plaza de
Deportes, que se dirige al Oeste, desde el Este. Así como la fachada principal de
Casa Salvador mira al Este, la fachada lateral, se enfrenta con el Norte. Y
entre el Ayuntamiento que presenta hacia el Sur su fachada posterior, que mira
hacia el Norte de la antigua Casa Salvador, se presenta, un espacio, que antes de la Guerra Civil, estaba ocupado por
un Barrio de Casas y de enormes bodegas, que Josefina Puy, recuerda, igual que
yo, haber visto destruidas por la Guerra Civil y que al ser derribado por el
fuego y los bombardeos, dejó un solar, que los mayores recordamos con tristeza y
que ahora llena de alegría a los niños y jóvenes que en tan pasado y olvidado
Barrio, hoy Parque de diversión, se divierten con alegría. Incluso en él, hay
columpios y juegos infantiles. Pero en el conjunto del antiguo barrio, hoy campo de juego, rodeado de árboles, presenta dos porterías, para el juego de los
niños y jóvenes. El Edificio-Ayuntamiento, levantado por Regiones Devastadas,
dirige sus banderas hacia el Norte, es
decir a la Plaza Mayor. Y por el Sur se pueden contemplar los juegos de los
niños y sus columpios, en el gran solar, contra el que lanzaron las bombas. En
un agujero de una pared caída, encontré yo una pistola, que tenía su origen en
años anteriores a la Guerra Civil. Con Rafael Bruis y Antoñito el Herrero,
estábamos contemplando las ruinas de la última Guerra. Estaba el suelo de la
calle, lleno de balines de balas de fusil. Nosotros que éramos niños, no
recordábamos, que por aquí, antes, hubo Guerras Carlistas y que siempre ha
habido aficionados a las armas.
No todo eran recuerdos de luchas, porque allí se alzaban una
Confitería, donde vendían “lamines o laminerías”, y mirando hacia la Plaza
Mayor, estaba la casa de la señora Juana, natural de Santolaria y madre del señor
Ferrando, conocido por el “Zurdo” y de su hija, la señora Concha, que para la
Guerra Civil, recorrió desde Siétamo por la carretera nacional 240, hasta el
lugar en que ahora se alza la Cruz de los Caídos, levantada en memoria de la
defensa que hicieron los soldados, y los paisanos, entre los que se encontraba el
Doctor Don Luis Coarasa, de Torralba de Aragón y el hijo de Siétamo, Salvador
Puy, que tendría treinta y cuatro años. Estaba Salvador Puy en el Castillo,
defendiendo la única posición que quedaba en el pueblo de Siétamo y al acabarse
los alimentos y las municiones, decidieron salir hacia Huesca. Al pasar por los
huertos de Siétamo, el agua corría, por haber sido soltada por los rojos y
Salvador Puy, se retrasó en su fuga para ayudar a la gente a pasar la acequia,
que bajaba llena de agua. Para ello, se
puso en medio del agua de la acequia, para pasar a todas las personas que con
él escapaban. Fueron por Ola y por el Saso y tuvieron que parar en la Tejería
que estaba en la parte baja del Estrecho Quinto, que se encontraba a la derecha
de la carretera que iba desde Siétamo hasta Huesca. Cuando tuvieron que marchar
a Huesca, se refugiaron en varias bodegas de la Calle del Padre Huesca.
Josefina Puy, hija de Salvador y de
Rosario Bibián, tenía entonces seis meses y ya no se acuerda, pero su padre se lo contó en multitud de
ocasiones. Salieron protegidos por los
soldados, los paisanos, huidos de
Siétamo, como la madre de Pepita Sipán, con su pequeña hija y otros vecinos
huidos de Siétamo, como Rosario Bibián , esposa de Salvador Puy y su hija de
seis meses, llamada Josefina. Por cierto que esta Josefina, ya es mayor y su
marido ha muerto en el año de 2016. Se llamaba José María Jordán y nació en la
Montaña, yendo a Pamplona, en el pueblo de Aso-Veral, donde hay unas aguas
medicinales, que huelen a “huevos podridos”. Es una pena que no se haga en
dicho pueblo un Sanatorio. Era un hombre piadoso, porque cerca de su casa hay
una Cruz, a la que él la pintaba y cuidaba con cierta frecuencia.
Los Republicanos quisieron tratar con el Ejército y con los
vecinos de Siétamo y de otros pueblos y les enviaron una carta, para que se
rindieran. La llevó desde Siétamo al Estrecho Quinto, la señora Concha o
Concheta Ferrando, hija de la señora Juana de Santolaria. Caminaba erguida y
con una bandera blanca, encargada por los republicanos de entregar una carta a los
nacionales, en el Estrecho Quinto. Concha llegó a tal Estrecho Quinto, presentó
una carta al Jefe de los Nacionales; estos no se rindieron y ella ya no quiso volver a Siétamo. Esta señora Concha
y su madre, vestían con una cubierta que les tapaba su tórax y unas faldas que les llegaban hasta el suelo.
Su cabeza iba cubierta con una blusa negra del mismo color que el resto de su
ropa, unas faldas que le llegaban hasta el suelo y una pañoleta que cubría su
cabeza. A la “siña” Juana, antes de la Guerra, la veía yo rezar, desde la
puerta del fosal abandonado, detrás de la Iglesia, por su familia, que vivía en
Santolaria, pueblo que se veía desde aquella entrada al fosal.
Estaba también en la actual fachada del Ayuntamiento, la
familia de Puyuelo, en su casa que miraba a la Plaza Mayor. De esta familia,
compró el hermano mayor una casa en la Paul y su hermano, amigo mío, que ya
difunto, vivía en Barcelona, compró un soberbio piso en la Plaza Mayor.
En el actual Parque deportivo, en la parte Este se
encontraban dos Casas de Cavero, con un escudo con corona noble, de más rango
que la corona de Infanzón, el cual lo posee un sobrino de los Cavero con dos apellidos de esta
familia, que lo llevó a su casa de Huesca. Este Cavero de Huesca era hijo de un
Maestro Nacional, que ejerció en Blecua, donde todavía se alza en una pared una
Placa, en que pone gravadas sus virtudes.
El señor don Domingo Cavero se casó y murió sin hijos y descendía
del Palacio de Laperdiguera, donde se eleva una casa noble, cuyos miembros
viven en Zaragoza. Queda otra Casa llamada de Felipe Cavero en la Calle Alta, que ha sido restaurada por Monsita
Puyuelo Arnal y Cavero y que fue la
primera casa que los Caveros abrieron en Siétamo y que venían de Laperdiguera.
En esa casa nació Monsita, que ahora recordando el linaje de su familia, la
está reconstruyendo.
La que todavía algunos pocos, llaman Casa de Salvador, es hoy
propiedad de un señor joven, con el apellido Crespo, que conoce entre otros el
oficio de carpintero, pero que sobre todo conoce su honradez y su sentido
común. Tiene un apellido castellano, pues se llama Crespo. Tiene un buen gusto,
porque la Casa de Salvador, llena de nobleza, estaba un tanto triste, por
haberse visto rodeada de ruinas. Unas del Barrio de debajo del actual Ayuntamiento
y otras también tristes (¿las sillerías de piedra, que ennoblecían el Castillo, pudieron tornarse tristes?).
Pobre Castillo del Conde de Aranda. Pero
en la fachada de su casa, se levanta una
parra, que parece brotar de sus cimientos, que es como una bandera del
porvenir, una nota de optimismo con respecto al futuro. El señor Crespo ve en
el color verde el optimismo y no acabó con la parra, que asomaba en la fachada
de su casa, sino que la animó a seguir, dando una nota del esperanzador color
verde, que hace que todavía se vea el porvenir del pueblo con optimismo.
Encima de casa de Crespo, antes de Salvador se exhibía el
escudo de Cavero. Al desaparecer su Palacio, desapareció también el noble
escudo de los Cavero, de los que queda todavía uno en la Calle alta, en la
llamada Casa de Felipe Cavero, pero debajo Crespo ha alzado su escudo, que
tiene dos Flores de Lis y debajo de ellas una hermosa Cruz y en el lado derecho
del escudo, se eleva un Castillo con otro más pequeño y sobre éste, un guerrero
alza su espada al aire. ¡Qué tradición conserva Crespo en su corazón!, porque
parece haber sido enviado por el Señor a conservar el honor de las personas,
por medio de los antiguos escudos de armas. Este escudo está acariciado por las
hojas de la parra que en la fachada asciende hacia arriba. Toda la Casa da la
impresión de una noble vivienda, asentada sobre muros de piedra, a partir de
los cuales salen unas columnas hacia arriba, de piedras de sílice de un color
amarillento. Tiene un arco de piedra en la entrada de la casa, en la Calle Baja
y en la que se mira al Norte, con el Ayuntamiento al fondo y el campo de juegos
en medio. La puerta falsa o de entrada en el corral la ha convertido en la entrada de coches y
encima, hay una terraza, donde el hijo de Crespo plantó una bandera que se
resiste a la derrota, a pesar del cierzo que la empuja y que ya deja sólo parte
de ella. En la barandilla de la terraza, están, haciendo vigilancia cuatro
caballos de madera, que son como un recuerdo de la nobleza de aquella Casa.
Estos son recuerdos de la vida, en mi pueblo de Siétamo,
Si, porque recuerdo los tiempos de paz y
de guerra, de los militares y de los paisanos, de los mayores y de los niños,
de los hombres y de las mujeres, de los Barrios y de sus ruinas. También
recuerdo la conversión de esas repugnantes ruinas en centros pacíficos de
deporte. Me acuerdo también del antiguo Palacio de los Barones de Siétamo,
Duques de Torres de Montes y últimamente Condes de Aranda. Mea cuerdo también
de Ciencia que poseían aquellos nobles, de su amistad con la Familia Azara de
Barbuñales y de Siétamo, de sus poesías relacionadas con Lope de Vega, sus
conversaciones agradables y sus comidas y bebidas,que les alegraban los corazones.
En aquella maldita Guerra del año de 1936,abrasaron el Castillo-Palacio y hoy
es “lastimosa reliquia solamente de su invencible gente”.
Me acuerdo también de Salvador Puy, obrero que se dedicaba a
limpiar las semillas de los labradores con su Porgadora, que se encontró en
medio de una Guerra y que tuvo que emigrar a Huesca capital, para volver a
morir a Siétamo. Recuerdo también a mis parientes los Cavero, provenientes de
Laperdiguera, con sus nobles escudos, más elevados que los de los infanzones
Conmovido pienso en la mujer que amaba con amor puro a los
hombres conquistadores, que hacía la vida alegre a sus amigos.
Y por fin me descubro ante la capacidad de trabajo y de arte
del amigo Crespo, que ha hecho olvidar por algún tiempo, las miserias pasadas
por el pueblo. El ha embellecido la antigua Casa de Salvador, le ha dado un
aspecto noble y trabaja y trabaja con arte, por el mundo.
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