Un texto medieval de cuyo
contenido no me acuerdo, acaba de esta forma:ӎsto lo dijo uno que es de
Alcalá”. Poco explícito se muestra el autor, que no revela su nombre, pero el
que me lo contó, además de ser de Alcalá, me dijo que se llamaba Luis Aso y yo
añado que no sólo es de Alcalá, sino que es de Alcalá del Obispo.
Mi amigo, allá por la
primavera del año mil novecientos ochenta y uno y sería por el mes de Abril,
cuando se siembra el girasol, al enganchar el arado, escuchó un pío-pío. No
hizo al principio mucho caso, pero como continuaran los “piulidos”, empezó a
sentirse intrigado porque por más que miraba, menos veía. Llegó a pensar en
brujas, hasta que al fin descubrió que en un agujero del tractor y debajo del
asiento, había cinco crías de pájaro acomodadas en su nido y se sintió feliz.
Subió al tractor y se dio
cuenta como una pareja de engañapastores le seguía, unas veces volando y otras
se posaba en la reja de arriba del arado reversible, otras en el faro trasero
que sirve para iluminar el surco y a veces en la barra de la trailla. Cuando
arrastrando el remolque con su tractor iba a Loscertales, donde también
cultivaba la tierra, los pájaros se posaban en los laterales. Dicen que los
engañapastores hacen eso, engañar a los pastores, pero al moderno tractorista
no lo engañaban porque se habían hecho amigos y compañeros.
A José Luis le gusta llevar
limpio el tractor y pasaba por descuidado al no lavarlo. ¡Cómo lo iba a hacer
si los pajaricos hubieran muerto al ser regados con la
manguera!. Al gaucho lo llamaban “abandonao” porque no engrasaba los ejes de su
carro, cuyo sonido le gustaba escuchar. A José Luis el engañapastores le
seguía, unas veces volando y otras se posaba en la reja de arriba del arado
reversible, otras en el faro trasero que sirve para iluminar el surco y a veces
en la barra de la trailla. Cuando arrastrando el remolque con su tractor, iba a
Loscertales, donde también cultivaba tierra, los pájaros se posaban en los
laterales del remolque.
Hay testigos de este caso,
entre los que se encuentra Serafín el herrero de Pueyo de Fañanás, al que José
Luis le llevaba los aperos a reparar. Seráficamente, cual nuevo San Francisco
de Asís, observaba como la pareja subía al árbol vecino, un peral que sigue ahí
y daba de comer a las crías: dentro de la dureza de su oficio, procuraba no
asustar a las avecillas.
Todo el mundo no conocía el
pequeño acontecimiento, porque si se divulgaba, los curiosos tal vez lo
hubieran interrumpido.
Llegó la primavera del año mil
novecientos ochenta y dos, que como todas las primaveras la sangre altera,
incluyendo la de los engañapastores, que revoloteaban alrededor del tractor y
acarreaban pajitas y hierbas al nuevo nido.
Amado Baus, vecino de José
Luis, estaba esperándolo sentado en una pared y vio como el engañapastor, sobre
un montón de arena, que allí estaba, engañaba a la engañapastora. Yo me imagino
una danza de plumas en el aire, de volteretas graciosas y enamoradas, de
reverencias elegantes del engañador a la engañada y de elegantes saludos a la
amada y por fin el tremolar de plumas en éxtasis de amor.
A los pocos días la pajarica
empezó a poner huevos en el nido del tractor hasta el número de cinco.
Cuando José Luis, por la
mañana iba a ocupar el tractor para ir a labrar, se agachaba y miraba a la
pájara y ésta se lo miraba a él, sin asustarse. Había surgido la amistad.
Alguna vez al cerrar con fuerza la puerta de la cabina, salía la madre, pero
volvía a incubar los huevos. Labraba los campos y se sentía acompañado por la
pareja que revoloteaba a su alrededor. Salieron del huevo los pajaricos un
domingo y otro domingo, a los quince días justos de su nacimiento, se lanzaron
a volar.
José Luis los observaba como
algo suyo y veía como los padres buscaban alimento en los surcos y se lo llevaban a sus hijos. Al principio
hacían pocos viajes en busca de cebo, pero los tres últimos días casi no daban
abasto.
A pesar del traqueteo del
tractor las crías vivían felices en el nido; solamente cuando labraba por las
laderas empinadas, se asomaban como presintiendo un peligro.
Al llegar el año mil
novecientos ochenta y tres a la siembra del girasol, el tractorista otra vez
observó las evoluciones de los engañapastores, que volvieron a fabricar su nido
y a poner huevos, pero un día se dio cuenta desconsolado que no había nada
dentro de él.
¿Quién tuvo la culpa del
desastre?. ¿Algún vecino que metió las manos donde no debía o fue un pobre gato
de su propia casa?. Nunca más se supo de los engañapastores.
Hay quien dice que las aves
también evolucionan hacia nuevas formas de vida, pero nosotros, ¿las dejamos
seguir esa marcha evolutiva?.
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