En el Parque de Huesca, se
encuentra un hermoso jardín, rodeado por una laguna. En su centro nadan los
cisnes y los ánades en las aguas del pequeño lago, con su verde orilla, rodeada de
arboles en que se posan unas pequeñas y elegantes tórtolas, de color claro,
salvo en sus cuellos donde lucen un anillo negro de pequeñas plumas. En la isla
arraigan altos árboles y flexibles cañas de bambú, en cuyos pies, he visto en
ocasiones anidar parejas de aves acuáticas. Las orillas de la laguna están
revestidas de árboles de distintas especies, en cuyas ramas se posaban las
tórtolas, que hace ya muchos años trajeron del Líbano. Alrededor de la isla
pasea la gente, pero al llegar a las barandillas, los niños acompañados por
personas mayores, se detienen y hacen acudir a la orilla a los ánades,
echándoles migas de pan y de torta, que devoran con avidez. Los niños gozan
jugando con esos valientes seres vivos que se unen a las aguas, y con sus
padres y abuelos, que vuelven a sentirse niños, gozando del placer, que se
producen mutuamente los niños y los patos.
Además de las tórtolas, de los
gorriones y de los numerosos ánades, parecían reinar con su elegancia, en la
laguna, dos hermosos cisnes negros, pero,
ahora, ya no acuden a la llamada
de Rafael Mialdea, las tórtolas, porque ya casi no quedan, pero además, de los dos
cisnes, sólo queda uno porque el otro ha muerto. Allí reina el cisne negro, con
su luto, que parece que se ha quedado sólo entre los múltiples ánades, que
nadan por la laguna. Tampoco se posan en las altas ramas de los árboles, las
palomas, que poblaban el Parque. ¿Han puesto veneno, que ha dado muerte a
gorriones, tórtolas y palomas?. No lo sé, pero la soledad del cisne negro,
repartiendo por la balsa el luto de su color negro, parece entristecer la
alegría que gozaban los niños por sus orillas. Me acuerdo de la elegante figura
del mudo Rafael Mialdea, del que escribí : “Cuando paso por las sombras de los
citados árboles, me llama la atención la delgada figura de Rafael Mialdea
Novales, que con una de sus manos extendida, ofrece a las tórtolas, unas veces
granos de trigo, de maíz otras, y muchas veces galletas, de las que él se ha
privado, las ha deshecho y las elegantes aves del collar, se le posan en sus
manos y en sus hombros y consumen el desayuno que Rafael les ofrece”.
Hace muy poco tiempo, en el
pequeño lago de los cisnes, todo era felicidad bajo la presidencia de los dos
cisnes negros, los ánades, las palomas, las tórtolas y los niños acompañados
por sus abuelos o por sus padres. Se creaban escenas “modernistas”, que
estimulaban la alegría y la complacencia inocente de los niños y la vuelta a la
felicidad, que sentían, después de pasados muchos años, los padres o abuelos ya
mayores, al provocar las sonrisas de sus
descendientes, cuando daban de comer miga de pan o de torta, a los cisnes y a
los ánades de aquel pequeño, pero gran
mundo de la laguna del Parque.
Pero, el “modernismo” no ha
podido con el correr del tiempo, porque ¿dónde están las tórtolas que acudían a
las manos de Rafael Mialdea?. Dicen que en el Jardín vecino a la laguna, están
encerradas unas aves de rapiña, que se sueltan en las próximas puestas del sol,
para arrojar del Parque a los estorninos. Son multitud y no desaparecen dichos
estorninos, pero casi no dejan viva a alguna tórtola. En aquellas
construcciones del Jardín, viven
numerosos gatos que devoran a los primeros ánades que nacen y a los gorriones
que por allí se acercan.
Me recuerdan estas escenas a
Rubén Darío, cuando escribe “Cantos de vida y esperanza” y me hacen reflexionar
sobre el triste “modernismo” de “La América española, como la España
entera,-fija está en el Oriente de su fatal destino”. ¿Seremos entregados a los
bárbaros fieros?-¿Tantos millones de hombres hablaremos inglés?-.¿Ya no hay
nobles hidalgos ni bravos caballeros?-. ¡Callaremos ahora para llorar después?-”.
En la laguna ya queda tan
sólo un cisne negro. Parece que se está
acabando el “modernismo” en ella. Exclama, ante tal panorama, Rubén Darío: “y un cisne
negro dijo:”La noche anuncia el día”. Y uno blanco. “¡La aurora es inmortal!,
¡la aurora es inmortal”. “¡Aún guarda la Esperanza la caja de Pandora!”.
Este es el cisne de la Nueva
Holanda, allá en Oceanía. Aparece en “Las Aves”, escrito por el Doctor Brehm y
publicado en 1882, en Barcelona. Su nombre científico es ese mismo libro el de
CIGNUS ATRATUS y ahora se le conserva el mismo nombre, en los libros y discos modernos.
Estas aves del género Cygnus Astatus
tienen un peso desde 6´ 3 kg. a 8´7 Kg.
En la Laguna del Parque de
Huesca, han vivido varios años los miembros de la pareja, pero ahora sólo queda,
no sé si un macho o una hembra.
El cisne negro con su largo
cuello, pasea con ese hermoso y largo cuello, a modo de un signo de interrogación:
¿qué pasó con el “modernismo” de la laguna, que alcanzó, dirigida por sus dos
cisnes, la belleza perfecta, el ideal incuestionable?. Este ambiente modernista
de la laguna, lo pasa Rubén Darío, allá por los años de 1914, por medio de los
cisnes, a su continente Hispano Americano, porque se preguntó: “¿qué pasó con
esa estética, distante, revolucionaria, su renovación lírica, que cala muy
hondo en el momento evolutivo de la creatividad cambiante?”.En la laguna se
notan las muertes de las tórtolas libanesas debidas a las aves de rapiña, que
se sueltan cuando se va a esconder el sol, y llena de tristeza el color negro
de luto, que pasea por la superficie del agua, el único cisne que se ha escapado de la
muerte. Vamos desde la balsa, con la pequeña estructura de un átomo, semejante a
la de un continente, el hispano americano, que se escapan del modernismo, a la muerte de las tórtolas y
del cisne, igual que en el continente, mueren los soldados y los guerrilleros
en Colombia, el pueblo pasa hambre y sobre los Andes, se otea el vuelo del Cóndor.
Era Rubén Darío un poeta puro y
se acordaba de España y de América, veía
en el “modernismo”, el progreso y exclamaba:”Juventud divino tesoro, ya te vas
para no volver, cuando quiero llorar, no lloro y a veces lloro sin querer”.
Pero Rubén Darío no estuvo sólo cultivando el
“modernismo”, pues habla del oscense, “el Señor Llanas Aguilaniedo, uno de los
escasos espíritus que en la nueva generación española, hacen el estadio y la meditación en el
“modernismo”, debido por la sociedad”. Llanas Aguilaniedo, había nacido en 1875
y murió en año de 1931, fue farmacéutico militar, escritor, periodista y
crítico de la literatura española. Escribió de problemas sociales otros sobre la época en que empezaba a vivir. Pero
José María se ve envuelto por el “modernismo” y Rubén Darío, contempla en José
María Llanas el cisne que preside la laguna del Parque de Huesca, porque vuelve
a escribir, que le parece sumamente interesante. Dice que José María, “en su
juventud surge alguna que otra esperanza, y no es poca la que ha de dar en su cerebro, tan
bien surtido y generoso como el del
cantar de “Alma contemporánea”. Llanas Aguilaniedo ha entusiasmado a los
intelectuales contemporáneos suyos, como, al mismo descontentadizo Clarín”.
Llanas es un hombre estudioso y reflexivo. Pero murió muy pronto y España se
dejó olvidar sus pensamientos modernistas.
¡Qué ilusión supuso el “modernismo”
en la mente de Rubén Darío y en la de Llanas Aguilaniedo!. Pero ya Calderón en la época dorada de la
literatura castellana, exclamó: “la vida es sueño”. Tenía razón el escritor
clásico, porque analizando la vida de José María Llanas Aguilaniedo, buscando
el “modernismo”, se ve que esa vida era un sueño, porque además, yo podía
comprobar, que aquel modernismo de la Laguna del Parque, formada por la belleza
de la pareja de cisnes, de las tórtolas, de los ánades, de la palomas, de los
altos y verdes árboles, con las cañas de bambú de la isleta, en medio de la Laguna,
se acababa con la lucha entre las aves de rapiña persiguiendo a los estorninos.
Murieron las tórtolas, las
palomas y el cisne negro, que hemos podido ver los oscenses, en la Laguna del
Parque, como el también oscense José María Llanas Aguilaniedo, como se fijó en
una tumba del Cementerio de Granada. Y yo me acordé de como el señor Joaquín Santafé, que trabajó toda su vida de más de cien años en la Farmacia de Llanas,
me contaba la aventura en el Cementerio de Granada, que fue la siguiente: “No
me llevó allí el romanticismo de principios de siglo…iba sencillamente a
estudiar efectos, objetivos y subjetivos, cuya grandiosidad a media noche y en
las condiciones de ánimo en que me hallaba, calculé sacudiría mi espíritu de
una manera nueva e imprevista”. En medio de la noche, “descubrió un sepulcro
donde estaba enterrada una joven, representada por una bella estatua, a la que
conmovido le dirigió sus palabras, diciéndole: ¡Muerta mía, vive!. Vea yo
moverse tus ojos, levantarse anheloso tu pecho…agítense tus labios estremecidos
por convulsiones de amor. Hermoso ángel dormido, ¡háblame!”. Estaba el oscense
“Angel Llanas Aguilaniedo, trabajando en su cerebro el “modernismo”, la
pintura, la criminología, el decadentismo, pero se iluminaba su sensibilidad
con los sentimientos del corazón, a causa de la belleza de la estatua de la
bella joven”.
A los cuarenta años perdió el
equilibrio de la razón y murió acogido en Huesca por su hermano Feliciano y por
su hijo José Antonio Llanas Almudévar. Estuvo en el periodo de su enfermedad acompañado
por Joaquín Santafé, nacido en Ibieca, con
el que se entendió con suma claridad. A todos estos acompañantes de la muerte
de José María, los conocí, pero de José María, me acuerdo de su obra, por
ejemplo de su novela Pityusa y lo siento, cuando paso por la Laguna oscense del
Parque de Huesca. Recuerdo también a Rubén Darío, amigo de los cisnes y a José
María Llanas Aguilaniedo.
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