Estaba sentado con mi amigo
Joaquín, en la puerta de su casa, cuando
en un Bar, que se ofrece frente a la nombrada puerta se han sentado, supongo
que serían dos parejas. Una la formaban
un matrimonio, que tenían ambos sus cabellos morenos, que tenían
oscura su cabellera como los pelos de su hijo. Yo supongo que éste, moreno como
sus padres, iba acompañando a una muchacha de delicados
cabellos rubios y supongo que era su
novia.
Al caminar hacia el
Bar, pasaron por delante de nosotros y
tanto la pareja morena de mayor edad, como la rubia de la menor, nos saludaron
con amabilidad, al llegar cerca de nosotros. Juaquin y yo, observamos que
mientras el novio moreno, llevaba un ordenador, la bella rubia nos saludaba con
simpatía. Pero su novio moreno, llevaba entre sus manos el citado “ordenador”,
que manejaba con sus manos, en tanto sus pies iban caminando hacia el Bar. Yo
no sé
si utilizaba el “ordenador” para ordenar los pensamientos de su cerebro,
pues lo iba pulsando continuamente. Yo creo que en
su desplazamiento al Bar, no nos miró ni nos saludó, sino que, descuidando los
pasos que seguía por su ruta al mostrador, aproximaba a sus ojos, con sus dos
manos, al “ordenador”, que yo no sé si aclaraba sus ideas o las confundía.
Mi amigo Joaquín al contemplar al
muchacho moreno, se acordó de unas escenas, que había contemplado en una
revista. En el primer dibujo, tres amigos pedían en un Bar, una cerveza para cada uno de
ellos. Se pusieron a beberla y en la segunda escena del chiste, dejaron de
beber y enfrentaron, cada uno de ellos, sus ojos a su “ordenador”, al que
miraban y escuchaban. Pero yo no sabían si atendían lo que les explicaba el
aparato o lo rechazaban, pues sus rápidas respuestas, daban la impresión de no
aclararles, su significado. Comían juntos y apenas acabada la ingestión de su
merienda, cada uno sacaba su “ordenador” e intentaba obtener el resultado de su
conversación, que ninguno de ellos conseguía comprender.
Yo, como mi amigo Joaquín,
durante la comida de mi familia, intentaba mantener una conversación con mis
hijos, pero ellos, entre sus dedos miraban su pantalla y escuchaban su
conversación y yo me quedaba solitario pensando en mi familia, que parecía que
ya no pensaba en sus problemas, sino que la máquina ordenadora, con aquellos
sonidos, confundía mis pensamientos.
Me di cuenta, observando el
comportamiento de las dos parejas, qué en el Bar cercano, el matrimonio mayor y
la señorita rubia, hablaban unidos y el joven moreno, estaba manipulando su
“ordenador”. En tanto mi buen amigo Joaquín me hacía ver el paralelismo entre
el comportamiento de los cuatro clientes del Bar y el que tenía lugar entre
algún miembro de mi familia, con manejo del “ordenador” y
yo mismo, que quería conversar en una común unión.
Entonces me di cuenta del
significado del Internet que “es un conjunto descentralizado de redes de
comunicación interconectadas”. Ese Internet supone que en el interior de la
inteligencia humana hay espacios de ocio, de interacción y de construcción de
la propia identidad. En aquellos cuatro individuos , dos en su cuerpo macho y
otros dos en su cuerpo y espíritu femenino, se veían “espacios de ocio, de
interacción y de construcción de su propia identidad”. En la pareja del padre
con la madre y en la joven rubia, daba la impresión de que su identidad era
normal, pero en el joven, daba la impresión de que su cerebro, con su continuo
mirar y apretar las teclas de su ordenador, no se notaba que su identidad fuera
normal, sino inquieta y dudosa, con lo que resultaría difícil encontrar su
“propia identidad”. Daba la impresión de que al muchacho le era difícil
encontrar su propia identidad.
Walt Witman escribió:
“Había un niño que avanzaba de día, y el primer objeto al que miraba, en
aquel objeto se convertía”… Pero cada niño tiene su propia responsabilidad, y
los objetos que miraba, eran distintos según que niño fuera el que lo mirara.
Pero mirar muchos niños ese objeto, se multiplicaba su número por otro infinito
número de objetos de la red existencial.
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