lunes, 16 de julio de 2018

EL ORDENADOR, QUE DESORDENA LA MENTE




Estaba sentado con mi amigo Joaquín,  en la puerta de su casa, cuando en un Bar, que se ofrece frente a la nombrada puerta se han sentado, supongo que serían  dos parejas. Una la formaban un  matrimonio,  que tenían ambos sus cabellos morenos, que tenían oscura su cabellera como los pelos de su hijo. Yo supongo que éste, moreno como sus  padres,  iba  acompañando a una muchacha de delicados cabellos rubios y  supongo que era su novia.
Al  caminar  hacia  el  Bar, pasaron por delante de nosotros y tanto la pareja morena de mayor edad, como la rubia de la menor, nos saludaron con amabilidad, al llegar cerca de nosotros. Juaquin y yo, observamos que mientras el novio moreno, llevaba un ordenador, la bella rubia nos saludaba con simpatía. Pero su novio moreno, llevaba entre sus manos el citado “ordenador”, que manejaba con sus manos, en tanto sus pies iban caminando hacia el Bar. Yo no    si  utilizaba el “ordenador”  para ordenar los pensamientos de su cerebro, pues lo iba pulsando continuamente.  Yo  creo  que  en su desplazamiento al Bar, no nos miró ni nos saludó, sino que, descuidando los pasos que seguía por su ruta al mostrador, aproximaba a sus ojos, con sus dos manos, al “ordenador”, que yo no sé si aclaraba sus ideas o las confundía.
Mi amigo Joaquín al contemplar al muchacho moreno, se acordó de unas escenas, que había contemplado en una revista. En el primer dibujo, tres amigos pedían  en un Bar, una cerveza para cada uno de ellos. Se pusieron a beberla y en la segunda escena del chiste, dejaron de beber y enfrentaron, cada uno de ellos, sus ojos a su “ordenador”, al que miraban y escuchaban. Pero yo no sabían si atendían lo que les explicaba el aparato o lo rechazaban, pues sus rápidas respuestas, daban la impresión de no aclararles, su significado. Comían juntos y apenas acabada la ingestión de su merienda, cada uno sacaba su “ordenador” e intentaba obtener el resultado de su conversación, que ninguno de ellos conseguía comprender.
Yo, como mi amigo Joaquín, durante la comida de mi familia, intentaba mantener una conversación con mis hijos, pero ellos, entre sus dedos miraban su pantalla y escuchaban su conversación y yo me quedaba solitario pensando en mi familia, que parecía que ya no pensaba en sus problemas, sino que la máquina ordenadora, con aquellos sonidos, confundía mis pensamientos.  
Me di cuenta, observando el comportamiento de las dos parejas, qué en el Bar cercano, el matrimonio mayor y la señorita rubia, hablaban unidos y el joven moreno, estaba manipulando su “ordenador”. En tanto mi buen amigo Joaquín me hacía ver el paralelismo entre el comportamiento de los cuatro clientes del Bar y el que tenía lugar entre algún miembro de mi familia, con manejo del “ordenador”  y  yo  mismo,  que quería conversar en una común unión.
Entonces me di cuenta del significado del Internet  que  “es un conjunto descentralizado de redes de comunicación interconectadas”. Ese Internet supone que en el interior de la inteligencia humana hay espacios de ocio, de interacción y de construcción de la propia identidad. En aquellos cuatro individuos , dos en su cuerpo macho y otros dos en su cuerpo y espíritu femenino, se veían “espacios de ocio, de interacción y de construcción de su propia identidad”. En la pareja del padre con la madre y en la joven rubia, daba la impresión de que su identidad era normal, pero en el joven, daba la impresión de que su cerebro, con su continuo mirar y apretar las teclas de su ordenador, no se notaba que su identidad fuera normal, sino inquieta y dudosa, con lo que resultaría difícil encontrar su “propia identidad”. Daba la impresión de que al muchacho le era difícil encontrar su propia identidad.
Walt Witman  escribió:  “Había un niño que avanzaba de día, y el primer objeto al que miraba, en aquel objeto se convertía”… Pero cada niño tiene su propia responsabilidad, y los objetos que miraba, eran distintos según que niño fuera el que lo mirara. Pero mirar muchos niños ese objeto, se multiplicaba su número por otro infinito número de objetos de la red existencial.


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