viernes, 27 de julio de 2018

La ciega( 30-XII-1987)




Ha llegado el frío, pero sin embargo, descubro,  como cuando el “orache” es “placible” o placentero, aparece la silueta de la ciega dibujada sobre la pared de un bar.
Ahora ya no grita como hacían antes sus compañeros:”Los diez iguales para hoy”; es su silueta inmóvil el único reclamo. Es un reclamo dulce, que no te ve hasta que te encuentras muy próximo a ella; si hablas con alguien a varios metros de distancia, te reconoce por la voz y te llama. Me pregunto si yo elevo el tono de mi voz para que perciba mi presencia, tal vez sea que sus oídos son muy agudos para compensar su falta de visión, pero también puede ocurrir que, como soy de pueblo, hablo más fuerte que los ciudadanos.
A veces acudo a ella, sin que me llame con su boca, pues aunque sus ojos no brillan, hay algo que brilla en su interior, que me comunica una alegría, que es tan difícil de encontrar en aquellos y en aquellas que, integrados como partículas en el fluir del río callejero, corren nerviosos, preocupados y espasmodizados, sin capacidad para pararse con amigos, con parientes o con simples conocidos.
A veces he escuchado o leído que el sonido de las aguas, en el río, que es un llanto porque no pueden pararse a contemplar la frondosidad de un árbol de ribera en el que, posados cantan los pájaros, o la belleza de un puente románico, en cuyas barandillas dos jóvenes se besan.
Yo me integro, también, cual gota de agua humana en la riada de la calle, pero conservo y trataré de conservar el privilegio de pararme al contemplar la silueta de la ciega, que por fuera no ve o ve muy poco, pero que por su boca, con palabras y sonrisas, me transmite calor, aún en invierno.

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