Cuando éramos pequeños, cada labrador podía tener a su cargo, un número de ovejas igual al de las hectáreas que poseía. Esto pasaba en mi pueblo, que pertenece al Somontano, no tan verde como la Montaña ni tan seco como los Monegros. En ellos era escaso el número de vacas, siendo más grande en el Somontano donde se recogía veza, pipirigallo o esparceta y en alguna huerta se criaba alfalfa, complementando su alimentación con el pastoreo y la harina de cereales y de habas, más rica esta última en proteínas. En la Montaña llena de prados vivían mejor las vacas, así como en todo el norte de España, es decir en la España húmeda.
Se comenzó a explotar más a nuestros animales y se comprobó la necesidad de enriquecer su alimentación con piensos, unas veces para complementar la alimentación natural, que usaban hacía siglos, con piensos complementarios, o para aumentar la producción de carne y leche en los animales, convertidos en “obreros” de estas producciones, para lo que hacían falta los piensos compuestos. Estos piensos son fáciles de crear, calculando las necesidades de un animal para su crecimiento, para su engorde o para producir carne o leche y luego, cogiendo una máquina calculadora se estudian los componentes y cantidades de los piensos que han de entrar para satisfacer esas necesidades. Para ello, como he dicho, son necesarias las máquinas calculadoras.
Pero ahora es cuando el pueblo se da cuenta de la locura cometida por el hombre, no por las máquinas calculadoras. Basta leer a Ramón J. Sender en su novela: ”Hughes o el once negro”, cuando habla de los errores del hombre y de las dichas calculadoras, diciendo: “Porque con ellas la equivocación del hombre inteligente puede acabar con la vida orgánica en el Planeta, vegetal o animal. Nosotros podemos cometer el error y la máquina desarrollarlo hasta la destrucción de la tierra e incluso del Universo”. Y eso es lo que ha comenzado a pasar con la alimentación de algunos animales, con el error de los humanos de crear piensos para el vacuno con harinas de carne animal, para los pollos con residuos de petróleo y para los cerdos con gallinaza o estiércol de las aves. “Nunca repetiré bastante que Hughes estaba seguro de que sus computadoras no podían mentir… una de las equivocaciones del hombre por impulsos vitales o mortales puede obligar a las computadoras a hacer un error. En este error nos va a todos la vida. También en último extremo poco probable pero posible al universo entero”. Cuando era estudiante, me acuerdo de aquella frase, que decía: nada se crea ni se destruye, solamente se transforma. Y Sender, que también la había oído y reflexionado dice: “ Ya es sabido que nada se destruye en el orden universal, sino que se transforma: la realidad tangible y visible se convierte en energía y esta en formas diferentes y nuevas de materia. Si es así y no hay duda según los sabios, ¿qué clase de seres heredará nuestro planeta?. Pronto vamos a dar en las fábulas infantiles de los robots y las arañas flotantes. Podría ser que no fuéramos tan lejos y que algunos prudentes insectos, por ejemplo las cucarachas, nos dieran la respuesta”.
Las cucarachas según Kafka ya tienen sus problemas y “no sería sólo el hombre inteligente quien se habría equivocado, sino la humanidad entera y al parecer en eso estamos.”En la orilla del Apocalipsis”, es decir con más lío que las cucarachas de Kafka, por lo que somos los mismos hombres los que hemos de enmendar los errores que hemos creado en la alimentación de los animales, venciendo el odio contra algunas “probabilidades contrarias a sus intereses”. Porque era el hombre el que “esperaba en último extremo equivocarse en su propio favor. Las maquinitas estarían siempre a su lado”.
Y como dice Sender el hombre de negocios necesitaba esas máquinas “y recelaba de ellas”. “Y experimentaba con ellas, pero no como hombre de ciencias-no lo fue nunca- sino como un financiero seudofilosofante o semitranscentralista”.
Y en mi tierra se acabaron los pequeños ganaderos y quitaron a los veterinarios de los partidos en los pueblos, pero el hombre de negocios los hizo investigar, en Inglaterra, Francia, o España en el uso de alimentos sin valor, despreciando los productos agrícolas, como la cebada o la avena ya arrancadas las explotaciones del vino, de veza, o de esparceta, para luego con sus máquinas calculadoras “redimir a la humanidad”.
En el curso de la novela, apareció después una lechuza, sobre la ciudad que estaba buscando a un sapo y dos hombres lo vieron, diciendo uno de ellos: ”No es frecuente hallar un sapo en estas avenidas de asfalto y macadán. Quisieron atraparlo”. La radio entre tanto emitía el Bolero de Rabel y dice Sender, que los dos hombres “querían atrapar al sapo y se movían a un lado y al otro según los movimientos del animalejo. “Estaban bailando con el sapo el Bolero de Rabel ”. Michael preguntó a Hughes: “¿qué tiene todo esto que ver con el jijeo de la lechuza?. Es que ella ha venido a comerse al sapo. Seguramente lo descubrió viéndolo bailar con los dos hombres”. Todo está relacionado en la Naturaleza.” Dijo más tarde Miguel a los del once negro que el buho de la ”techumbre había acudido a comerse el sapo y de pronto los dos sintieron la necesidad de proteger al batracio y salieron corriendo”, con algunos industriales, también corriendo, que prepararon el pienso para el ganado vacuno,con “carnuzo”.
“ Mr. Hughes… se apresuró a abrir la radio otra vez. No era sin embargo el Bolero de Rabel sino una canción boliviana titulada “El condor pasa”; aquí lo hubiéramos titulado: “ Los buitres vuelan”.
No me queda la menor duda de que nuestro Sender, del que celebramos el centenario de su nacimiento es un “profeta”.
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