La humanidad quiere vivir y se levanta cada mañana para ganar su pan de cada día y la imaginación le ha trabajado desde siempre para conseguirlo. Basta ver, cuando recorres las orillas de los ríos aquellos molinos viejos, donde el molinero trabajaba para que los hombres pudieran comer pan y torta en sus fiestas y conseguía que sus hijos subsistieran. Existían plazas, mesones y mercados y viajaban en carros, en caballos, en asnos y caminando y emigraban a buscar ese pan por otros horizontes, pero las escuelas no eran abundantes y la incultura llevaba a muchas personas a convertirse en celestinas, pillos, busconas y rufianes, creando el mundo del hampa. El fanatismo originaba las luchas, las muertes y se quebraban las honras y se trataba de limpiarlas con sangre y con engaños y crímenes.
En mayo de 1864, mi pariente Valero Almudévar, cuyo padre natural de Loporzano, había emigrado a Madrid y allí estudió la carrera de Magisterio. Al acabarla sintió la necesidad de promover la cultura en su provincia de Huesca y pidió al pueblo de Castejón de Sos, a donde se dirigió desde Huesca por Barbastro y Graus; añade Valero en sus Memorias de un Maestro de Escuela: “Desde este punto encontramos un camino tan áspero, que se hacía imposible transitar por él en carruaje”. Después de unos años volvió a Madrid, donde todavía viven sus descendientes. También tengo familiares en Argentina y en Canadá, como muchos otros españoles los tienen en Cuba, en Venezuela o en Filipinas.
Ahora sigue siendo Madrid un punto al que acuden de todas las provincias españolas, como acudió el padre de Valero y de casi todos los países del mundo y muy bien comunicado.
Cada día van a la capital, los hombres y mujeres que van a buscar su pan con el trabajo; unos son españoles y otros extranjeros. Viajan en aquellos ferrocarriles los estudiantes que van a las Escuelas y a las Universidades. La enseñanza se ha extendido, pero siguen existiendo los fanatismos y el día once de marzo de este año de 2004, ese fanatismo ha vuelto a cometer un terrible acto de terrorismo, que ha causado doscientos muertos.
Ha quebrantado el subsistir de esas familias que buscaban su porvenir en Madrid y ha hecho que todos los españoles sensatos lloraran de dolor porque les dolía hasta el alma y se han lanzado a manifestarse espontáneamente, por las calles de nuestras ciudades, en las que caían las lágrimas del cielo en forma de lluvia. Algunos que acudieron a manifestarse con sus paraguas, los cerraron y se unieron al dolor de la Naturaleza, mojándose con sus lágrimas, ante el salvaje comportamiento de los fanáticos, que dan la impresión de no ser humanos.
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