Un día de este mes de Junio, a
una hora temprana de la mañana, me he sentado en un velador debajo de los
Porches del Bar Puerto Rico y las ideas han ido recorriendo mi cerebro, refrescando tiempos pasados y
tratando de adivinar otros, que todavía
están por venir. Acompañando a mis ideas, mis ojos se enriquecen de visiones
que las afectan y las aumentan, como son los kioscos de Sanz y de Valero, que
con los periódicos del día y las revistas de la temporada, hablan del
pasado, del futuro y de todo lo posible.
Esos periódicos y esas revistas, que se venden en dichos kioscos, enriquecen
las ideas del pasado y prevén los hechos
del futuro.
Me abstengo de revisar la prensa,
porque sólo con levantar los ojos, a través de los arcos, que protegen los veladores de la lluvia, contemplo en el
edifico de la Diputación Provincial, al otro lado de los Porches, lo que decía
la prensa, cuando yo estaba de Vicepresidente de la Diputación y ahora mirando
a través de los cristales de las ventanas del edificio moderno, veo macetas con
verdes y lucidas plantas ornamentales. Se distinguen filas de luces modernas, que
iluminan la escritura de sus máquinas y las firmas de sus diputados. Se iba a
reconstruir la Diputación y se trasladó frente al Pabellón Deportivo del
Parque.
Durante los derribos y obras, que
se ejecutaron, para proceder a la renovación del Palacio Provincial, se
apreciaban las obras del Neo-clásico edificio
de Hacienda, proyectado muchos años antes por el Arquitecto Señor
Farina,que había trabajado en las Islas Filipinas. Era un señor grueso, con
sombrero y de aspecto serio, que poseía una finca debajo del templo de Loreto,
y ahora posee su hijo, que fue amigo del
veterinario Ricardo Serena, del ferretero y fontanero Vallés y de mi tío José
María Almudévar. El Arquitecto Farina, tenía un buen gusto, como puede verse en
la fachada de Hacienda.
Entre Hacienda y la Diputación,
quedaban los restos del antiguo Convento Franciscano. Yo como diputado, movido
por la misma curiosidad, que me hacía observar, desde la butaca del Bar Rugaca,
la fachada de la Diputación y de Hacienda, que escondían la citada fachada del
antiguo Convento Franciscano, entraba en los restos de la iglesia y veía
recoger los numerosos esqueletos de aquellos piadosos monjes. Se necesitaba
todo el espacio ocupado por la iglesia y el convento, para levantar el actual
edificio de la Diputación, pues el antiguo no estaba mal, pero le sobraban los
tristes restos del pasado.
Hoy me siento en una butaca de
los veladores de los Porches, y mirando la fachada opuesta, veo el pasado
interior de la Diputación y de Hacienda, sin necesidad de leer las revistas y
diarios del quiosko de mi amigo Valero.
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