Río Isuela (Huesca) |
Un domingo de este
Otoño de 1999,tan frío,tan lluvioso y tan nebuloso,a las diez de la mañana, no
se ve gente por la calle, precisamente por el frío, por haber llovido los días
anteriores y porque la Sierra está nevada. Pero a pesar de estas
dificultades, yo no puedo estar en la cama y me lanzo a oír misa en la Catedral
y después de oírla, me bajo a la iglesia de San Miguel, observando como el río
Isuela baja crecido y mientras lo observo, me encuentro con dos viatores, ya
jubilados que han salido a pasear con el fin de contemplar la nieve de la
Sierra de Guara. Les pregunto por Rafael, el oscense viatoriano que ha cantado
misa estos días y me dicen que está en la Parroquia de Santiago, lo que
me mueve a constituirme en peregrino a Santiago, el titular de dicha Parroquia
y al llegar a ella me encuentro con Rafael.
Cuando estuve en
Santiago,un sacerdote me pasó a una oficina, desde la cual se escuchaban las
campanas que sonaban pacíficas y piadosas,las voces de unos niños, que tal vez
fueran monaguillos ahora ya casi desaparecidos, y el pueblo tal vez unido por
lo eterno, permanece en su mayoría, en sus casas, mientras un notable número de
fieles está ocupando los bancos de la iglesia, para escuchar la misa. Entretanto
los sacerdotes, cada vez más viejos, se preocupan del toque de las campanas, de
los quehaceres ordinarios de la parroquia, de los bautizos, de los entierros, en
tanto que la paz preside los locales eclesiásticos. Vi a Rafael escaso tiempo porque
iba a decir misa y me fuí;al salir me di cuenta de que los monaguillos no eran
tales, sino monaguillas, vestidas con sus albas blancas. Me fui pensando en que
la escasez de sacerdotes, se fuera tratando de arreglar con la ayuda femenina
en las obras piadosas de la Iglesia, porque desde ella se pide el bienestar del
pueblo y la unión entre sus miembros y, por fin, la Unión Eterna con Dios.
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