lunes, 5 de mayo de 2014

Leoncio Mairal, pintor altoaragonés

Leoncio Mairal ( Foto publicada en el Diario del Altoaragon)



Leoncio Mairal es altoaragonés y para ello no hay mas que fijarse en su apellido, que equivale en nuestra lengua aragonesa a mayoral en castellano, pero si queremos apreciar su personalidad, basta fijarse en sus innumerables cuadros pictóricos, que desde hace ya muchos años ha compuesto y sigue componiendo.

Nació en Javierrelatre, donde hasta su nombre equivale a casa nueva, pero no sólo esa “casa nueva” refleja una antigüedad inmensa, sino su paisaje, que consagra el pasado de Aragón, junto con el paisaje de Rodellar, donde vivieron sus padres. Rodellar es un pueblo, que desde una altura de cerca de ochocientos metros, domina desde un terreno muy quebrado un valle que va del norte al sur por donde corre el río Alcanadre y en el que se encuentra el barranco de Mascún y entre esas quebraduras se abren cuevas, que en otros tiempos ocuparon los hombres. Esos antiguos hombres que levantaron el dolmen al que llamamos la Losa de la Mora. Pasaron por el pueblo los godos, los romanos y dominó en él la casa de los Abarca de Bolea, que fueron barones de Rodellar y de Siétamo.
Es un paisaje original porque parece que la Sierra se ha roto y se ven paredes rocosas y altos peñascos y las sendas que suben y que bajan,  están como antipavimentadas o más bien destrozadas  con numerosas piedras, que parecen haber caído del cielo y que están ahí para estorbar el paso de los hombres y de las caballerías, con qué iban a un pequeño pueblo, hoy abandonado o bajaban caminando por escaleras terroríficas hacia el río Mascún.
Por esos caminos andaba el padre de Leoncio, a veces  montado en un asno, porque era sastre y llevaba consigo una antigua máquina para coser la pana en alguna casa, donde trabajaba  y le daban de comer. Leoncio se acuerda de la dura y difícil vida de sus padres, a los que tanto amó y que cuando pinta aquellos parajes, parece que  están pintados sus espíritus. En Jabierrelatre, donde nació Leoncio, sus pobladores crearon un museo a él dedicado, como el que creó con sus pinturas de Rodellar, para recordar a sus padres, que son los representantes del paisaje de su tierra natal.
Bajan retorciéndose las aguas del río, no como las del mar, que en un cuadro expone Leoncio, que se ven ocupando una llanura inmensa, donde forman un flujo y un reflujo de aguas, que parecen azules, pero que su luz es aragonesa, de un país que carece de agua dulce y de agua de mar.
De la zona de Rodellar y de Jabierrelatre, sube a los, unas  veces, verdes Pirineos, otras blancos y en ocasiones ocres y baja al Somontano y a la Tierra Baja, donde se extienden los Monegros como un mar inmenso, no lleno de agua, sino carente de ella, pero en ocasiones pleno de onduladas mieses  y en otras de luminosa paja. Hay un contraste entre aquellas llanuras marítimas y de tierra seca con la Montaña, sobre la que Rodellar vivió y sigue viviendo porque son numerosos los turistas que lo visitan y el mismo contraste se da entre el cuadro que representa el mar, con el de las montañas de Peña Telera, allá en el valle pirenaico de Tena.  
Bajando de los Pirineos al Somontano, se encuentra Leoncio con unas laderas pardas, escasamente pobladas de carrascas de un verde oscuro y poco brillante. Hoy ya, casi no quedan porque las cortaron  y por abajo, se ven los campos con sus trigos y cebadas. ¡Cómo capta aquella tierra de “las pardas soledades hondas” !,  según escribió de la suya Gabriel y Galán.  Esta es una visión que presenta Leoncio del pueblo de Fornillos. Radiquero se asienta en las laderas del Somontano y debajo de él, se ven los olivos, eternamente verdes y los almendros que ya han perdido ese color verde, para volverse grises. Hay variedad de colores en el Somontano, pues en otro cuadro se ven carrascas y delante de ellas multitud de amapolas o ababoles, que enrojecen el paisaje. Se ve también Anciles en el Otoño con una paridera de piedra, que muestra  una vivienda encima y con su corral. Está rodeada de robles, con su color tostado porque les queda poca hoja, que sin embargo saldrá antes de la primavera.
Por Barbastro proliferan las viñas y se perciben con el cielo nublado y las cepas, unas que todavía conservan el color verde en tanto que otras ya se han puesto rojas. En otro cuadro se ven las orillas del río Isuela, en las cuales brotan enormes carrascas y robles que en unión, parecen defender esas orillas. Entre el Somontano y los Monegros, se encuentran terrenos de color terroso y con rocas areniscas, entre las cuales verdean unos olivos milenarios porque en esta tierra de Piracés se refugiaron, en otros tiempos aquellos hombres primitivos, de los que todavía se encuentran restos.
Hay dos Pirineos, unos verdes como la Val de Gistain y otros como los montes de Lanave, que avisan que la sequía puede llegar, porque cambian aquellos montes de color, según les cae la lluvia en las distintas estaciones.
En los Monegros deja Leoncio ver las “las grises lontananzas muertas”, cerradas 
por  la Sierra de Alcubierre.
Es que Leoncio pone ante los ojos del  que mira sus cuadros el alma del Altoaragón, el alma de sus padres y la suya propia, que se recrea cuando por él viaja y capta unas veces la belleza de algunos paisajes o la tristeza de las pardas tierras, debidas a la sequía.


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