Estando sentado a fines del mes
de Septiembre, ante un bello paisaje, iluminado por el Sol, que casi abrasa la
piel de los que pasean sobre la arena de la Playa, ante mis ojos, se elevan hacia las alturas cinco “ramos”
vegetales de palmeras, cuyas palmas
se mueven por el aire suave del mar. Ante mis ojos se elevan hacia el
cielo cinco “ramos” de palmeras, cuyas hojas que forman los “ramos”, que con sus suaves movimientos,
parecen conversar entre ellas, sobre el agua de la Playa, sobre el juego de los
niños, sobre las gaviotas, que por encima de ellas, vuelan por el aire. Debajo de las gaviotas, que vuelan altas, un
elevado pino da sombra a un grupo de hombres mayores, ya jubilados, que esperan
a otros, para jugar a la Petanca. Entre un grupo y otro
de palmeras, buscan su sombra, para
hacer sus juegos de niños, como columpios, pistas de patines, que divierten a
los niños y a las niñas.
El paisaje entre los que estamos
sentados en unas butacas, observando las playas, el color amarillo de la
arena, que al final es bella, se agrupan personas sentadas o tumbadas, en sus
hamacas, junto al agua azul del Mar Mediterráneo, donde llegan en continuo
correr del tiempo, olas de blanca espuma, que se diluyen en la playa. Se
desplazan las blancas espumas por la arena amarilla y dejan detrás de ellas ,
unas olas de un color azul intenso, que se alejan del horizonte, formando una
larga raya de su color azul, que se pierde en un cielo, también azul, de
más claridad que el del mar.
Por la raya final de las aguas
del mar, navega flotando un barco, que sube del Sur al Norte. Su obscura figura
limita el oscuro horizonte marino, que, de repente se encuentra con el color
amarillo de la playa.
En ella hay personas mayores que
toman el calor del Sol y el fresco de las próximas olas espumosas, que vienen
de lejos y se destruyen cerca de ellos. Estas personas que pretenden recoger
del Mar, su sentido de paz y de unión con la tierra.
Los niños son felices, ante el
contraste del color del cielo con el mar y de éste con la arena del mismo mar.
Y cuando la Tierra va a
convertirse en terreno urbano, las palmeras asoman sus hojas hacia afuera del
tronco y estos troncos, con los restos de sus primeras hojas y sus fibras, ya secas por el tiempo, impiden a los niños
subirse a sus copas.
De vez en cuando, sienten los
ojos la curiosidad, de ver que por las aguas van navegando los barcos y por el aire vuelan las
gaviotas.
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