Hace ya siglos que se desplazan
los habitantes del pueblo del Siétamo,
por la vía o camino, ahora convertido en Carretera Nacional-240, que viene
desde Tarragona a Huesca. Los hombres, las mujeres y los niños la recorrían,
unas veces andando y otras montados en asnos, en mulas o en caballos; también
iban a veces subidos en carros o galeras, después en bicicleta o en moto y por fin en coches o autobuses. Cuando
uno llega a la salida de Siétamo a la Carretera General, se presenta la Plana
de Loporzano, a lo largo de varios kilómetros y allá, en el horizonte aparece
elevada la silueta del Castillo-Monasterio de Montearagón, que siempre resulta
un atrayente objetivo para la mirada, al tiempo que le hace recordar el pasado y pensar en el futuro. A pesar de
ser una ruina, desde la carretera se contempla
como un elevado monumento. A veces adopta aspectos misteriosos, como
cuando la niebla cubre el monte, sobre el que se asienta el Castillo-Monasterio
y éste sin boiras, que lo oculten, da la impresión de ser un castillo etéreo.
Desde el año 1835, en que se desamortizó Montearagón, iban desapareciendo las
piedras que lo componían, al tiempo que desaparecían generaciones humanas.
Ahora, ya no desaparecen piedras, sino que las van colocando, aunque muy poco a
poco. Sin embargo se han seguido celebrando misas cada año, organizadas por
pueblos del antiguo Arciprestazgo, como Loporzano y Quicena. Bastantes años
después de la Guerra Civil, robaron la campana que todavía colgaba en la torre.
En Tierz encontraron un sello del Monasterio, en el que está representado San
Juan Bautista. .En Siétamo murió el monje
y sacerdote, que tenía Perote por apellido, al que, después de muchos
años, veían algunos, como si se tratase de un santo, a través de una ventana de
casa Lobaco. Al morir dejó a una señora de casa Ballarín, un relicario, que dicen que contiene Sangre de
Cristo y que actualmente está en poder de una familia de Quicena. En mi casa
guardaban, con respeto, unos simples tirantes del monje Perote. En Huesca se
conserva el retablo de la iglesia y en San Pedro el Viejo, reposan los restos
de Alfonso el Batallador, que estaban enterrados en Montearagón. Don Jesús
Vallés Almudévar, sacerdote y doblemente pariente mío, me proporcionó un
documento referido a Montearagón en 1789, que me aproxima a dicho Monasterio,
porque en el contenido de dicho documento intervino mi antepasado José
Almudévar Altabás. Sus hermanos fueron Judas Narciso el mayor, Miguel, que
estaba casado en Torres de Barbués con Raimunda Corz, Antonio, que murió
soltero, siendo negociante y que dejó asignada el arca de sus bienes a
Montearagón; después viene Joaquín, que se casó en Blecua, donde todavía tiene
descendientes y el citado hermano menor se llamaba José, que más tarde se casó
en Siétamo con Francisca Escabosa Azara y de los que venimos mis hermanos y yo.
Cuando ocurrieron los hechos que narra el papel citado, Antonio Almudévar
Altabás era soltero y moriría con unos cuarenta y tres años de edad. Vivía en
casa Almudévar de Barluenga, en compañía de sus padres y hermanos y sus
actividades se dirigían a los negocios, porque atendía las compras y ventas y
los intereses de los préstamos. En el pueblo de Sasa del Abadiado, la
influencia de dicho Abadiado era notable y él cuidaba sus intereses y parece
que amaba al Monasterio, porque el Vicario de Sasa escribió lo siguiente: ”Que
es cierto que después de su muerte, Don Antonio Almudévar y Altabás, en la
misma casa de Don Judas Narciso, dueño de ella, el día antes de morir le hizo
al declarante Don Antonio, de que
inmediatamente que muriese se llevase un arca que el dicho difunto tenía con
bienes propios y papeles de distintos asuntos” y que la dejaba en propiedad del
Monasterio.¡Cómo amaba Antonio Almudévar Altabás al Monasterio!, porque
le dejó, aparte de los documentos, sus propias monedas de oro y de
plata. Huesca tiene que devolver al Monasterio muchas cosas, pero yo no podré
devolverle los tirantes, que dejó en mi casa el antiguo monje, Mosen Perote. Se
los llevaron o los tiraron.
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