viernes, 23 de junio de 2017

Toros, caballos y hombres




Ahora la península ibérica está surcada por autopistas, vías de ferrocarril y por ellas circulan los bienes de consumo, que parecen apagar en los corazones de los españoles, aquel sentimiento lírico, que en ellos se refugiaba, al contemplar aquellos toros en plena Naturaleza, como una fuerza bruta no consciente, inspirados por impulsos cósmicos y elementales, pero de un origen cósmico. El poeta  Rafael Morales, le escribía al toro  “Odio, rencor, amor desordenado, - te crecen procelosos por las venas”. Gerardo Diego presenta a Rafael Morales, escribiendo:  “Aquí está Rafael Morales,- morando en los andurriales- de su verso turbulento,- mientras que repasa el viento –lecciones primaverales”. Si,  así estaban los andurriales de Talavera, en aquellos primitivos tiempos, pero no sólo los andurriales de la vera del río Tajo,  sino todos los campos ibéricos, por los que andaban  con sus elevadas astas los toros acompañados por sus vacas, sesteando debajo de las oscuras encinas. Los íberos molían las bellotas y comían la carne de aquellos animales bravos, que los convirtieron en espíritus toreros, que “sonreían y cantaban a la muerte”. Desde Navarra, Aragón hasta Andalucía y Extremadura se pueden contemplar esos animales, símbolos de la fuerza,  que en otros tiempos han sido devotamente venerados en aquellos cultos paganos.

Numerosos poetas han escrito del toro en el campo, desde los clásicos, como Virgilo y Lucano, una de cuyas poesías tradujo Jáuregui, en que habla del toro, que “experimenta el cuerno en tronco o rama,- y orgullo vencedor hierve en sus venas”.Espronceda con su extraordinaria vena poética, escribe: ”¡Visteis el toro que celoso brama,-la cola ondea sacudida al viento,-que el polvo en torno levantado inflama-envuelto en nube de valioso acento!..José María de Cossio dice: ”Si, el bramar de los toros en la noche tiene un sombrío prestigio, la ronca voz de las bestias se convierte para el poeta en una fuerza más de la Naturaleza, misteriosa y enérgica”. Todo lo que he escrito sobre los toros puede ser una reflexión sobre  un tema taúrico,  más que taurino.

Pero la poesía de la muerte de un toro viejo, me hace recordar la muerte de tantos buenos vaqueros, que intervinieron en crear lo Taurino. Es que  la vida taurina tan independiente, siempre dependió no sólo del hombre sino de éste unido al caballo, para evitar la entrada de los toros en los sembrados y trasladarlos de un encinar a otro. Ya lo dijo Domingo Ortega: ”el primer hombre que se montó en un caballo para apartar los toros en los campos tuvo, necesariamente, que ir hacia delante echado ligeramente sobre el cuello del caballo”.  El toro es de tal forma fiero, que solamente impera su cabeza, de modo que el hombre se tuvo que montar  en el caballo” para, evitar su propia muerte y  derribar su dolor y su fiereza, propia solamente de las astas que surgen de su testa”.

El poeta Rafael Morales canta al vaquero muerto por un toro ceniciento, con estos versos: ”Has de llorar, ¡oh toro!,  en  la ribera-del suspirado río,-que en una noche lívida de estío-se llevó al mayoral que te quisiera”.

El hombre tiene buenos sentimientos y se ha acercado siempre al toro y al caballo, pero en éste encontró un buen amigo, que incluso se prestó a colaborar con él  en la creación del  arte. Caballo y caballero, se acercan al toro y lo torean con elegantes trotes y provocaciones y huidas, que alegran los corazones de los hombres que los miran.

La unión del hombre y el caballo, no fue la primera vez que se realizó, porque en la mitología pagana, llegaron a fundirse en un solo ser el hombre y el caballo, para crear el centauro. El ardor del toro parece que hubiera sido más fácilmente derrotado por el centauro porque si el centauro era un mito, el toro tiene “un trueno congelado en su cabeza-que coronan dos rayos afligidos-dos rayos silenciosos, detenidos- por la muerte que puebla su fiereza.” Pero el hombre ha tenido dificultades para evitar las luchas crueles, por un lado entre los mismos toros “que rotundas las cabezas, como rocas,- se acometen tronando, retumbando- en el ciego corazón de los aires” y ha creado el picador, del que Rafael Morales dice:” No cesas de empujar, tu sangre brota- poderosa y febril, activa, fiera,- mientras gime la puya casi rota”. Y sigue el hombre buscando en el mismo toro un colaborador en su trato con los bravos, por medio de los “mansos”, pero para ello   tiene que castrarlos y a pesar de su ayuda, ha de luchar con los toros hasta la muerte. Los picadores no suelen dar tan bellas escenas como los rejoneadores.

Porque el hombre impulsado por el arte y el caballo por su gran nobleza, no quisieron  eliminar al toro con violencia, sino con arte, formando un baile de rejoneo, en que el caballo se acerca y se sale del alcance de las dos puyas sangrientas del  astado  y el rejoneador se inclina, se alza y acomete, se para montado en su caballo, delante del toro y retrocede dando la  cara  al enemigo y lo desafía con sus banderillas, llenando de color el ruedo de la plaza y hiere con su rejón al toro, que con este sangriento baile sufre menos que cuando lo separan de la majada, para transportarlo en el ferrocarril al lugar de su sacrificio.

Algunos protestan contra la tauromaquia, que tiene grandes escenas unas veces y otras penosas, que el hombre debe eliminar,  pero nunca debe eliminar el arte y para ello  es preciso que dicho hombre asista al espectáculo de los toros, porque así se dará cuenta  de que es imposible evitar el lamento poético,  que  hizo un poeta, castellano antiguo, cuando escribió; “Ay, cuanto de dolor- está presente- al infante valiente, a hombres y caballos –juntamente”.

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