Ahora la península ibérica está
surcada por autopistas, vías de ferrocarril y por ellas circulan los bienes de
consumo, que parecen apagar en los corazones de los españoles, aquel sentimiento
lírico, que en ellos se refugiaba, al contemplar aquellos toros en plena
Naturaleza, como una fuerza bruta no consciente, inspirados por impulsos
cósmicos y elementales, pero de un origen cósmico. El poeta Rafael Morales, le escribía al toro “Odio, rencor, amor desordenado, - te crecen
procelosos por las venas”. Gerardo Diego presenta a Rafael Morales,
escribiendo: “Aquí está Rafael Morales,-
morando en los andurriales- de su verso turbulento,- mientras que repasa el
viento –lecciones primaverales”. Si, así
estaban los andurriales de Talavera, en aquellos primitivos tiempos, pero no
sólo los andurriales de la vera del río Tajo,
sino todos los campos ibéricos, por los que andaban con sus elevadas astas los toros acompañados
por sus vacas, sesteando debajo de las oscuras encinas. Los íberos molían las
bellotas y comían la carne de aquellos animales bravos, que los convirtieron en
espíritus toreros, que “sonreían y cantaban a la muerte”. Desde Navarra, Aragón
hasta Andalucía y Extremadura se pueden contemplar esos animales, símbolos de
la fuerza, que en otros tiempos han sido
devotamente venerados en aquellos cultos paganos.
Numerosos poetas han escrito del
toro en el campo, desde los clásicos, como Virgilo y Lucano, una de cuyas
poesías tradujo Jáuregui, en que habla del toro, que “experimenta el cuerno en
tronco o rama,- y orgullo vencedor hierve en sus venas”.Espronceda con su
extraordinaria vena poética, escribe: ”¡Visteis el toro que celoso brama,-la
cola ondea sacudida al viento,-que el polvo en torno levantado inflama-envuelto
en nube de valioso acento!..José María de Cossio dice: ”Si, el bramar de los
toros en la noche tiene un sombrío prestigio, la ronca voz de las bestias se
convierte para el poeta en una fuerza más de la Naturaleza, misteriosa y
enérgica”. Todo lo que he escrito sobre los toros puede ser una reflexión
sobre un tema taúrico, más que taurino.
Pero la poesía de la muerte de un
toro viejo, me hace recordar la muerte de tantos buenos vaqueros, que
intervinieron en crear lo Taurino. Es que
la vida taurina tan independiente, siempre dependió no sólo del hombre
sino de éste unido al caballo, para evitar la entrada de los toros en los
sembrados y trasladarlos de un encinar a otro. Ya lo dijo Domingo Ortega: ”el
primer hombre que se montó en un caballo para apartar los toros en los campos
tuvo, necesariamente, que ir hacia delante echado ligeramente sobre el cuello
del caballo”. El toro es de tal forma
fiero, que solamente impera su cabeza, de modo que el hombre se tuvo que montar
en el caballo” para, evitar su propia
muerte y derribar su dolor y su fiereza,
propia solamente de las astas que surgen de su testa”.
El poeta Rafael Morales canta al
vaquero muerto por un toro ceniciento, con estos versos: ”Has de llorar, ¡oh
toro!, en la ribera-del suspirado río,-que en una noche
lívida de estío-se llevó al mayoral que te quisiera”.
El hombre tiene buenos
sentimientos y se ha acercado siempre al toro y al caballo, pero en éste
encontró un buen amigo, que incluso se prestó a colaborar con él en la creación del arte. Caballo y caballero, se acercan al toro
y lo torean con elegantes trotes y provocaciones y huidas, que alegran los
corazones de los hombres que los miran.
La unión del hombre y el caballo,
no fue la primera vez que se realizó, porque en la mitología pagana, llegaron a
fundirse en un solo ser el hombre y el caballo, para crear el centauro. El
ardor del toro parece que hubiera sido más fácilmente derrotado por el centauro
porque si el centauro era un mito, el toro tiene “un trueno congelado en su
cabeza-que coronan dos rayos afligidos-dos rayos silenciosos, detenidos- por la
muerte que puebla su fiereza.” Pero el hombre ha tenido dificultades para
evitar las luchas crueles, por un lado entre los mismos toros “que rotundas las
cabezas, como rocas,- se acometen tronando, retumbando- en el ciego corazón de
los aires” y ha creado el picador, del que Rafael Morales dice:” No cesas de
empujar, tu sangre brota- poderosa y febril, activa, fiera,- mientras gime la
puya casi rota”. Y sigue el hombre buscando en el mismo toro un colaborador en
su trato con los bravos, por medio de los “mansos”, pero para ello tiene que castrarlos y a pesar de su ayuda,
ha de luchar con los toros hasta la muerte. Los picadores no suelen dar tan
bellas escenas como los rejoneadores.
Porque el hombre impulsado por el
arte y el caballo por su gran nobleza, no quisieron eliminar al toro con violencia, sino con
arte, formando un baile de rejoneo, en que el caballo se acerca y se sale del
alcance de las dos puyas sangrientas del
astado y el rejoneador se
inclina, se alza y acomete, se para montado en su caballo, delante del toro y
retrocede dando la cara al enemigo y lo desafía con sus banderillas,
llenando de color el ruedo de la plaza y hiere con su rejón al toro, que con
este sangriento baile sufre menos que cuando lo separan de la majada, para
transportarlo en el ferrocarril al lugar de su sacrificio.
Algunos protestan contra la tauromaquia, que tiene grandes
escenas unas veces y otras penosas, que el hombre debe eliminar, pero nunca debe eliminar el arte y para
ello es preciso que dicho hombre asista
al espectáculo de los toros, porque así se dará cuenta de que es imposible evitar el lamento
poético, que hizo un poeta, castellano antiguo, cuando escribió;
“Ay, cuanto de dolor- está presente- al infante valiente, a hombres y caballos
–juntamente”.
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