Cada día que pasa me doy
cuenta de que falta algún compañero de la vida y me acuden a la memoria
multitud de recuerdos de los muertos, que he encontrado, unos en las iglesias, otros en los
cementerios y algunos en cualquier rincón del monte. Ya de niño oía pedir
a una vecina del Cielo: “Santa Ana,
buena muerte y poca cama”.
Debajo de la Iglesia
Parroquial de Siétamo, está abandonado desde1875, un antiguo cementerio, que se
trasladó al monte, cerca del Fosal de Moros. ¿Cómo sabemos los que todavía
quedamos vivos, que Sietamo tuvo hace ya cerca de cuatrocientos años habitantes
moros?, simplemente porque los tractores que con remolques cargados, abrieron en
el suelo tumbas, todas orientadas hacia La Meca. En la puerta del cementerio, por la que se entraba, unos para salir y
otros para quedarse debajo de la tierra, veía yo, con cierta frecuencia a la
señora Juana Periga, ya antes de la Guerra Civil y me parecía que rezaba por
los difuntos allí enterrados, pero parece ser que también lo hacía por los
difuntos de Santolaria, donde ella nació y que se veía desde esa puerta, allá
en la Sierra. Efectivamente, después de multitud de años me he enterado, que
también rezaba por el Gaitero de Santolaria, un pariente suyo, cuya gaita se
acabó y desapareció. Yo, con mis cinco años de edad, le llevaba un pan y ella, agradecida,
me hacía sentar al lado de una mesa de su hogar y me sacaba un vaso de agua
fresca, recién traída de la fuente y me la endulzaba con una cucharada de
azúcar. Yo gozoso, la gozaba y pensaba en esta vida, con sus alegrías, como la
de tomar azúcar y la transparencia de ver rezar a la abuela en la puerta del
hoy desaparecido cementerio. Pero luego llegó la tristeza de la Guerra Civil, en que tantos murieron por las
armas y quedó destruida la casica de la señora Juana, cuyo solar está
ahora ocupado por el ayuntamiento de Siétamo.
El centro de la paz, del
cementerio de Huesca se convirtió en un centro de guerra, porque no se daban
cuenta los que allí disparaban, de que ya había allí bastantes muertos, para aumentar su número. Huesca no podía
enterrar en su cementerio y tuvo que hacerlo en el Cerro de Las Mártires. Allí
se alza el monolito dedicado al republicano Manuel Abad y a sus compañeros. Fue
Manuel Abad, en 1848, hecho prisionero
en Siétamo, pues estaba refugiado en mi
casa y mi difunta abuela Pilar Casaus,
quiso salvarle la vida, alegando los antiguos derechos de los infanzones a dar
hospitalidad, pero el capitán, le dijo que ya se habían desechado esos
derechos. Lo tuvo que entregar y fue
fusilado. Pasados unos noventa años, llegó la Guerra Civil, y no hicieron falta
grandes ojos para ver muchos muertos por
las calles de Siétamo, criminalmente asesinados por unos y por otros. Al poco tiempo de
acabada la Guerra, llegó por Siétamo una bella mujer, acompañada de un hombre. Dijo
que quería ver donde estaba muerto su marido y el cura, acompañado por el
sacristán “Trabuco” y por un mozo de “jada”, llegaron al lugar donde estaba
enterrado su esposo. Lo encontraron y al verlo, se lanzó el acompañante de la
viuda y abriendo el pequeño bolsillo relojero, le sacó un reloj, Allí se acabó
el respeto a los muertos, porque obtenido el botín del difunto, se marcharon
sin enterrarlo siquiera. Ante esta situación exclamó el cura: el muerto al hoyo
y el vivo al bollo.
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