Casi todos los días paso por la Alameda y no puedo dejar de mirar la fachada de
un gran edificio, que además de su gran tamaño, tiene un aspecto noble y en lo
alto de su pared, proclama la Salud. Se
accede a él, desde la Alameda ,
por una avenida, que acaba en una doble
y larga escalera, acompañada por una pista por la que suben las sillas
de ruedas. De lo alto de dicha escalera se entra en el recibidor del Hospital
del Sagrado Corazón u Hospital Viejo, creado por la Diputación Provincial.
Hay quien lo llama Hospital Viejo, cuando algunos oscenses hemos conocido otro
todavía más antiguo, que se encontraba en la Plaza del Seminario, frente al Museo. Allí estaba
de administrador el señor Del Cacho, que tenía
un hijo gran amigo de mi hermano el Psiquiatra muerto en Canadá, Manuel Almudévar. Allí, quizá se le despertara su
vocación por la Medicina
y aprendió a criar “crietas” de gorrión, que habían perdido a sus padres. En
aquel Hospital las salas eran enormes y acogían en sus camas de hierro a
enfermos y lesionados, pero en la Guerra
Civil eran muchos los heridos y los muertos. Yo tengo mis
recuerdos de dicho Hospital, pero cuando llegué al de la Alameda , para que me
rehabilitaran mi brazo derecho, me saludó un empleado ,que es uno de los que
más datos tiene de los doctores, enfermeros y enfermeras, farmacéuticos, comadronas,
monjas y administrativos preocupados por la salud de los individuos y de la
sociedad. Este empleado es un archivo vivo, que ha tenido la costumbre de
acumular datos. Me contó, entre otras muchas cosas del antiguo Hospital de la Plaza del Seminario, pues de
niño ya entraba en su interior, que una fuente presidía el centro del patio, acompañada
de cuatro palmeras, una en cada esquina. Yo tenía un recuerdo de su persona,
pero él lo tenía más claro que yo, pues me habló de mis visitas al Hospital,
que yo hacía siendo diputado provincial.
Al llegar a recuperar los movimientos de mi brazo, lo veía empujar no una silla de ruedas, sino dos, lo que hacía con gran habilidad. Un
día lo encontré enfadado porque le había desaparecido un tajador o sacapuntas,
con el que afilaba los lápices de los empleados de Rehabilitación y es que
hacía diecisiete años que lo tenía al servicio de sus compañeros y lamentaba el
no poder serles útil nunca más.
Parece ser que en el Hospital de la Alameda tuvieron que acoger a Don José Pla,
Presidente de la Diputación. Era
éste un señor auténtico, alto y delgado , que usaba sombrero y se servía de un
bastón y además tenía un corazón noble, porque se dio cuenta de lo incómodos
que tenían que estar los enfermos en salas de diez camas y más cuando a él
tuvieron que añadirle una cama con la que se hacían once. Era natural de San
Esteban de Litera. Estando yo en la Diputación lo conocí en cierta ocasión en que
vino a Huesca y entró en ella para saludar a su Presidente. No se debió de
sentir cómodo en la enorme sala y tuvo la idea de fundar un hospital más
moderno. Así se hizo y el antiguo Hospital del Seminario se convirtió en
Psiquiátrico.
Al principio la distribución de los servicios era completamente
distinta de la actual Entrando por la puerta principal y a la izquierda estaban
los rayos X, servicios de laboratorio,
urología, farmacia y consultas de pulmón, corazón y medicina en general.
Entrando por el otro lado, se encontraba la Medicina Militar
y de la Guardia Civil.
En el primero estaba el piso para las compañías de pago e igualatorios.
Toda esta organización estaba dirigida por unos doctores sabios y eficaces, como el
Doctor Bragado en Cirugía, ayudado por don Jesús Recreo, hombre callado y
bondadoso, que me operó a mí las glándulas tiroideas. En Traumatología estaba
Don Luís Coarasa, gran amigo mío y de un buen humor, que un año para San
Lorenzo en los toros, no lo dejaban entrar, siendo él médico traumatólogo. Le
dije que debíamos ir a hablar con algún “mandamás” pero me dijo que se iba a su
casa y que cuando lo necesitaran, lo llamarían y ya iría a la Plaza. Tiene un hijo
traumatólogo que ha intervenido en mi rotura del brazo derecho. ¡Gracias Luís!,
junto con la doctora Sanz.
Me acordé de Don Tomás Lanzarote, de don José María Borrel, con el que
hablé en la plaza de la
Inmaculada. A don Daniel Carmen lo veo y nos hablamos en el
Parque Municipal al que asiste a mantener la tranquilidad psíquica, con hombres
y mujeres, orientados por un chino, que parece sabio. A don Manuel Fuentes
Linás, doctor andaluz lo conocí en Siétamo, de donde era médico titular. En el
laboratorio dirigía los análisis don Mariano Mallén, padre de mi amigo y
compañero de estudios Maito Mallén, que creó los Laboratorios Mallén. En el
Hospital Militar dirigía el cirujano y traumatólogo don Antonio Agüeras.
He hablado de la alta función de
los médicos, de los que he nombrado unos pocos, pero que en realidad fueron
muchos más y eficaces los que trabajaron por la salud de los enfermos y
enfermas, unos infecciosos otros heridos
o lesionados. Otros en cambio trabajaban por la perpetuación de la especie
humana, ayudando a venir al mundo a
muchos niños y niñas. Estaban además los servicios antituberculosos, en cuyas
salas estaban los infectados en sus camas, con las ventanas abiertas, aunque
disponían hasta de seis mantas. Aparte se encontraban los Servicios de
Maternidad, de los que me eligieron encargado en la Diputación. En
cierta ocasión tuve que asistir a la entrega de un niño adoptado y al
preguntarle al administrativo de la Diputación , señor Burgos, éste me contestó que no
podía aclarar los orígenes del niño, a pesar de mi cargo oficial. En otra
ocasión, haciendo una visita ordinaria, una monja de Santa Ana me presentó una
cabecita cortada de una imagen de San José, envuelta con un escrito por un
trozo de plástico cosido por sus bordes. Pone, pues todavía conservo esa cabeza, que la había
encontrado un oscense en mi casa de Siétamo y se la había traído a su esposa, que
iba a dar a luz en la
Maternidad. La monja sabía la historia de dicha imagen y yo, me
di cuenta de que era la cabeza que una bala de fusil se la había cortado
delante de mi padre. Me emocioné y la hermana me entregó la imagen que guardo
en mi casa, como recuerdo de la misma y
de la casa de todos los oscenses, llamada Diputación Provincial.
Grandes figuras, la mayoría de ellas ya desaparecidas, pero que llenan
nuestras mentes, como la García Bragado ,
que era un cirujano que con escasos medios, operaba incesantemente o como
Cardús, que constantemente traía al mundo muchos ciudadanos y hay que tener en
cuenta, que no sólo eran médicos aquellas personas entre las que existían los
personajes, sino comadronas como doña Anita, de grueso cuerpo y de gran amor a
las madres y a los niños. Más tarde acudió Pilar Puyuelo de Siétamo y pariente mía, que siempre se está riendo. Recuerdo
también a mi pariente Manolo Morlán, que trabajaba en la Farmacia , después de
haberlo hecho durante muchos años en la Farmacia de Llanas. Me dice Miguel que a Manolo
le pedían antiparasitarios, purgas, polvos para limpiar sus dientes y otra
multitud de remedios, que él componía y que resultaban baratos. En aquellos
primeros años se hablaba de las sulfamidas y no habían salido todavía los
antibióticos. Los médicos visitaban a los enfermos de cama en cama, acompañados
por las monjas, que se apuntaban los medicamentos que recetaban y luego los
iban a buscar a la Farmacia
y vigilaban su aplicación.
Miguel trabajaba en todas las
faenas ordinarias y extraordinarias, pues tenía que “escobar” los suelos de los pasillos y de las escaleras con serrín
mojado con agua y con jabón. Dice Miguel que entonces se trabajaba más
que ahora, pues para bajar a los enfermos a Rayos X, los tenían que coger entre
dos personas y vencer a pulso la diferencia de altura entre la mesa de los
Rayos y la camilla, que entonces no
llevaba ruedas. Con las monjas repartían las comidas. Empezaban a trabajar los
enfermeros a las seis de la mañana y después de barrer todos los pasillos, repartían
el desayuno y luego aseaban a los enfermos. Tenían que atender las llamadas de
los enfermos que querían entrar, atender las salas por si lod enfermos querían
agua o alguna otra cosa como medicamentos. Cuando moría algún enfermo, lo
tenían que amortajar y lo llevaban al depósito, que estaba en la otra punta del
Hospital, al lado de San Vicente de Paul y junto al crematorio. Por las noches,
cuando llovía, se les agarraban los pies en la tierra mojada y notaban
enormemente el peso de los difuntos. No tenían casi luz y tenían que caminar
entre los pinos, para llegar al
depósito. Las monjas cuando sospechaban que alguien había muerto, le ponían un
espejo delante de su boca y si no lo llenaba de humedad, era señal de que había
muerto.
Allí, en el Hospital se daba la diferencia entre el optimismo y el
pesimismo, entre la vida y la muerte, pero los médicos y empleados luchaban por
la Salud de los
hombres y mujeres. Algunas veces se introducían en la capilla de la iglesia y algunos
rezaban por los enfermos y éstos por su porvenir eterno, La verdad era que aquella
iglesia, con su arquitectura graciosa y bella, inspiraba optimismo.
Hoy, fuera de las diferencias entre la vida y la muerte, entre la
juventud y la vejez, uno encuentra diferencias entre lo antiguo y lo moderno
del Hospital, pues me reconocieron muchos empleados y sobre todo encontré
alegría con Miguel , al que llaman el Pim-Pam –Pum y con don Javier Lera, con
un título nuevo, elegante y eficaz, como es el de Fisioterapeuta. El mal
llamado Pim-Pam-Pum no deja el buen humor y aunque ya no tiene el antiguo
sacapuntas, parece ser que ya tiene otro y está dispuesto a afilar lapiceros de
todos los funcionarios de Rehabilitación.
Don Javier Lera tiene una personalidad especial , pues es sobrino del
autor de la canción aragonesa S`ha feito de nuey, que parece se está
convirtiendo en un himno del Alto Aragón Parece ser que sin darse cuenta está
él mismo dispuesto a crear una música profesional de los Fisioterapeutas
Rehabilitadotes. Yo, en sesiones que me daba en mi brazo derecho, le oía
producir sonidos bien sonantes, es decir que eran auténtica música y que
consonaban o coincidían con los sonidos, dolores y choques interiores de mis
músculos y tendones con mis huesos. Cuando a él le pregunté si sería capaz de
escribir esas piezas musicales, parece ser que debió ver las mismas
dificultades que yo encontré en ese problema, pero yo creo que sabrá
resolverlo. Que tiene una personalidad extraordinaria es evidente, porque de
vez en cuando, sin decir nada a nadie, aparece con un vendaje en uno de sus
brazos, porque de tanto trabajar y hacer esfuerzos para devolver la misma
fuerza a sus enfermos, se le lesionan sus brazos y hay que tener en cuenta que
todavía es muy joven. Ama la
Naturaleza , pues en el pueblo, bajo la Sierra de Guara, llamado Ibieca,
cultiva un huerto con el que sueña y tiene una piscina, que cada año pinta con pinturas, que le proporciona su íntimo amigo
el almacenista de pinturas Sorribas. Con aquella pintura parece que pinta las
rehabilitaciones, que acompaña con su mente y que hace en el Hospital.
Este Hospital ya no es el viejo ni el nuevo, sino que es un Hospital de
la Seguridad Social
y atiende a los enfermos con gran dedicación por parte de sus médicos y
funcionarios, porque en aquella gran sala de rehabilitación ,cada día se
trabaja y su directora se preocupa de reponer salud y vida en los enfermos y
dirige y colabora con Javier , mientras Miguel,
el Pim-Pam-Pum se interesa por todos los
funcionarios y enfermos, tanto que presumía el otro día de que también
él, en otros tiempos y dirigido por un experto trataba de rehabilitar a los
inhabilitados.
El otro día en una conversación escuché que una enferma recibió la
oferta de un médico de ser operada, pero la doctora de Rehabilitación le
propuso que ella se encargaría de rehabilitarla.
¡Gracias, doctora y gracias a Javier y a Miguel por haberme
rehabilitado!, ¿Cuánto tiempo durará?. No se sabe pues el tiempo y el paso del
tiempo dan la solución a la vida y a la muerte, mientras yo me lo he pasado muy
bien con la compañía de Javier y de Miguel y soñando con música rehabilitadota.
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