miércoles, 25 de diciembre de 2019

De la música clásica a la popular



 
 Cesaria Évora

José María Llanas Aguilaniedo

 Wilhelm Richard Wagner

Me encontré hace poco tiempo a un  niño moreno, llamado Lucas, de las Islas del Cabo Verde, que fueron  portuguesas, frente al Senegal. Le pregunté si amaba la música y me dijo que sí. Le pedí que me aclarara si hacía sonar la guitarra o el acordeón, pero él, me dijo que no tenía la suerte de poseer ninguno de esos instrumentos, pero poseía  un escobillo,  baqueta o varilla ligera, que allá entre las olas del océano que rodean las islas, hace que salten  ritmos, al golpearlo contra las cajas y los bombos.  Son ritmos que recuerdan los de la Música Moderna del Pop o del Rock, de los que salen del bombo, con   un-dos-un-dos. Estos ritmos recuerdan los latidos del corazón, como si con ese ritmo, quisiera la música, alimentar la ilusión de los corazones que participan como la baqueta, en esos ritmos. Hay varias clases de escobillos, unos los del encaje, pero el que poseía Lucas era un instrumento de percusión. Hay quien  llama baquetas a esos percutores, que se golpean contra la batería.

Estaba yo sentado alrededor de un  velador y estaba a mí lado un montañés apellidado Allué, (que es un nombre común con las allouettes francesas, alondras castellanas o alodas aragonesas) y con el pelo rojo, en el que se adivinan sus orígenes visigóticos, mezclado con los vasco-ibéricos de Pirineo, me explicó que estudió varios cursos de piano. Y tiene afición a los conciertos, porque dice que son como una especie de rituales, en los que se goza,  pero sin necesidad de consumir alcohol, como lo consumían los indios cuando iban a guerrear con sus caballos. El placer de los conciertos reside en el corazón y en el cerebro, pero poco a poco una multitud de personas van impregnándose con el alcohol durante los conciertos,  como se impregnaban los indios en las guerras.

Al amigo Allué, la música moderna le rima con ritmo de su corazón y pasa el tiempo y sueña con una vida ideal y se ilusiona con un amor de la Humanidad con la Naturaleza, como se ilusionan también los habitantes de Cabo Verde. Igual le ocurre a la “Diva descalza”, que es el sobrenombre que le aplican a la cantante más famosa de Cabo Verde y que se llamaba Cesaria Évora. Los instrumentos musicales que acompañan a su voz son el violín, son el piano, el saxofón, el cavaquinho, semejante al timple canario y el acordeón, pero el ritmo de los bolillos con las cajas y los bombos acompañan sus sonidos y el latir del corazón de Cesarea Évora. Murió a los setenta años y debe continuar en el otro mundo soñando con la canción “morna”, de la que era la Reina, con esa música, como si fuera una mezcla del fado portugués, la modinha brasileña, el tango argentino y el lamento angoleño. Era “la diva de los pies descalzos”, pues así salía al escenario para denunciar la pobreza de su País.

Cantó por todo el mundo y yo la escuché cantando en español: ”Bésame, bésame mucho,  como si fuera esta la última vez, bésame, porque tengo miedo de perderte otra vez”. Mi hija acompañada por su novio, estuvo presenciando su actuación, en cierta ocasión, en Zaragoza.

Le he dicho al muchacho Lucas, que le pida a su madre la morena Filo, que hace funcionar “La Abadía” de Siétamo con su comedor y sus habitaciones, le compre una acordeón, para conservar por el mundo el espíritu portugués, que se extiende por el mundo, desde Timor, Goa Mozambique, Angola, islas del Cabo Verde, Brasil y lo hace convivir en nuestra Península. Filo se parece físicamente a Cesárea Évora, que con sus pies descalzos, protestó contra la pobreza de sus conciudadanos, en tanto, la Filo, reparte alegría con sus diversas lenguas, entre los turistas que llegan a Siétamo.  Quizá esos sonidos que hiciera sonar Lucas, alcanzaran a los portugueses, que en la Autovía de Siétamo,  trabajaban levantando puentes sobre ella. El Conde de Aranda, nacido en Siétamo hizo que el pueblo portugués de Olivenza, pasara a España, como en otros tiempos fueron ambas naciones, portuguesa y española, una sola potencia. Igual que el Gran Brasil, se siente unido a Hispano América, enseñando el castellano por sus enormes y ricas tierras.

La Filo me recordó que en sus tierras del Cabo Verde, se bailaban danzas al Gran Batuque, que posee como un templo divino para el pueblo. Son danzas espontáneas que sirven como una terapia para los distintos grupos humanos. Se logran energías positivas a través del son de los tambores. Se conservan estas danzas en Brasil en Uruguay,  en Argentina, etc. que tomaron para  sí mismos,  los primeros esclavos negros, que desde Cabo Verde se llevaban a América.

Había tres clases de danzas, una la del Herrero, otra la del Guerrero y por fin la del Granjero. Filo se acordó del bastón con que el herrero golpeaba un hierro inexistente con un bastón que tampoco existía, pero su papel lo representaba el brazo de un danzante. Esas danzas eran en honor del dios  Batuque. Era el dios de una religión  africana que se cultiva todavía en el Brasil. Parece ser que existían unas mujeres, ministros o sacerdotes,  a las que llamaban “orhisas”. Filo podría ser una de esas “orhisas” en Cabo Verde, pero parece seguir siendo una “orhisa” no religiosa, sino programadora del hotel de Siétamo. Espero que Filo sea feliz, y le desea que a su hijo Lucas le proporcione un acordeón, para que acompañado por su hija Eva, haga sonar la música  universal de Cabo Verde.

Pero,  por otro lado ha llegado al mundo la música clásica. A mi hermano Manolo,  cuando se estaba muriendo, su hijo le ponía en la mesilla sonidos de Wagner y después de muerto, hizo sonar el Requiem de Mozart. Dicen que el modernismo musical estimula el arte, como la pintura, la escultura y la arquitectura, pero ya hemos visto como los morenos africanos y americanos,  que adoraban a Batuque, veían animarse a los herreros, a los guerreros y a los granjeros. Y al ver a mi hermano oyendo a Wagner y  los oídos de sus familiares escuchando el réquiem de Mozart, se da uno cuenta de la universalidad en el tiempo de la Música. En la biblioteca de mi casa, mi hermano Manolo, se dejó un libro sobre Bhetoven, con que la habían premiado en un concurso en el Colegio Mayor Pedro Cerbuna de Zaragoza; cuando vino de Canadá, en cierta ocasión,  se lo recordé y él emocionado, se lo llevó recordando su música.

Mi pariente  José María Llanas Aguilaniedo revela como la Naturaleza, a través de la música, produce una poderosa emotividad, que nos hace reflexionar  en una fuerte  vida superior, que anima la materia. Don Justo Broto Salanova (Huesca,1951),Doctor en Filología Hispánica, dedicó varios años al estudio del cosmopolita oscense José María Llanas Aguilaniedo, que murió en 1921. Publicó en los “Textos Larumbe”, de Huesca una edición filológica del libro de Llanas Aguilaniedo “Alma contemporánea” y escribió el libro “Un olvidado: José María Llanas Aguilaniedo”.

Nos escribe José María Llanas Aguilaniedo como la Naturaleza nos produce una fuerte emotividad, que nos hace reflexionar en “una fuerte vida  superior, que anima la materia”. Justo Broto, en la Introducción del libro, escribe: ”a la paciencia de los familiares de Llanas, debo datos valiosos, en especial a José Antonio Llanas Almudévar (primo hermano mío), Felisa Aguilaniedo, los hermanos Coronas… a Ignacio Almudévar Zamora, al doctor José Cardús Llanas … y al testimonio de Marieta Pérez (enamorada de la música que tocaba en su casa  acompañada por el periodista  y humorista Capella, por el doctor Barón y por la madre del pintor Saura y de su hermano gran creador de cine, y al de Joaquín Santafé, que murió de más de cien años, cuando a su padre lo fusilaron el año de 1936, los anarquistas), que acompañó a José Llanas Aguilaniedo los últimos años de su vida.

Tenía razón José María Llanas Aguilaniedo, cuando decía que la Naturaleza nos produce una gran emotividad, que nos hace reflexionar en una vida superior, que anima la materia. Gran emotividad me ha producido en mi vida, la muerte de casi todos los hombres y mujeres citados por Justo Broto, “que me hace reflexionar en una vida superior”, y que anima la materia. Pensar en esa vida superior, es necesario para tener esperanza en el futuro, porque si ya no he vuelto a ver a casi ninguno de los personajes que nombra el autor Justo Broto, he contemplado a los cuatro jóvenes Llanas “animados por la materia” musical, cuando en el segundo piso de su casa,  José Antonio, Lorenzo, Pablo y Feliciano, tocaban el piano, el acordeón,  la guitarra y marcaban el ritmo con el jazz-bam, al otro lado de la pared, en casa Pérez, dirigida por Marieta, se escuchaban sonidos clásicos de música. ¡Cómo cultivaban la música los hijos de José Antonio Llanas Almudévar”. Me acuerdo de mis sobrinos,  pero también recuerdo a los adoradores de Batuque, que murieron en África y en América. De las Islas de Cabo Verde se han marchado o se han llevado sus habitantes desde hace siglos, pero siguen cantando en Brasil,  en Uruguay y en la Argentina.

José María Llanas Aguilaniedo, gran amante de la música capaz de expresar los movimientos del espíritu, escribió : “¡Oh diabólica sucesión de notas, cuanto me hacía sufrir!. Corrían y descendían entrelazándose bulliciosas hasta las profundidades del alma, para levantarse luego removiendo el fondo de lágrimas y tristezas que pugnaban por salir revueltas con risas comprimidas…aquello era horrible”. Escribe Justo Broto: ”Unos compases de Bethoven, durante un concierto en casa de los Tubino, en Sevilla, le traen a la memoria antiguas historias que conmovieron su ánimo…”. Pero…”cuando la magnificencia extraordinaria que iba desplegando el andante de la sonata, varió por completo el rumbo de mis pensamientos”.

¿Cómo cambió José María Llanas Aguilaniedo?, sencillamente “empieza en él la polémica del genio y la locura; la degeneración cerebral de Wagner, no es, desde luego, más que un síntoma de modernidad”. Se declara “entusiasta suyo que tenía una imaginación asombrosa y gigante y que le considero como un geniazo”. Pero Paco Selgas, analiza la similitud entre el cerebro de Wagner y el de José María Llanas Aguilaniedo, cuando escribió: ”un muchacho a quien conocía a fondo, tanto que puedo hablar de él como de mí mismo; algo neurasténico él, muy desarrollado de corazón y de cerebro y con una sensibilidad tan extraordinaria, como no he visto otro”.

José María Llanas habla del genio y la locura de Wagner y Pedro Selgas,  compañero de José María escribe sobre el genio y la neurastenia de Llanas.

De la misma forma que  los que danzaban sus dances al Gran Batuque y cantando le pedían que favoreciera al Herrero, al Guerrero y al Granjero, José María Llanas Aguilaniedo, escuchando a Wagner, pensaba que: esa síntesis de las artes debe hacerse como hacía Wagner con sus dramas, sugiriéndolos de su arte musical, con que  le impresiona la misma naturaleza.

Como escribo en este artículo, el modernismo musical, estimula el arte, como la pintura, la escultura y la arquitectura, como animaba a los africanos, unos guerreros, otros herreros y también a los granjeros.

Sí, la música hace crecer el arte, pero también la virtud, como se ve en la cantante Cesárea Évora, que para pedir la justicia para los pobres, cantaba siempre descalza en el escenario.

José María Llanas Aguilaniedo, que fue un intelectual, “acabó siendo un enfermo, sutil, complicado, emotivo, lánguido y mórbido”. La caridad de su hermano Feliciano Llanas en unión de su esposa Pilar Almudévar, hermana de mi padre, lo recogió en su casa y el ayudante de Farmacia Joaquín Santafé, lo acompañó en la vida que le quedaba, haciéndosela más serena.

José María no bebía alcohol ni tomaba drogas, como los indios norteamericanos, en sus combates sobre los caballos.

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