domingo, 15 de diciembre de 2019

La ilusión que me producen los pájaros.-


Ya desde que era muy niño, gozaba oyendo cantar a los pájaros en el jardín del hoy edificio de Santa Ana. En el jardín de la casa con número municipal 61 y en su entresuelo, crecía con vocación de gigante un rosal que nos mostraba a los hermanos Almudévar, unas flores blancas y menudas. Se apoyaba en la pared de la iglesia de Santa Ana y daba la impresión de que quería subir a venerar a  la santa  posándose  en  las ramas más altas que parecía que querían subir al cielo.
En aquel “rosal” gigante, anidaban los gorriones que todavía quedan en Huesca, no tan numerosos como entonces. Lo mismo ocurría en el antiguo Hospital Provincial, que estaba, frente al también antiguo Museo Provincial, donde el Rey de Aragón cortó las cabezas de los nobles, que se oponían a su autoridad. En su capilla inferior colgó esas cabezas formando la “Campana de Huesca”.


 En ese Hospital gobernaba el Señor Del Cacho, padre del amigo y compañero de mi hermano mayor, Manolo Almudévar Zamora. En aquel Hospital no eran todo tristezas, las enfermedades, heridas y muerte de aquellos que allí ingresaban, sino que el compañero de Manolo, no sólo se preocupaba de las enfermedades y consiguientes muertes de los enfermos, y  heridos, sino que alegraba su vida, con los gorriones, que por allí acudían a buscar sus alimentos. El compañero de mi hermano Manolo consolaba la tristeza que le causaban aquellos enfermos y heridos, y con ese  amigo,  se  preocupaba  de  cuidar  aquellos  inocentes  pájaricos. Los hacía llegar a sus manos y los alimentaba, dándoles de comer la escasa miga de pan,  que en aquellos tiempos era un alimento que era escaso.
Mi hermano Manolo aprendió de su amigo y compañero de estudios, el amor a esos pajaricos, “que no habían  participado  en la Guerra Civil”  y como en el jardín del piso donde vivía con los miembros de nuestra familia, que veía y escuchaba aquellos inocentes pajaricos, acabó dándoles de comer migas de pan. A aquellas “crietas”,  Manolo  las alimentaba con migas de pan y para darles ese alimento las llamaba para que acudieran a sus manos y en ellas les echaba migas dentro de sus picos, que se contentaban con su piar. Cuando estaban ya hartas, escapaban desde la galería a las enormes ramas de aquel árbol o rosal gigante, donde se posaban en sus ramas. Mi hermano Manolo, yo y los pajaricos formaban un grupo de niños y de gorriones, que convivían y se alimentaban los pequeños pájaros con la convivencia de mi hermano, pero casa día, acudían menos a nuestra ayud2a, y era debido a que iban creciendo y ya buscaban alimentos por el medio libre de las aceras de las calles.
 Pasaron los años y un amigo mío, que vivía en la zona del Sur, del bloque de viviendas, quedó tristemente viudo, pero sus hijos en un jardín que se encuentra  entre huertos,  al  Norte  de  la  capital, consolaron la ausencia de este mundo de su madre y en aquel bello huerto-jardín construyeron una bella nave, en la que instalaron un domicilio de pájaros, lleno de jaulas, para que en ellas, con sus cantos, recordaran a su madre. Y aquellos hijos de mi amigo, fueron poblando aquel “romántico habitáculo de bellos canarios  y de distintas razas”. Mi amigo con su coche me llevaba a ver y a escuchar aquel sonoro jardín ,en que una vez dentro de él, escuchabas aquellos cantos ,que parecían ser de origen celestial. Unos sonidos musicales brotados de aquellos bellos y distintos colores, emocionaban mi sensibilidad musical y salía emocionado de aquella nave en que cantaban multitud de canarios.

No se hacían propaganda de conciertos musicales en su finca, pero se sentían felices con aquellos conciertos diarios, que los hacían felices. No sé el estado de salud de mi amigo, pero me acuerdo de él y le pido al Señor que le devuelva su salud.

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