Ya desde que era muy niño, gozaba
oyendo cantar a los pájaros en el jardín del hoy edificio de Santa Ana. En el
jardín de la casa con número municipal 61 y en su entresuelo, crecía con
vocación de gigante un rosal que nos mostraba a los hermanos Almudévar, unas
flores blancas y menudas. Se apoyaba en la pared de la iglesia de Santa Ana y
daba la impresión de que quería subir a venerar a la santa posándose en las
ramas más altas que parecía que querían subir al cielo.
En aquel “rosal” gigante,
anidaban los gorriones que todavía quedan en Huesca, no tan numerosos como
entonces. Lo mismo ocurría en el antiguo Hospital Provincial, que estaba,
frente al también antiguo Museo Provincial, donde el Rey de Aragón cortó las
cabezas de los nobles, que se oponían a su autoridad. En su capilla inferior
colgó esas cabezas formando la “Campana de Huesca”.
En ese Hospital gobernaba el Señor Del Cacho,
padre del amigo y compañero de mi hermano mayor, Manolo Almudévar Zamora. En
aquel Hospital no eran todo tristezas, las enfermedades, heridas y muerte de
aquellos que allí ingresaban, sino que el compañero de Manolo, no sólo se
preocupaba de las enfermedades y consiguientes muertes de los enfermos, y heridos, sino que alegraba su vida, con los
gorriones, que por allí acudían a buscar sus alimentos. El compañero de mi
hermano Manolo consolaba la tristeza que le causaban aquellos enfermos y
heridos, y con ese amigo, se preocupaba de cuidar
aquellos inocentes pájaricos. Los hacía llegar a sus manos y los
alimentaba, dándoles de comer la escasa miga de pan, que en aquellos tiempos era un alimento que
era escaso.
Mi hermano Manolo aprendió de su
amigo y compañero de estudios, el amor a esos pajaricos, “que no habían participado
en la Guerra Civil” y como en el
jardín del piso donde vivía con los miembros de nuestra familia, que veía y
escuchaba aquellos inocentes pajaricos, acabó dándoles de comer migas de pan. A
aquellas “crietas”, Manolo las alimentaba con migas de pan y para darles
ese alimento las llamaba para que acudieran a sus manos y en ellas les echaba migas
dentro de sus picos, que se contentaban con su piar. Cuando estaban ya hartas,
escapaban desde la galería a las enormes ramas de aquel árbol o rosal gigante,
donde se posaban en sus ramas. Mi hermano Manolo, yo y los pajaricos formaban
un grupo de niños y de gorriones, que convivían y se alimentaban los pequeños
pájaros con la convivencia de mi hermano, pero casa día, acudían menos a
nuestra ayud2a, y era debido a que iban creciendo y ya buscaban alimentos por
el medio libre de las aceras de las calles.
Pasaron los años y un amigo mío, que vivía en
la zona del Sur, del bloque de viviendas, quedó tristemente viudo, pero sus
hijos en un jardín que se encuentra entre
huertos, al Norte de la capital, consolaron la ausencia de este mundo de
su madre y en aquel bello huerto-jardín construyeron una bella nave, en la que
instalaron un domicilio de pájaros, lleno de jaulas, para que en ellas, con sus
cantos, recordaran a su madre. Y aquellos hijos de mi amigo, fueron poblando
aquel “romántico habitáculo de bellos canarios y de distintas razas”. Mi amigo con su coche
me llevaba a ver y a escuchar aquel sonoro jardín ,en que una vez dentro de él,
escuchabas aquellos cantos ,que parecían ser de origen celestial. Unos sonidos
musicales brotados de aquellos bellos y distintos colores, emocionaban mi
sensibilidad musical y salía emocionado de aquella nave en que cantaban
multitud de canarios.
No se hacían
propaganda de conciertos musicales en su finca, pero se sentían felices con
aquellos conciertos diarios, que los hacían felices. No sé el estado de salud
de mi amigo, pero me acuerdo de él y le pido al Señor que le devuelva su salud.
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