lunes, 25 de mayo de 2020

Soledad en SIÉTAMO a causa de la peste.


     
                                           
Sentados con mi esposa delante de la puerta de nuestra casa, estábamos acomodados  en una silla casa uno, contemplando la tranquilidad de esa noche en que se iba apagando poco a poco la luz del día. Si, se nos iba apagando poco a poco, el ambiente de aquella Plaza Mayor, porque la luz del día, se nos iba marchando, lentamente, disminuyendo  su  intensidad,  siendo ocultada por la oscuridad de la noche. Me parecía que el tiempo nos lo daba el Señor que lo  estaba apagando poco a poco, ante nuestras miradas de la vida.
El ambiente de la Plaza Mayor de mi pueblo de Siétamo, que recordando el año de 1.936, por  no  poder olvidar  aquel  ambiente  guerrero,  que lanzó  por el suelo de la dicha Plaza, que nos hace  recordar aquella cruel Guerra destructora, del Palacio del Conde de Aranda hasta las más humildes casas,  y un monumento pétreo, sobre el que se alzaba la Cruz de Cristo. Hoy, aquella bella columna que nos recordaba a los vecinos de Siétamo, una dirección hacia el Cielo, que desde allá arriba, nos estaba esperando el Señor, ha perdido la piedra y se restauró con ladrillos macizos y amarillos. Hoy delante de la Cruz   reconstruída por el ya difunto albañil, hijo del pueblo de Siétamo “Emiliano Boira”,  que con ladrillos, levantó una  hermosa columna de gran belleza, sobre la que se alza en lo más alto de ella una Cruz de hierro forjado, que eleva al cielo, el recuerdo de los que por debajo de ella pasaron, de los que entonces, quedamos algunos todavía vivos y muchos más muertos. En lo más alto de la columna se yergue una hermosa Cruz, que aquel entonces  ya  viejo  Alcalde, la reservó para recordar al pueblo, que todos seríamos bendecidos por ella el día de nuestra muerte.
Estábamos sentados con mi esposa Feli, cada uno en su silla, mirando hacia lo alto la hermosa Cruz, que nos hacía ver, al mismo tiempo que su belleza, el principio de nuestra guardia, observando un sol brillante, que nos hacía recordar , al lado mismo de la puerta de nuestra casa, la iglesia parroquial, con sus arcos pétreos de la Lonja, que defienden de la lluvia, a los que, como ahora a nosotros, nos invitaba a contemplar el cielo.
Ahora ya no estaban en la Plaza Mayor “los señores, señoras y niños” de Siétamo ,como cuando, un “ramo” de niños y niñas” inocentes, iban subiendo en un camión, para llevarlos a Rusia. En aquella ocasión, la entonces niña Joaquina, estaba entre aquellos niños, para subir al camión que había de llevarlos a aquel Imperio dictador. Hoy es Joaquina la única mujer, que todavía nos sigue contando, historias y cuentos antiguos.
Han  pasado  muchos  años desde entonces y en aquella Plaza Mayor, sólo se respira Paz. No circulan por esa Paz, hombres, mujeres y niños, que de aquellos tiempos sólo queda la señora Joaquina Larraz y Latre, en la calle Mayor del Pueblo, y mira por una ventana para recordar aquellos tiempos de odio y de miseria, que pasaban los ciudadanos de la Villa.  No cuidaban sólo por Joaquina, hombres, mujeres y niños, sino que el silencio del ambiente hacía pensar  en  la continuidad de la vida que debía dominar, en aquel  pueblo. Han pasado muchos años y ahora no se dan escenas de Guerra, pero en el ambiente ya no se da una Paz  alegre y pacífica, porqué está el pueblo dominado por “una peste oscura”, que no deja salir de sus casas a las escasas personas que quedan vivas en el pueblo.
Pero después de una esperanza en la Humanidad, paró un coche y de él bajó una bella y buena señora de la moderna casa del difunto señor Avelino y su hija la bondadosa   Pepitina,  nos saludó y nos dio explicaciones de que  Huesca capital, empezaba a gozar o mejor dicho a sufrir una guerra contra la salud humana, donde hombres, mujeres y niños, llevaban unas caretas, que les ocultaban sus rostros,  como si fueran víctimas de una guerra, que entorpecía el trabajo y el placer de los ciudadanos, que circulan ,como si estuvieran en un entierro, que recordaba la antigua salida a la calle de la Procesión de  Viernes Santo, tapando  las caras de los devotos con velos, como ahora sin motivo religioso, por caretas que salvan la vida de los cuerpos de los ciudadanos. Hay una bondad que afecta a todo el mundo, ya que caminan los ciudadanos con sus rostros llenos de miedo, ocultando su personalidad  como si fueran víctimas de una Guerra, que mataba y entorpecía el trabajo y el placer de sus ciudadanos, que en Viernes Santo, circulan, como si estuvieran en un entierro, que recordaba los asistentes la Procesión del Viernes Santo con los asistentes ,como ahora sin motivo religioso, sino por una crueldad que afecta a todo el Mundo, ya que caminan los ciudadanos con sus rostros ocultando su personalidad, por esas cortinas, que ocultan esos rostros llenos de miedo
La señora Pepitina, amiga de mi esposa, que llegó a nuestra puerta,  junto a la entrada en nuestra casa, paró el coche y se quitó la triste careta de una  guerra terrible y nos contó, unos ocho días antes, como se murió su buena madre, a la que no pudieron asistir más de cuatro hijas, en su entorno. Venía de la capital oscense, en que había comenzado  a trabajar en las ciudades, en algunas actividades, que empiezan a dar cierto trabajo.
Pero el Señor no permitió que quedáramos solos la señora que venía de trabajar en Huesca, porque se acercó a nuestro lado, muy cerca de nosotros el joven Vicentico, al que todavía se le adivinaban por la superficie  de  su rostro, unas manchas rojas producidas por la “peste”, que inunda el Mudo en estos días. Un tanto alejado de nosotros, nos contó los sufrimientos que padeció a causa de la moderna enfermedad, que ha invadido la Humanidad. Había superado el mal, que ha matado a miles de seres humanos, y en medio de la conversación, se apartó un momento a su casa, que está  al lado de la nuestra, y volvió con una maceta de flores y se las dejó al lado de mi esposa, porque se acordaba, del cuidado y el interés que ella tuvo con su salud y lo agradeció con flores.  

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