miércoles, 19 de abril de 2023

“Así fue”…narración histórica de Antonio Trisán Viñuales y Jesus Vallés Almudévar- (Primera parte)

                                                                        Fañanas (Huesca).


Yo , me acuerdo de la Guerra Civil, pero no necesito escribirla , porque ya lo hicieron otros, como los Trisán de Fañanás y mi doble pariente Jesús Vallés Almudévar.

Los hermanos Trisán Viñuales del pueblo de Fañanás, que limita al Norte  con Siétamo, estuvieron luchando en la Guerra Civil del año de 1936. Y fue la Guerra, no entre dos países distintos, sino entre los mismos españoles, que se conocían, como Antonio Trisán, se puso en contacto con amigos de la Cruz Roja, que hizo posible la liberación del “hermano republicano”. Lo mismo pasó entre los hermanos Buil Aniés de San Román de Morrano, que uno estuvo de oficial con los republicanos, en Barcelona y Alfonso Buil con sus trece años, acompañado de su  padre, cultivando la tierra en San Román,  encima de Casbas. El hermano republicano salvó la vida a sus hermanos  de la Sierra de Guara y estos la salvaron a vecinos de Casbas, pues Alfonso Buil estaba estudiando para ser sacerdote jesuita, en Huesca, de donde se subió a San Román, pueblo de su familia, que fue dominado por los gubernamentales y los sindicatos anarquistas.

 El hermano de Antonio Trisán, Francisco, gran amigo mío, que vivió después de la Guerra Civil en Fañanás, conducía un camión del Ejército de Huesca y que llegó a Siétamo, después de que el Teniente de la Guardia Civil Manuel Lahoz, que dirigió las tropas durante la noche y la madrugada del día 29 de Agosto, consiguiera provocar la retirada a aquellos sindicalistas,  unidos al Gobierno, que habían ocupado las primeras casas de Siétamo. En su llegada a Siétamo, entró en Casa Almudévar, de donde habíamos escapado a Huesca, toda la familia, acompañados por otros muchos vecinos del mismo pueblo. En mi casa se dio cuenta de la soledad en que había quedado, y, en lugar de recoger cuadros u otros objetos de valor, en un saco introdujo todos  los papeles antiguos,  como escrituras y documentos relacionados con el Conde de Aranda y las distintas familias de Siétamo, como la de los Azara, Benedé y varias otras. Llevó Francisco Trisán el saco a la Farmacia de Llanas, donde vivía casada, mi tía Pilar Almudévar. Y gracias a mi futuro amigo, pues yo tenía cerca de seis años, he podido, con la colaboración de mi padre Manuel Almudévar Casaus, recordar, tiempos pasados de la historia de Siétamo. Pero yo no sé si Francisco Trisán hizo él solo o en compañía de su hermano Antonio, la visita a nuestra desierta casa  Almudévar, pero  creo que la harían unidos, contando después,  cada uno de ellos, sus recuerdos y sus impresiones. El día 29 de Agosto de 1936, los sindicalistas unidos a los gubernamentales, entraron en Siétamo, donde sólo ocuparon las primeras casas. Pero los sublevados, volvieron a conquistar el pueblo y éste no cayó en poder total de los gubernamentales, a los que gobernaban los anarquistas,  entre otros. Durruti que se buscó un despacho en mi casa, donde estuvo poco tiempo, por acudir a Madrid, donde murió.

 Francisco Trisán Viñuales estaba casado con una hermana de Ciria de Arbaniés, con el que yo, tenía   amistad.

 Al hermano de Francisco, el escritor Antonio Trisán Viñuales, no he tenido la suerte de conocerlo, pero en mis manos cayó su libro “Así fue…No sucumbí” y en él leí, lo mejor que se ha escrito sobre la Guerra en  casa Almudévar, en toda mi vida. Dice así:”En la Plaza (de Siétamo), hay una casa señorial saqueada y una iglesia. Esta ha sido como todas, el blanco de las iras; en su portal queda un parapeto de sacos; en el interior dos cadáveres de los últimos defensores.

(Hay que recordar que estos hechos ocurrieron en la reconquista de Siétamo el 28 y 29 del mes de Agosto de 1936). Por todo el pueblo, la legión con sus cantos y sus disputas. En el centro de la Plaza está el monumento obligado a estos pueblos del Alto Aragón: La Clásica cruz de piedra con su escalinata. Recostado en ella, Gibbs y su pipa…

Mientras la tropa vivaquea alegremente, me dedico a dar un vistazo por la casa y por la iglesia, que parecen más castigadas. La capilla es pequeña, de un estilo indeterminado……Hay dos imágenes, patronas del lugar. La primera representa a San Pedro; es una talla corriente, de proporciones naturales, vestido de Obispo, con las clásicas llaves del cielo.

Ilustre portero que has de visar nuestro salvoconducto, cuando emprendamos el último viaje ¡Hossana, ¡Hossana!. Acuérdate de este soldado que mientras el resto de sus compañeros bebía y comía en un festín bárbaro sobre las ruinas de tu lar, sintió la dulce necesidad de penetrar en los misterios de tu arcano.

La otra imagen es una virgencita de rostro regordete y lleva un Niño Jesús muy diminuto entre sus brazos. Tiene un nombre evocador, hermoso: ¡La Virgen de la Esperanza!.

Se han salvado del sacrificio sacrílego; así lo demuestran esos jarrones de cerámica pintarrajeados, llenos de rosas y de albahaca que son ofrendas de mozas, mayoralesas y casaderas.

Penetro en la sacristía, las ropas del culto están tiradas por el suelo. Alguien buscó el eterno tesoro del cura rural. ¡Error de cálculo!. Sólo había ropajes litúrgicos: capas pluviales de más vista que valor y un “cepillo” con un poco de dinero, contribución de los fieles para las “ánimas del purgatorio”, como reza la inscripción. Tesoro, ¡ja...ja…ja¡.  A lo sumo un mezquino paraíso de calderilla.

Hay una penumbra suave; tan suave que no he visto al entrar un charco de sangre negra al pie del altar mayor. Un defensor herido se debió arrastrar hasta aquí en un supremo esfuerzo. ¡Ya no estaba el héroe tan lejos de su Dios y de su gloria!.

Yo, pensando en la religiosidad  de mi madre que no sabe donde estoy, mascullo una plegaria a esta imagen lugareña, que debiera ser en estos días tristes y solemnes, nuestra dulce patrona: ¡La Virgen de la Esperanza!.

Sin la esperanza, el mundo: ¿Qué sería?.

Se han desbordado las pasiones en esta casa solariega; tiene pinta de casa patricia, solaz de mayorazgos y refugio de los pobretes. En la amplia fachada, un escudo tallado en piedra con las armas de los Almudévar, familia linajuda del Alto Aragón. En el patio ya lleno de tropas, algarabía debida al vino noble que los combatientes han encontrado en un torreón de lo que fue castillo del Conde de Aranda, y que el abuelo de esta casa tenía en estima. En el primer piso, muebles, ropas y vajillas en revuelta confusión. No ha quedado alacena ni arquimesa sin abrir.

¡Han pasado los bárbaros!.

Restos de lo que fue comedor familiar; dos pequeños rimeros con libros vacíos; éstos sobre la mesa medio abiertos, medio rotos: Galdós, el Duque de Rivas, Rubén…por el santo suelo.

Un solo volumen ha quedado en el estante: Los “Epigramas” de Silvio Kosti con una dedicatoria magnífica del autor. Reza así: “Al ilustre tío Manuel, Mayorazgo y jefe de mi estirpe. Silvio Kosti.

Contiguo al comedor, profanado con latas de sardinas y panes de munición, que fue el festín de la Horda, hay una sala amueblada con gusto. Entrando se ve una foto de un caballero de unos sesenta años, de buen aspecto. No puede ser otro que el abuelo a que alude Kosti. Así lo proclaman su aspecto noble y su bigote blanco y legendario. ¡Ah, si él volviera por aquí y viera todo esto!. Sus manos patricias que empuñaron la esteba en su mocedad, hubiera retorcido el gaznate a la canalla.

¡Una casa que tiene historia de siglos, destruida  en pocos minutos!.

Hay un piano con la tapa levantada y sobre el atril música de Straus: un vals vienés.”El último corsario”. He aquí una de tantas incongruencias de los hombres. Por un lado, la horda destrozando la poética quietud de esta casa…Y otro bárbaro, enamorado de la música, arrancando al piano las voluptuosidades de este vals cien por cien.

No hay armario sano. Ni un vaso, ni nada a excepción de esta habitación que permanece sin destrozos. Ya al salir, en una rinconera magnífica, hay abandonado un estuche de pintura, con su paleta, sus colores y sus pinceles.

Pues bien, aprovechando este mensaje, un “focín” como se dice en Aragón, pintó en el tocador de puro estilo español antiguo, sobre la luna, las letras de rigor .U.H.P.

Muy bien, muy bien…Yo opino que sí, que debemos unirnos, hermanos proletarios, pero no para esto sino para hacer el bien y conseguir la mayor cultura general.

Salgo y cierro la puerta. Lo único que ha quedado intacto, no debe verlo nadie. Además está dentro vigilante desde su arco, el lejano abuelo, el jefe de la estirpe de los Almudévar.

Tomo como recuerdo el volumen de Kosti y salgo a la calle. Sigue la alegría. He de buscar a mi mascota, a mi viejo compañero”.  

¡Cómo describe Antonio Trisán Viñuales esas melopeas de los que están en el límite de sus posibilidades alcohólicas!. Los Almudévar eran productores de vino y en el palacio del Conde de Aranda, encerraban unos seiscientos mil litros. Como es lo que pasa en las luchas, que beben los hombres, porque quieren hacer huir el dolor que producen las muertes y aumentar su valor para seguir luchando.

Antonio Trisán describe con realismo  que:  “el vino se nota en el ambiente. Cantan los soldados esas melopeas de los que ya están en el límite de sus posibilidades alcohólicas.

Encuentro al viejo algo mareado. La faja le cuelga hasta el suelo y se apoya en su fusil como en un cayado. Al verme intenta justificarse.

--Pero, ¿También, usted abuelo?

--Mira, hijo… comer,  beber y…nada más.

--Ya, ya, me sé de memoria la canción-le digo mientras lo siento en la cruz de la plaza.

Ya es tarde, las ocho de la noche. Brillan las estrellas intensamente y del campo llegan con la humedad de la noche aromas de heno y de flores, como un “canto de vida y de esperanza”.

Es la naturaleza, pródiga, embriagadora, que me dice al oído: ¿Qué culpa tengo yo de vuestras locuras?.

Efectivamente…Ninguna.

Ronca el viejo, feliz en su borrachera y siguen los cantos un buen rato. Al fin, todos se cansan y se tumban como pueden y en donde se encuentran.

Para algunos, esta noche ya es la última que  viven al raso…

Mañana hemos de enterrar nuestros muertos en el cementerio del lugar.

¡Victoria!, ¡Victoria…!. Eres la deidad suprema que reinas sobre todo y sobre todos…Hasta sobre los muertos. Y tu hálito da vida a las nuevas generaciones, que oirán hablar de estos sacrificios, como de un cuento de Grimm…

Abro la cabina de mi camión y hago de ella y con ella, juegos del espíritu. Esta noche perfumada, sobre estas ruinas, sobre estos muertos, arrullados por las emociones, es para mí, con su único asiento, una alcoba nupcial.

Nuestro nido, allá en el pueblo natal (el inmediato Fañanás), también saqueado, está vacío”.

¡Cómo quería Antonio a su esposa. Basta leer estas frases suyas, cuando dice ”Comemos en paz de Dios. Tengo ganas de echar la siesta en mi cama. ¡Dormir en cama!, parece un sueño…Veo a mi mujer feliz. ¡Qué lejos están las trincheras!”. En la página 65 y 66, de su libro, “Así fue… No sucumbí”, dice: “Soy de por aquí y ese paisaje me es familiar”. Cuenta los hechos de la Guerra en Siétamo, que son impresionantes e igual que él, los sentía fuertemente,  yo también,  porque mi padre me contó la muerte de un soldado de dieciocho años.”Todo un poema. De dolor, desde luego. Aparecen muertos y más muertos, que el enemigo tuvo en la retirada… Un buen mozo de dieciocho años arrastrado a esta locura de la Guerra Civil”.

El autor de este relato de la Guerra Civil, declara en  el prólogo de la obra, con letras mayúsculas.”COINCIDE LA TERMINACIÓN DE ESTA NOVELA CON EL FIN AL DE AÑO 1937”. Lo publicó en 1987, en Gráficas MAPA, S. C.-Calle las Fuentes, 4. BARBASTRO.

Antonio Trisán Viñuales, fue un Maestro altoaragonés jubilado, que como él mismo escribe:”he pretendido reflejar la vida en las trincheras, en el frente de Huesca”. Como Maestro tuvo una conciencia limpia, amante de la sencillez y enemigo de la violencia. Se vio envuelto  en la aventura de la muerte física de los cuerpos humanos y en la muerte de la vida pacífica y trabajadora del pueblo. Ha vivido, después de jubilado en Esquedas, y ahora podemos meditar sobre su visión de una vida humana pacífica  y justa.

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