Yo , me
acuerdo de la Guerra Civil, pero no necesito escribirla , porque ya lo hicieron
otros, como los Trisán de Fañanás y mi doble pariente Jesús Vallés Almudévar.
Los hermanos Trisán Viñuales del pueblo de
Fañanás, que limita al Norte con
Siétamo, estuvieron luchando en la Guerra Civil del año de 1936. Y fue la
Guerra, no entre dos países distintos, sino entre los mismos españoles, que se
conocían, como Antonio Trisán, se puso en contacto con amigos de la Cruz Roja, que
hizo posible la liberación del “hermano republicano”. Lo mismo pasó entre los
hermanos Buil Aniés de San Román de Morrano, que uno estuvo de oficial con los
republicanos, en Barcelona y Alfonso Buil con sus trece años, acompañado de su padre, cultivando la tierra en San Román, encima de Casbas. El hermano republicano salvó
la vida a sus hermanos de la Sierra de
Guara y estos la salvaron a vecinos de Casbas, pues Alfonso Buil estaba
estudiando para ser sacerdote jesuita, en Huesca, de donde se subió a San
Román, pueblo de su familia, que fue dominado por los gubernamentales y los
sindicatos anarquistas.
El
hermano de Antonio Trisán, Francisco, gran amigo mío, que vivió después de la
Guerra Civil en Fañanás, conducía un camión del Ejército de Huesca y que llegó
a Siétamo, después de que el Teniente de la Guardia Civil Manuel Lahoz, que
dirigió las tropas durante la noche y la madrugada del día 29 de Agosto,
consiguiera provocar la retirada a aquellos sindicalistas, unidos al Gobierno, que habían ocupado las
primeras casas de Siétamo. En su llegada a Siétamo, entró en Casa Almudévar, de
donde habíamos escapado a Huesca, toda la familia, acompañados por otros muchos
vecinos del mismo pueblo. En mi casa se dio cuenta de la soledad en que había
quedado, y, en lugar de recoger cuadros u otros objetos de valor, en un saco
introdujo todos los papeles
antiguos, como escrituras y documentos
relacionados con el Conde de Aranda y las distintas familias de Siétamo, como la
de los Azara, Benedé y varias otras. Llevó Francisco Trisán el saco a la
Farmacia de Llanas, donde vivía casada, mi tía Pilar Almudévar. Y gracias a mi
futuro amigo, pues yo tenía cerca de seis años, he podido, con la colaboración
de mi padre Manuel Almudévar Casaus, recordar, tiempos pasados de la historia
de Siétamo. Pero yo no sé si Francisco Trisán hizo él solo o en compañía de su
hermano Antonio, la visita a nuestra desierta casa Almudévar, pero creo que la harían unidos, contando después, cada uno de ellos, sus recuerdos y sus
impresiones. El día 29 de Agosto de 1936, los sindicalistas unidos a los
gubernamentales, entraron en Siétamo, donde sólo ocuparon las primeras casas.
Pero los sublevados, volvieron a conquistar el pueblo y éste no cayó en poder
total de los gubernamentales, a los que gobernaban los anarquistas, entre otros. Durruti que se buscó un despacho
en mi casa, donde estuvo poco tiempo, por acudir a Madrid, donde murió.
Francisco Trisán Viñuales estaba casado con una
hermana de Ciria de Arbaniés, con el que yo, tenía amistad.
Al
hermano de Francisco, el escritor Antonio Trisán Viñuales, no he tenido la
suerte de conocerlo, pero en mis manos cayó su libro “Así fue…No sucumbí” y en
él leí, lo mejor que se ha escrito sobre la Guerra en casa Almudévar, en toda mi vida. Dice así:”En
la Plaza (de Siétamo), hay una casa señorial saqueada y una iglesia. Esta ha
sido como todas, el blanco de las iras; en su portal queda un parapeto de
sacos; en el interior dos cadáveres de los últimos defensores.
(Hay que recordar que estos hechos ocurrieron
en la reconquista de Siétamo el 28 y 29 del mes de Agosto de 1936). Por todo el
pueblo, la legión con sus cantos y sus disputas. En el centro de la Plaza está
el monumento obligado a estos pueblos del Alto Aragón: La Clásica cruz de
piedra con su escalinata. Recostado en ella, Gibbs y su pipa…
Mientras la tropa vivaquea alegremente, me
dedico a dar un vistazo por la casa y por la iglesia, que parecen más
castigadas. La capilla es pequeña, de un estilo indeterminado……Hay dos
imágenes, patronas del lugar. La primera representa a San Pedro; es una talla
corriente, de proporciones naturales, vestido de Obispo, con las clásicas
llaves del cielo.
Ilustre portero que has de visar nuestro salvoconducto,
cuando emprendamos el último viaje ¡Hossana, ¡Hossana!. Acuérdate de este
soldado que mientras el resto de sus compañeros bebía y comía en un festín
bárbaro sobre las ruinas de tu lar, sintió la dulce necesidad de penetrar en
los misterios de tu arcano.
La otra imagen es una virgencita de rostro
regordete y lleva un Niño Jesús muy diminuto entre sus brazos. Tiene un nombre
evocador, hermoso: ¡La Virgen de la Esperanza!.
Se han salvado del sacrificio sacrílego; así
lo demuestran esos jarrones de cerámica pintarrajeados, llenos de rosas y de
albahaca que son ofrendas de mozas, mayoralesas y casaderas.
Penetro en la sacristía, las ropas del culto
están tiradas por el suelo. Alguien buscó el eterno tesoro del cura rural. ¡Error
de cálculo!. Sólo había ropajes litúrgicos: capas pluviales de más vista que
valor y un “cepillo” con un poco de dinero, contribución de los fieles para las
“ánimas del purgatorio”, como reza la inscripción. Tesoro, ¡ja...ja…ja¡. A lo sumo un mezquino paraíso de calderilla.
Hay una penumbra suave; tan suave que no he
visto al entrar un charco de sangre negra al pie del altar mayor. Un defensor
herido se debió arrastrar hasta aquí en un supremo esfuerzo. ¡Ya no estaba el
héroe tan lejos de su Dios y de su gloria!.
Yo, pensando en la religiosidad de mi madre que no sabe donde estoy, mascullo
una plegaria a esta imagen lugareña, que debiera ser en estos días tristes y
solemnes, nuestra dulce patrona: ¡La Virgen de la Esperanza!.
Sin la esperanza, el mundo: ¿Qué sería?.
Se han desbordado las pasiones en esta casa
solariega; tiene pinta de casa patricia, solaz de mayorazgos y refugio de los
pobretes. En la amplia fachada, un escudo tallado en piedra con las armas de
los Almudévar, familia linajuda del Alto Aragón. En el patio ya lleno de
tropas, algarabía debida al vino noble que los combatientes han encontrado en
un torreón de lo que fue castillo del Conde de Aranda, y que el abuelo de esta
casa tenía en estima. En el primer piso, muebles, ropas y vajillas en revuelta
confusión. No ha quedado alacena ni arquimesa sin abrir.
¡Han pasado los bárbaros!.
Restos de lo que fue comedor familiar; dos
pequeños rimeros con libros vacíos; éstos sobre la mesa medio abiertos, medio
rotos: Galdós, el Duque de Rivas, Rubén…por el santo suelo.
Un solo volumen ha quedado en el estante: Los
“Epigramas” de Silvio Kosti con una dedicatoria magnífica del autor. Reza así:
“Al ilustre tío Manuel, Mayorazgo y jefe de mi estirpe. Silvio Kosti.
Contiguo al comedor, profanado con latas de
sardinas y panes de munición, que fue el festín de la Horda, hay una sala
amueblada con gusto. Entrando se ve una foto de un caballero de unos sesenta
años, de buen aspecto. No puede ser otro que el abuelo a que alude Kosti. Así
lo proclaman su aspecto noble y su bigote blanco y legendario. ¡Ah, si él
volviera por aquí y viera todo esto!. Sus manos patricias que empuñaron la
esteba en su mocedad, hubiera retorcido el gaznate a la canalla.
¡Una casa que tiene historia de siglos,
destruida en pocos minutos!.
Hay un piano con la tapa levantada y sobre el
atril música de Straus: un vals vienés.”El último corsario”. He aquí una de
tantas incongruencias de los hombres. Por un lado, la horda destrozando la
poética quietud de esta casa…Y otro bárbaro, enamorado de la música, arrancando
al piano las voluptuosidades de este vals cien por cien.
No hay armario sano. Ni un vaso, ni nada a
excepción de esta habitación que permanece sin destrozos. Ya al salir, en una
rinconera magnífica, hay abandonado un estuche de pintura, con su paleta, sus
colores y sus pinceles.
Pues bien, aprovechando este mensaje, un
“focín” como se dice en Aragón, pintó en el tocador de puro estilo español
antiguo, sobre la luna, las letras de rigor .U.H.P.
Muy bien, muy bien…Yo opino que sí, que
debemos unirnos, hermanos proletarios, pero no para esto sino para hacer el
bien y conseguir la mayor cultura general.
Salgo y cierro la puerta. Lo único que ha
quedado intacto, no debe verlo nadie. Además está dentro vigilante desde su
arco, el lejano abuelo, el jefe de la estirpe de los Almudévar.
Tomo como recuerdo el volumen de Kosti y salgo
a la calle. Sigue la alegría. He de buscar a mi mascota, a mi viejo compañero”.
¡Cómo describe Antonio Trisán Viñuales esas
melopeas de los que están en el límite de sus posibilidades alcohólicas!. Los
Almudévar eran productores de vino y en el palacio del Conde de Aranda, encerraban
unos seiscientos mil litros. Como es lo que pasa en las luchas, que beben los
hombres, porque quieren hacer huir el dolor que producen las muertes y aumentar
su valor para seguir luchando.
Antonio Trisán describe con realismo que: “el
vino se nota en el ambiente. Cantan los soldados esas melopeas de los que ya
están en el límite de sus posibilidades alcohólicas.
Encuentro al viejo algo mareado. La faja le
cuelga hasta el suelo y se apoya en su fusil como en un cayado. Al verme
intenta justificarse.
--Pero, ¿También, usted abuelo?
--Mira, hijo… comer, beber y…nada más.
--Ya, ya, me sé de memoria la canción-le digo
mientras lo siento en la cruz de la plaza.
Ya es tarde, las ocho de la noche. Brillan las
estrellas intensamente y del campo llegan con la humedad de la noche aromas de
heno y de flores, como un “canto de vida y de esperanza”.
Es la naturaleza, pródiga, embriagadora, que
me dice al oído: ¿Qué culpa tengo yo de vuestras locuras?.
Efectivamente…Ninguna.
Ronca el viejo, feliz en su borrachera y
siguen los cantos un buen rato. Al fin, todos se cansan y se tumban como pueden
y en donde se encuentran.
Para algunos, esta noche ya es la última que viven al raso…
Mañana hemos de enterrar nuestros muertos en
el cementerio del lugar.
¡Victoria!, ¡Victoria…!. Eres la deidad
suprema que reinas sobre todo y sobre todos…Hasta sobre los muertos. Y tu
hálito da vida a las nuevas generaciones, que oirán hablar de estos sacrificios,
como de un cuento de Grimm…
Abro la cabina de mi camión y hago de ella y
con ella, juegos del espíritu. Esta noche perfumada, sobre estas ruinas, sobre
estos muertos, arrullados por las emociones, es para mí, con su único asiento,
una alcoba nupcial.
Nuestro nido, allá en el pueblo natal (el
inmediato Fañanás), también saqueado, está vacío”.
¡Cómo quería Antonio a su esposa. Basta leer
estas frases suyas, cuando dice ”Comemos en paz de Dios. Tengo ganas de echar
la siesta en mi cama. ¡Dormir en cama!, parece un sueño…Veo a mi mujer feliz.
¡Qué lejos están las trincheras!”. En la página 65 y 66, de su libro, “Así fue…
No sucumbí”, dice: “Soy de por aquí y ese paisaje me es familiar”. Cuenta los
hechos de la Guerra en Siétamo, que son impresionantes e igual que él, los
sentía fuertemente, yo también, porque mi padre me contó la muerte de un
soldado de dieciocho años.”Todo un poema. De dolor, desde luego. Aparecen
muertos y más muertos, que el enemigo tuvo en la retirada… Un buen mozo de
dieciocho años arrastrado a esta locura de la Guerra Civil”.
El autor de este relato de la Guerra Civil,
declara en el prólogo de la obra, con
letras mayúsculas.”COINCIDE LA TERMINACIÓN DE ESTA NOVELA CON EL FIN AL DE AÑO
1937”. Lo publicó en 1987, en Gráficas MAPA, S. C.-Calle las Fuentes, 4.
BARBASTRO.
Antonio Trisán Viñuales, fue un Maestro altoaragonés jubilado, que como él mismo escribe:”he pretendido reflejar la vida en las trincheras, en el frente de Huesca”. Como Maestro tuvo una conciencia limpia, amante de la sencillez y enemigo de la violencia. Se vio envuelto en la aventura de la muerte física de los cuerpos humanos y en la muerte de la vida pacífica y trabajadora del pueblo. Ha vivido, después de jubilado en Esquedas, y ahora podemos meditar sobre su visión de una vida humana pacífica y justa.
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